INIA: evolucionar o perecer
Ingeniero agrónomoLa reciente visita del doctor Norman E. Borlaug, premio Nobel de la Paz y eminente investigador agrario, a España, invitado por el INIA (Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias), merece ser destacada. El que el «padre de la revolución verde», como tantas veces se le ha llamado, colabore con nuestro país debería significar un hito en el precario panorama de la investigación pública española en materia agraria.
Se ha dicho en repetidas ocasiones que nuestra investigación agrícola oficial es escasa; no se ha dicho tantas que esta investigación es, sobre todo, ineficiente y, por tanto, socialmente inaceptable.
El resultado de ello es el atraso que la agricultura española presenta en tantos frentes; la colonización tecnológica existente en otros; la sangría económica que en forma de royalties se pagan al exterior; la peligrosa relación de servidumbre con otras economías, con otros Estados.
El doctor Borlaug es, posiblemente, el más prestigioso fitomejorador y fitopatólogo que existe en la actualidad. Sus trabajos de selección vegetal y de creación de nuevas variedades de elevados rendimientos han permitido redimir a muchas áreas geográficas, condenadas a ínfinias, producciones. Su aportación a la lucha contra, el hambre en los países subdesarrollados ha sido valiosísima.
El apoyo que nuestro INIA pretende encontrar en el técnico norteamericano y en sus colaboradores del CIMMYT (Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo) puede prestarse a interpretaciones contradictorias.
Para algunos, este hecho puede ser interpretado como el amanecer de una nueva primavera de la investigación agrícola española, después de un largo y, me atrevería a decir, humillante letargo. Para otros, se trata del reconocimiento de la propia impotencia para desarrollar un programa autónomo de investigación, serio y consistente, en consonancia con las necesidades reales de la sociedad agrícola española. Otros, en fin, pueden apreciar en ello una subida al carro del oportunismo, al que tan proclives somos aquí, con el claro objetivo de que el INIA capitalice para sí, y a corto plazo, la ingente labor desplegada por el doctor Borlaug y sus colaboradores, a lo largo de varias décadas, en la obtención y puesta a punto de los denominados trigos mexicanos.
El tiempo dirá qué interpretación se ajusta más a la realidad. En todo caso, a cualquiera que conozca medianamente las virtudes humanas y la trayectoria profesional del doctor Borlaug le sorprenderá el enorme divorcio existente entre sus planteamientos y actitudes y los que trascienden de nuestros centros oficiales de investigación agrícola, lo que induce a cuestionar la viabilidad de una estrecha colaboración INIA-CIMMYT. Estas filosofías demasiado contrastadas y unos comportamientos tan dispares pueden hacer pensar que, lamentablemente, el éxito de este convenio no sea más que una hipótesis de partida, de dudosa fiabilidad.
Norman Borlaug es un hombre que, a sus 65 años, sigue trabajando en pleno campo desde las seis de la mañana hasta las siete de la tarde. No es de aquellos que consideran su trabajo como una cruz, que debe llevarse con dolor. No es un hombre que guste de adocenamientos ni mediocridades. Es un hombre que ama la inteligencia, la honradez, el sacrificio, el espíritu de superación y la capacidad creativa, y eso exige a los que con él trabajan. ¿Evolucionará nuestro INIA hacia una estructura que permita a sus hombres cumplir con misiones de esta talla, dando, con ello, respuesta a sus anhelos y a su vocación?
¿Asistimos, de nuevo, al desencanto de unos pocos técnicos que, tras una gran dedicación y esfuerzo, han tenido que claudicar de sus ilusionados planteamientos?
¿Habrá posibilidad de hacer compatible nuestro, hasta ahora, «cazar mariposas académicas», como el mismo Borlaug afirma cuando se refiere a la excesiva burocratización de la ciencia, y una investigación científica competente, dedicada al servicicio de los intereses de la comunidad?
Borlaug, profundo psicólogo y gran conocedor de la realidad española, se ha mostrado cauto a la hora de sus compromisos con el INIA. Es posible que haya tenido en cuenta algunos de los factores aquí apuntados y considere excesivamente ambiciosa y triunfalista, la pretensión de crear un CIMMYT español, a imagen y semejanza del mexicano.
Se ha limitado a ofrecer su colaboración en un programa de experimentación, que exije una superficie notablemente inferior a la que en estos momentos viene dedicando en Argelia, Arabia Saudita, Jordania o Irán.
La falta de visión y el recelo hizo imposible que en España se accediera oportunamente a los logros que en otros países, con menos orgullo y más sentido realista, se alcanzaron a plena satisfacción, al admitir los conceptos de Borlaug.
Sólo el espíritu emprendedor de la iniciativa privada y el afán de renovación de algunos agricultores progresistas permitió introducir paulatinamente los trigos mexicanos en España, no sin salvar numerosas trabas administrativas, no definitivamente superadas.
El resultado de esta acción puede comprobarse examinando la evolución de las estadísticas,de producción de trigos en Andalucía o Aragón, por ejemplo. Acción en la que, por supuesto, no ha contribuido ni poco ni mucho el INIA.
El doctor Borlaug sabe que los trigos mexicanos han dado muchos quebraderos de cabeza a la Administración española. Tantos que hasta ha habido intentos oficiales para restringir su cultivo.
Es posible que, en el fondo, al doctor Borlaug no le agrade y le resulte sospechoso el giro de 18 grados que, de la noche a la mañana, hadado el INIA español con respecto a su persona y a su trabajo: de la ignorancia más absoluta, hace unos años, a la veneración, también absoluta, que se le tributa ahora, cuando le restan seis meses para su jubilación, e ignorando al INIA mexicano.
Es posible que, en el fondo, el doctor Borlaug desconfíe de la explosiva, penetrante y, más o menos, disfrazada burocracia que aplasta a la investigación agraria oficial de nuestro país.
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