Una Ianza a favor de lo laico
Teólogo
El triunfo de las izquierdas en las elecciones municipales -sobre todo aquí, en Andalucía- nos obliga a hacer reflexiones que, si quieren ser serias y operativas, deben ser profundamente nuevas. No podemos vivir de la inercia de nuestra historia inmediatamente anterior, sencillamente porque entre el ayer de las últimas elecciones municipales democráticas y el hoy del fenómeno paralelo ha corrido mucha agua bajo los puentes hispánicos.
Y digo esto porque en algunas ocasiones he observado que los flamantes munícipes, elegidos desde la izquierda, se han apresurado (eso sí, con la mejor de las intenciones) a no exasperar a la otra parte de la dialéctica política de nuestro país. Concretamente, me ciño al posible aspecto «laico» del nuevo mapa municipal de nuestros pueblos. Algún que otro alcalde ha comenzado diciendo que en su nueva gestión respetaría al máximo las tradiciones populares, incluso las religiosas, hasta el punto de que, si fuera necesario, no tendría empacho en presidir las procesiones religiosas. En un típico pueblo de nuestra, Costa del Sol -manipulado y destrozado por la más descarada especulación de nuestro bendito suelo-, el alcalde socialista terminó el primer pleno invitando a todos los munícipes a subir al santuario de la Virgen patrona del pueblo, donde mal que bien «rezaron» una salve... Comprendo que esto tiene mucho de positivo, ya que presupone el deseo de reconciliación mutua y la fuga de toda amenaza de guerra civil.
Sin embargo, hay que tomar las cosas con más calma y con mayor profundidad. Recuerdo que hace algo más de diez años hablaba yo en París con los miembros superiores de un gran partido de nuestra izquierda y me decían (Muy sinceramente, por cierto) que, si algún día ellos llegaran al poder, estarían incluso dispuestos a financiar a la Iglesia. Pero ¡cuál no sería su sorpresa cuando vieron que yo, con un mal genio no contenido, les respondí que, si esa feliz coyuntura se produjera, podrían contar con mis «denuncias proféticas» contra ellos, lo mismo que lo hacía entonces con los que detentaban el poder de la dictadura!
Por aquellas fechas estaba recién terminado el Concilio Vaticano II. Yo tuve el gusto y el honor de influir modestamente en dos aspectos de la gran asamblea católica: en la confección del famoso «Esquema XIII» («La Iglesia en el mundo contemporáneo») y en el «Decreto sobre libertad religiosa». Mis reflexiones salieron después de un libro titulado «El cristianismo no es un humanismo», que me tradujeron a seis idiomas, quizá porque ponía el dedo en la llaga de las inquietudes del momento. Pues bien, el tema esencial de aquel libro y de los documentos conciliares citados era precisamente la que podríamos llamar «laicidad» del cristianismo. Se trataba de superar el largo período de «cristiandad» (que en la España de la dictadura llamamos «nacionalcatolicismo»), según la cual la Iglesia formaba parte de las instituciones oficiales u oficiosas del «tinglado» estatal, para devolverle el primitivo rostro «cristiano». En efecto, el cristianismo luchó por desacralizar el mundo en el que nació tanto el judío, como el pagano. San Pablo nunca se preocupó por convertir a Corinto, a Efeso o a Filipos, sino simplemente por implantar estratégicamente comunidades de creyentes, desde las cuales se pudiera oír la voz liberadora de la Buena Noticia de Jesús: el Evangelio.
Posteriormente, el cristianismo fue renunciando a su «laicidad» y se fue contaminando, no de judaísmo, sino de paganismo, hasta pasar por el «compromiso histórico» con Constantino para llegar al «confesionalismo» impuesto por el emperador Teodosio, en Tesalónica, el año 380.
Hoy, en España, sobre todo a nivel municipal (mucho más popular que el parlamentario), la laicidad ha surgido con vigor; y a ello hemos contribuido muchos creyentes, actuando en nombre de nuestra fe. Nuestras izquierdas, que tanta ilusión han producido a nuestro nuevo talante conciliar, podrían defraudarnos si en aras de una supuesta eficacia política renunciaran a esto que tan profundamente une a la nueva izquierda española con el nuevo talante cristiano español: la laicidad.
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