La televisión iraní transmite los juicios revolucionarios islámicos
Una sala vetusta, un público compuesto en parte de mullahs (sacerdotes), acusados sin afeitar, resignados o tenaces, aunque sin alimentar la menor ilusión; testigos vengativos, éstas son las imágenes que la televisión iraní ofrece de la justicia revolucionaria islámica, con regularidad desde hace quince días.
Sin embargo, las cámaras no enfocan ni una sola vez a los jueces que han hecho ejecutar a unas doscientas personas. El rumor, modo de información poco seguro, pero muy extendido en un período en el que la prensa lleva una vida difícil y en el que los acontecimientos se precipitan ha llegado a la conclusión de que estos jueces están enmascarados durante el juicio. Sin ninguna duda esto es falso, pero es innegable que se ocultan.
Al no entender la lengua farsi, el extranjero debe hacerse traducir las crónicas judiciales de los periódicos de Teherán. El diario vespertino Ettelaat ha publicado, como un folletón, entre el 16 y el 24 de abril, el proceso que tuvo lugar contra Gholam Reza Nikpay, que fue alcalde de la capital iraní de 1969 a 1978 y luego senador, a quien sus compatriotas llamaban dib chun bank, esto es «bolsillo en forma de banco» y de quien se dice que se embolsó algunos centenares de millones de tomans.
Qué placer haber agarrado al responsable de las desgracias diarias de una gigantesca ciudad cuyo naufragio, en medio de una circulación anárquica, bloqueada definitivamente desde las cloacas hasta el cielo raso, resumía el del antiguo régimen.
Como establece el Derecho musulmán, el procedimiento penal es sencillo y expeditivo. El presidente del tribunal es a la vez juez y fiscal.
La instrucción del proceso parece haber sido sumaria. Cuando se reprochó al antiguo alcalde alguno de los contratos realizados con empresas extranjeras, el acusado pidió que fuesen examinados en el proceso. «No merece la pena -respondió el fiscal-, lo han publicado ya los periódicos. »
Sin testigos
La audiencia misma se hace en una única dirección. Los testigos de cargo no faltan, pero cuando el ex alcalde pretendió que fuesen citados testimonios que pudieran ratificar sus declaraciones, el presidente del tribunal se indignó: «Ha cometido usted tantos delitos y traiciones hacia el pueblo que no necesita testigos.De forma casi grotesca para alguien que se siente ya condenado, el acusado gritó: «He rendido los mayores servicios al país. He hecho asfaltar 2.000 calles, he construido grandes avenidas, he comprado aparcamientos y he construido jardines.» Pero esto carecía de importancia y se le dijo que «incluso si usted hubiese actuado en interés del pueblo como ministro y alcalde, el hecho de haber votado como senador la confianza a un Gobierno que ha ordenado matanzas contra el pueblo, le hace cómplice».
En este proceso, la cuestión de la corrupción queda relegada a un segundo plano. Los dos grandes temas fueron la circulación de Teherán, símbolo del desprecio por parte del alcalde hacia sus administrados, y el contrato para la construcción del Metro, puesta como ejemplo de los vínculos del alcalde con el exterior, así como su pertenencia al Rotary Club.
Por la circulación, la condena resultaba segura: «Todos los habitantes de Teherán son de la opinión de que usted ha hecho un mal trabajo. La circulación ha sido tan mala, si no peor, que antes de su llegada.»
En lo que se refiere al Metro -cuyo proyecto había sido confiado a los franceses- era un negocio que se había convertido en un pozo sin fondo.
Por «corrompido hasta los tuétanos», Nikpay fue condenado a muerte la noche del 10 al 11 de abril por el tribunal islámico revolucionario y ejecutado pocos minutos después.
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