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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Transcripciones idiomáticas

He visto que EL PAÍS, al igual que otros medios de comunicación occidentales, ha adoptado el sistema denominado Pin-yin para la transcripción de palabras chinas al alfabeto latino, sistema establecido sorprendentemente por los propios chinos, y que sustituye al Wa-de-Giles -hecho desde perspectivas anglosajonas-, y ampliamente utilizado hasta ahora. El nuevo sistema ya ha empezado a producir sus efectos de confusión, y las diferentes formas de pronunciación de las distintas letras latinas en los diversos idiomas occidentales hacen que se consiga justo lo contrario de la uniformidad que supongo que se pretende: la realidad es una Babel ininteligible.Y es que, en rigor, cada idioma de Occidente debe tener su propia transcripción de los sonidos chinos a la grafía con la que estos sonidos se representan en ese idioma. Por ejemplo, en español no se pronuncia la «H», en inglés, sí, por lo que con ella se transcribe un sonido semejante y algo más suave que el de nuestra «J», y que sólo con ésta puede escribirse en español: a la vista de la palabra «HUA» un español pronunciará «UA», y para acercalo al chino habrá que escribirlo «JUA». La «Z» en español tiene sonido linguodental como el conjunto «TH» en inglés, por que no es correcto escribir «Mao Zedong» cuando esa «Z» pretende transcribir un sonido equivalente más o menos a las letras «TS». El sonido que en español se representa con la letra «U», lo da en francés el diptongo «OU», y el de nuestra «CH» el grupo «TCH» (Chu-en-lai = Tchou-en lai.)

Por ello encuentro precipitada la adopción sin reparos de un sistema de transcripción que tiene el vicio original de haber sido hecho por quien no debe -ya que debe hacerse desde el idioma «receptor» de los vocablos- y por su pretensión de universalidad olvidando que cada idioma pronuncia las mismas letras de forma diversa.

Existe además otra práctica de suyo errónea, en la que no ha caído EL PAÍS, que consiste en pretender imponer a los idiomas extranjeros nuevos vocablos para nombres geográficos que lo tienen ya bien arraigado en esos idiomas: la capital de China en español se llama Pekín, del mismo modo que la de Suecia se llama Estocolmo o la del Reino Unido, Londres, en vez de Bei-jin, Stockholm y London, respectivamente. Lo mismo vale para las naciones autodeterminadas Zaire, Kampuchea y Sri Lanka que se deben llamar en español Congo, Camboya y Ceilán, del mismo modo que decimos Inglaterra, Alemania y Suecia en vez de England, Deutschland y Sverige.

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