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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Tristeza de la política

Con motivo de la inauguración de la exposición de mi tío Luis Quintanilla, pintor y militante del Partido Socialista durante más de cincuenta años, y autor de los frescos del monumento a Pablo Iglesias -y de los de la Casa del Pueblo-, me acerqué a la sede del PSOE para poner en su conocimiento cuánto le hubiera gustado a mi tío, muerto el pasado mes de octubre, a su regreso del exilio, la asistencia de algún miembro del partido a dicha inauguración. Que, por otra parte, parecía obligada, dada su marcada personalidad socialista.Advertí en mi visita la contradicción que suponía tener la cabeza de Pablo Iglesias, realizada por Emiliano Barral, con un montaje espectacular a la puerta de la sede del partido y el nulo interés que había mostrado por mi tío desde su regreso, habiendo éste realizado los frescos del monumento.

Naturalmente, no sirvieron de nada mis molestias ni que dejara repartidas a lo largo y a lo ancho de la sede invitaciones, pues a nadie se le ocurrió ir ni hacer un simple comentario en la prensa.

Ello me ha llevado a pensar que «Cambiar la vida», eslogan del Partido Socialista, no puede ser una frase más o menos brillante que se traduzca en unos fríos puntos en un programa, sino que, en el terreno cultural, debe asumir la contribución intelectual y humana que han realizado y realizan ciertas personalidades de nuestro país, que están muriendo en el más completo olvido. Aunque ello coincida con un momento político apremiante (elecciones, etcétera).

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Por fortuna, mi tío no va a comprobar la falta de interés de sus compañeros socialistas por él y por su obra. Ha muerto antes de poderlo ver. Estoy segura, conociéndole, que si lo hubiera visto, a pesar de que no hubiera podido evitar un sentimiento de profunda decepción, dada su humildad hubiera llegado incluso a justificarlo, pues no se consideraba a sí mismo ni a su arte suficientemente importantes para distraer la atención de nadie.

Yo, por el contrario, no lo justifico. La política, y más si la hace un partido que reclama «cien años de honestidad» y se autodenomina de izquierdas, debe atender a aspectos humanos concretos, aunque -para quien no ve más allá de lo inmediato- no añadan nada, por su misma sencillez, a la popularidad del partido.

Para una política fría y calculista ya contamos con los partidos de derecha.

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