La visita de Checoslovaquia
LA SEMANA entrante llega a Madrid el ministro de Asuntos Exteriores de Checoslovaquia para firmar un tratado cultural. Es inevitable, al mencionar Checoslovaquia, recordar la «primavera de Praga», y al relacionarla con la cultura, pensar en los firmantes de la Carta 77 que siguen, desde ese terreno, trabajando por los ideales del «socialismo en libertad» y una mayor independencia de su país dentro del bloque al que pertenece. No deberá ser esta, naturalmente, la óptica de Marcelino Oreja en su negociación, en virtud de la famosa ley internacional de no intervención en los asuntos internos; cuanto haga por mejorar y profundizar las relaciones con Checoslovaquia, como con cualquier otro país, será positivo.Sin embargo, el tema de la cultura va más allá de situaciones internas de cada país: se tiende a internacionalizar y a situar por encima de las fronteras; los capítulos culturales están mezclados justamente con los « humanos », en la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa, en la que se prevé la libre circulación de ideas y se intenta la de instrumentos culturales -prensa, libros, cine-. El hecho de que España vaya a ser la sede de la próxima etapa de esta conferencia la obliga a continuar siendo defensora de estos principios. Insistir con Checoslovaquia en la profundización de este tema puede ser útil no sólo para los dos países, sino para el contexto internacional del que se tratan de suprimir barreras. Si el intercambio cultural se reduce a algunas de las artes sin expresión directa, como la ópera, el ballet o la música -sin negar su extraordinaria importancia-, se habrá obviado el eje de la cuestión, que es el de la posibilidad de visitas mutuas de estudiantes e intelectuales y el de instrumentos de conocimiento de maneras de pensar y de formas de libertad.
Probablemente, las conversaciones no se van a reducir al acuerdo cultural, preparado ya en las cancillerías; se cita también en el orden del día un tratado de transporte por carretera y es muy probable que se hable de temas industriales y de mercado; a España le interesa considerablemente abrir un camino a algunos de sus productos en aquel país, y recibir algunas de sus producciones industriales, que tienen una gran altura técnica, de acabado y de precisión. Todos estos son temas a los que se ha dado ya una consideración en todo el mundo que desborda cuestiones de ética o de incompatibilidades políticas.
Pero en cuanto se refiere a la cultura -pese a las torpezas de definición de este vocablo-, es imprescindible que la moral y la ética primen sobre cualquier otro principio. España tuvo que soportar en otros tiempos lecciones en ese terreno y quizá no esté todavía enteramente en condiciones de darlas; pero sí en insistir, con todo el respeto que debe a su interlocutor, toda la gratitud que se le muestre por su visita y todo el interés por la profundización de las relaciones mutuas, en que cualquier tratado cultural debe estar dentro de las esperanzas de la Conferencia de Cooperación -o "Conferencia de Helsinki", por la ciudad en que se inició- y, con la comprensión que inspira la situación del país, que viene a definirse como amigo, recordarle que la cultura es una libertad, que España está dispuesta a cumplir esa libertad en sus intercambios y que necesita que Checoslovaquia la cumpla también, recibiendo sin discriminación lo que desde aquí se le envíe -y no sólo por el Gobierno, sino por la iniciativa privada: por las universidades, las editoriales, los teatros, las asociaciones, etcétera- y autorizando, sin discriminación también, lo que los hombres de cultura checoslovacos quieran hacer conocer de su país en el exterior.
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