Las ninfas
El tener unos años, unos artículos publicados y unas patillas de estupor y viento -el tiempo subió sus hilos a tu pelo- sirve, cuando menos, para hacer uno su sofemasa particular respecto de lo que es la juventud que viene, la adolescencia de oro y marihuana, porque -en esto no han cambiado- sigue vigente aquello que Juan Ramón llamaba «la dulce sumisión al hombre de la niña que va para mujer».Uno, naturalmente -ya oigo rugir a las feministas en sus gineceos/librerías- no busca sumisión sino información, y qué lejos están, Dios, las adolescentes de este mayo marceño y democrático, de la sociedad oficial, de la sociedad social, de la Constitución, de las institu ciones en general y de su instituto de enseñanza media en particular o como se llame ahora eso.
-¿Y qué pasa en tu casa que an das tan suelta?
-En casa nunca pasa nada.
Diecisiete años, hija mía.
Tierno diría que a esta juventud le faltan las referencias últimas. Yo digo que más bien han elegido quedarse, instalarse en las referen cias primeras: la vida, la libertad, el sexo, el psico. La primavera, naturalmente -porque algún vestigi nos queda del estro neolítico-, es la época en que uno reflorece por la calle de adolescentes, como almendro de Orihuela, o en que uno, olino seco de literatura, vuelve a ser agente, sagrario y víctima de «otro milagro de la primavera».
-¿Y tú nunca vas por clase?
-Andan con el Canciller López de Ayala. Ya me dirás. ¿Sabes tú algo del Canciller López de Ayala?
-Sabía. Pero puedo mirarlo.
Veinte años, señor, veinte años. Y un apoliticismo de ojos negros y una valerosa debilidad que quiere ir a por todo en verso y prosa.
Estoy releyendo El oficio de vivir, de Pavese, que ahora editan Bruguera/Alfaguara y que, dentro de la general emoción de los diarios íntimos, es quizá el más emocionante del siglo. La tragedia de Pavese -ya se sabe- es la impotencia. Su lucidez le deja claro (aunque esto se le transforme en misoginia) no que se haya perdido el orgasmo (que tampoco es para tanto), sino que se ha perdido la otra cara de la Luna, el contacto interpenetral con la más apasionante, viva y vegetante mitad de la especie.
-Me interesaba conocerte porque escribías en los periódicos Ahora ya me da igual que escribas o no. Ahora te conozco a ti.
Cartas, encuentros. Veintidós años, Señor, veintidós años,junto a mis veintidós siglos, frente a mis veintidós siglos antes de Cristo:
-¿Y tú de qué vas por la vida, tía?submarinismo y Marcel Proust.
Son imprevisibles estas ninfas inconstantes, abuelas naturales de Jean Fontaine y de la Paramount. Es un tópico, una novela rosa, un telefilme, una fotonovela, la aproximación de la niña al carrozón de años y de versos, al poetón viejo, que de sí dijo Cervantes, sintiéndose Machado en un momento. César llamaba muchachas herméticas a las primeras progres de los primeros sesenta. Estas de hoy, hermanas menores de aquéllas, son muchachas explícitas, locuaces, que se drogan con el pegamín de las monjas disuelto en cocacola y dicen lo que piensan de Suárez, de Carrillo, del Gobierno, de su propia vida sexual y -ay- de la de uno.
-Adónde vamos a parar.
-Hablascomo mi padre, tronco.
Los movimientos feministas no me parecen mal, sino que me parecen obvios. Están tratando de anticipar algo que ya está ahí: la nueva feminidad, el nuevo feminismo, la mujer de ahora ya, la de mañana, que es lo único que sustancial y raigalmente ha cambiado en España. Entre la píldora y Sade, no hay quien las pare. En torno de una de estas mujeres de vaquero y semiótica se agrupará ya una familia diferente, un matriarcado diferente, se agruparán unos machos, unas crías, unos ritos y ritmos que nada tienen que ver con lo que prevé pudendamente nuestra Constitución progresista, pero de un progresismo decimonónico. «¿Y tú nunca vas por clase?» «Andan con el Canciller López de Ayala.» En eso anda el país, en cancilleres.
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