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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Fernando Lerín

Uno de los rasgos de la neurosis, esto es, la disgregación de la personalidad, es seguramente la falta de sentido del humor, entendiéndose por humor el punto más alejado en que el hombre se sitúa con respecto al exterior.La identidad precisa una distancia, como un espacio vital de separación con el entorno, en el que y mediante el cual se afirma, configurándose en una forma particular por la que encuentra su ser.

La distancia sería, por tanto, el espacio niminio necesario que media entre la propia identidad y las cosas o los otros seres y en el que ambos encuentran su integridad. Su disolución conlleva la disolución de las identidades. Esta disgregación de la identidad significa una pérdida del ego, un estado de perdición semejante a la locura.

Fernando Lerín

Palacio de Velázquez (antológica 1953-1979). Galería Aele (obra reciente).

Las últimas obras de Lerín podrían verse desde este planteamiento, concretándose un momento antes de la disolución, un momento reflexivo y, lúcido de salvación gracias al cual, -y por medio de una distancia- se enmarca, se entretiene, se recoge, se domina la propia perdición en el lienzo. La suya es una obra un punto más acá del peligro definitivo, un punto desesperado y lúcido de control sin el cual sólo cabría la posibilidad del último cuadro, del que precede a la nada, al dejar de pintar. Un punto de separación entre el pintor y la obra, sin el cual ambos se habrían disuelto en una desidentificación que sólo puede llevar a la inacción, ¿a la contemplación, al misticismo ... ?

Analizando los últimos cuadros de Lerín hemos de referirnos al proceso evolutivo que se ha desarrollado a través de cuadros anteriores y en la sucesión de diversas etapas.

Las anteriores obras de Lerín pintaban la vibración de lo diverso, aunque ya conocía la vorágine de la disgregación, disolución, ésta aparecía por breve período, como necesaria transición hacia una nueva diferencia. Cuadros en los que se sucedían períodos de disgregación y de identidades renacidas. En aquella pintura, los colores afirmaban su individualidad, más o menos laboriosamente conseguida. Identidades diversas que resurgían tras esos períodos de transformación, en los que habían perdido su peculiar carácter diferenciador. Períodos terribles en los que la tranquilizadora distancia se había desvanecido, disolviéndolos en marasmos de color.

La separación afirmaba su presencia, ese intermedio feliz que posibilitaba las diferencias, el necesario espacio que precisaba la identidad, la lejanía en que tenía lugar el deleite de la subjetividad en lo diverso.

Había, aún, en estas obras una salvación y un resquicio para el gozo, la identidad, la individualidad, las diferencias renacían cada vez de la disolución anterior, estableciendo su lugar, su, espacio, cobijando la jubilosa vibración de su existencia ante la inefable perdición de la nada.

Esta etapa de la obra de Lerín fue seguida por un período de transición en el que ese distanciamiento que había sido lugar de conocimiento, conocimiento de lo perennemente inmóvil, de lo esencialmente diverso y vivo, fue en algún momento distante silla de palco, baldío punto de observación, vano cobijo a la vorágine del vértigo de la experiencia. Resistencia desesperada ante la arrasadora marea de los estímulos desconocidos, de lo extraño. Como una emulación de lejanía, que la tendencia decidida al riesgo que conlleva toda la experiencia creadora de Lerín no pudo sostener más.

Lerín lo sabía. Por eso hay en sus obras últimas un decidido abandono de esa distancia tranquilizadora hacia una profundidad desconocida. Ahora, el espacio se ha acortado hasta desaparecer. Aquel apacible intervalo en que se desenvolvía el mundo sutil y placentero de las diferencias. se ha consumido en el terrible temblor de la disgregación.

Tal vez, y es casi seguro que llegó a esta convulsión asumiendo el mismo miedo que en las obras de transición establecía forzadas distancias que ya habían dejado de existir por razón propia.

Los cuadros recientes están en el borde de la aceptación definitiva de esa saturación a la que se venía resistiendo. Aquí el espacio que protegía la identidad y posibilitaba la diversificación se ha acortado hasta desaparecer, diluyendo el color en el caos absoluto, en la indiferenciación definitiva.

Los últimos cuadros de Lerín son un momento anterior, están un centímetro antes de su propia perdición en el lienzo.

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