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Gales y Escocia rechazan las propuestas autonomistas

El maltratado Gobierno británico recibió ayer un revés político que puede resultar definitivo cuando el recuento de votos mostró concluyentemente que Gales ha rechazado por gran mayoría las propuestas autonomistas, y que Escocia las ha aprobado por un exiguo margen, que queda muy lejos, sin embargo, del 40% necesario para la creación automática de un Parlamento en Edimburgo.Los datos definitivos sólo pudieron ser anunciados anoche, debido a la dificultad de recolección de urnas en remotos lugares de Escocia. Helicópteros, barcos y todos los sistemas de transportes terrestres conocidos sirvieron para llevar desde las highlands -tierras altas- escocesas las papeletas a los centros de recuento.

Las cifras finales arrojan en Escocia un 51% a favor de las propuestas autonomistas del Gobierno, contra un 48% opuesto a ellas. Referidas al 40% requerido, estas cifras representan unos porcentajes del 33 y el 31, respectivamente. Una elevada abstención y el mal tiempo reinante redujeron la participación al 64%, lo que en parte determinó ya las reducidas posibilidades del voto autonomista.

Si la devolución es o no asunto muerto para los próximos diez años, como opinan altos funcionarios del Gobierno y militantes nacionalistas en Escocia y Gales, es cosa que está por verse. En cualquier caso, los resultados de ayer suponen una carga de profundidad para el Gabinete de James Callaghan y un impulso considerable para la oposición conservadora, principal animadora del «no» en las dos regiones británicas. El silencio de Whitehall contrastaba anoche con el júbilo en los cuarteles de la señora Thatcher.

Gales ha sido especialmente rotundo, cuatro a uno, en su rechazo de la restringidísima administración ofrecida por Londres. La abstención fue del 41%, y el 80% del electorado se pronunció por el «no». El porcentaje favorable a la asamblea de Cardiff ha coincidido casi matemáticamente con el de la poblanción gaélico-parlante. En términos 40%, los resultados anunciados por el secretario de Estado para la región fueron de un 11,9% a favor y 46,9% en contra.

Recordando los prometedores resultados de dos elecciones parciales en 1964 y 1965, el líder del Partido Nacionalista, Plaid Cymse lamentaba de que el pueblo Gales hubiera cambiado de reunión en los años transcurridos, y con ello hubiera perdido su más clara oportunidad para dotarse de sistema de autogobierno. En cualquier caso, la magnitud de los resultados de Gales revela la conexión entre Londres y la deprimida región occidental de Gran Bretaña. Entre otros, el líder de los Comunes, Michael Foot, brazo derecho político del primer ministro representa a Gales en el Parlamento de Londres.

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Londres tiene la última palabra

Las posibilidades del Gobierno han reducido drásticamente. El tema autonómico, como se sugería jueves en estas columnas al comienzo del trabajo dedicado a Escocia, vuelve otra vez al Parlamento Westminster, que dirá la última palabra presumiblemente en próximas semanas. Fuentes gubernamentales guardan un absoluto silencio sobre su inmediata estrategia y se supone que no habrá declaraciones oficiales antes del próximo jueves, en que se reúne el Gabinete.Pero el Partido Nacionalista Escocés (SNP) y la oposición conservadora ya están exigiendo una toma de postura formal por parte del señor Callaghan. Descartada la posibilidad de seguir adelante con la cuestión galesa, el jefe del Gobierno todavía puede intentar plantear en el Parlamento la creación de una Asamblea en Escocia, en base a que una ligera mayoría de sus votantes se ha pronunciado por ella. Pero las posibilidades de que los Comunes den el visto bueno a un cambio constitucional de esta envergadura, apoyándose en un 3% de diferencia, son remotas. Y la situación aparece aún más complicada por el hecho de que el Parlamento aprobó -de evidente mala gana- la ley de devolución a Escocia, y en el seno del propio partido gobernante existe un poderoso sector que se opone frontalmente a ambas leyes autonómicas.

La alternativa es la simple revocación de las leyes, al no haber cumplido éstas el requisito del 40% impuesto por los Comunes. Pero esto significa para el Gobierno el reconocimiento de su incapacidad para sacar adelante unas leyes que han consumido una buena parte de la vida del actual Parlamento. El señor Callaghan, de otra parte, deberá afrontar probablemente en los próximos días un voto de confianza solicitado por la oposición conservadora, y para ello le será imprescindible contar con los nacionalistas escoceses o los galeses. Los próximos días serán una permanente negociación para el Gobierno laborista.

El líder conservador en los Comunes, Normas St. John-Stevas, declaraba anoche que el señor Callaghan no puede seguir adelante con la idea de las asambleas autonómicas, su más caro proyecto legislativo en el último año, y que, quiéralo o no, habrá de considerar la conferencia constitucional sobre el tema propuesta por la señora Thatcher si quiere resucitarlo.

En medios cercanos al partido gobernante se señalaba que a falta de perspectiva mostrada por Downing Street sobre la real situación galesa había que añadir una sobreestimación de las fuerzas del nacionalismo escocés.

Si las elecciones parciales son un barómetro indicativo del pulso político británico, el señor Callaghan no habrá dejado de impresionarse por los resultados obtenidos el jueves por los conservadores en dos de sus feudos. Su victoria se consideraba segura, pero la magnitud de la misma, con incrementos del 10% y el 8% respecto de anteriores votaciones, ha sorprendido a los propios tories.

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