Doble fondo

Los «psicoargentirios» llegaron a Madrid hace ya algún tiempo. Hay, o había, una escuela psicoanalítica argentina importante, apoyada en viejos nombres centroeuropeos de la línea askenazi, de la cultura yiddisch: todo esto significa un humor negro popular de cuentos y consejos de un pueblo perseguido y certado,Todo ello pasado por 14 ciencia y por el melting pot argentino, elementos que no dejan de sobre irónicos.Eduardo Pavlovsky es uno de estos psicoargentinos, traído por esta nueva diáspora a Madrid: ha trabajado el psicodrama en Buenos Aires, ha escrito libros sobre psicoterapia y ha escrito también una decena de obras de teatro: ha trabajado como actor. Susana Torres Molina es su esposa; es escritora, es actriz. Ha escrito esta obra, Extraño juguete, que los dos representan ahora, junto a una actriz de primer orden, Zulema Katz. No es de extrañar que, con todo este antiguo y nuevo mun do acompañándoles, su obra tenga una malicia al mismo tiempo primaria y refinada mente cruel. Un doble, un triple fondo. Contar la obra es matar su sorpresa en el posible espectador; no contarla supone hacer una descripción abstracta y un poco enigmática. Buscando un equilibrio, se puede decir que hay un juego de apariencia y un juego de realidad que se empo tran el uno en el otro. Toda la máscara del juguete cómico -extraño, juguete-, en el que cada frase transciende de su significado inmediato, nos da unas sensaciones de crueldad, de sadomasoquismo, de elementos de dominio, de relaciones morbosas entre tres personajes. Los elementos sentimentales y cómicos del sainete porteño están continuamente llevado a algo que hay más allá, que se nota y no se ve. Hasta el final, en el que salta la trampa de las sorpresas. Lo realista resulta más extraño, más artificial quizá, que el pequeño melodrama popular que le precede. No sé ser más explícito. Me dejo llevar por la complicidad con la autora y sus intérpretes y por la complicidad con el espectador, que deberá ver todo este juego de espejos, todo este psicodrama. Es una de las pocas ocasiones que hay de entrar en contacto con un teatro auténtico en Madrid.

Los tres intérpretes son excelentes. La dirección habrá tenido que trabajar, probablemente, poco con ellos: más, quizá, para adaptar movimientos, y una brevísima escenografía a las dimensiones desusadas de la sala Cadarso.