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Predominio de los partidos de ámbito estatal

Un claro avance de UCD y un avance menor de los socialistas, junto con unas pérdidas muy inferiores a las previstas por parte de Convergencia i Unió, son las notas características del balance electoral catalán. Se cumplen las dos previsiones más temidas por el catalanismo político: un total predominio en Cataluña de los partidos de ámbito estatal y una clara tendencia a la homogenización entre el electorado catalán y el del resto de España, circunstancia esta última que se encuentra a las antípodas de lo acaecido en el 15 de junio de 1977.

Respecto al Senado, los cambios también son de entidad, con una derrota de la Entesa, apoyada por los comunistas, y reparto de escaños entre socialistas y UCD. En este capítulo sorprende que Josep Benet resultara elegido solamente en cuarto lugar, cuando numerosos pronósticos lo situaban en mejor lugar.La coalición que encabezaba Jordi Pujol habría, según todos los indicios, remontado algo su gran tendencia inicial hacía la baja, con lo que su pérdida de diputados se limitaría a dos, pasando de los once del 15 de junio, a nueve. Los dos diputados perdidos son tomados por UCD en Lérida y Gerona, respectivamente. En cambio, en el cinturón industrial de Barcelona, Pujol se habría beneficiado de algunos votos de la pequeña burguesía catalana, que antes votó PSC-PSOE y que ahora habría cambiado de actitud al ver la dependencia de dicho partido de la organización central del PSOE, así como su fuerte implantación entre los trabajadores inmigrantes. Este hecho frenó una baja que, de otro modo, habría sido mucho mayor.

El leve descenso comunista -de ocho diputados pasa a tener siete- no parece tener motivaciones especiales. Representaría particularmente un abandono de esta opción por sectores de la burguesía liberal, que el 15 de junio le votaron con espíritu de resistencia antifranquista y que ahora han optado por los socialistas o Pujol. Por su parte, Esquerra continúa conservando el único diputado que obtuvo el 15 de junio -Heribert Barrera, por Barcelona- y, en cambio, Xirinacs desaparece de la escena parlamentaria al fracasar su intento de ir al Parlamento.

Respecto a los relativamente pocos votos obtenidos por Coalición Democrática, que sólo consigue un diputado, en la persona del monárquico liberal Antonio de Senillosa, es de indicar que dentro de la propia Coalición, y según fuentes directas, se produjeron actitudes próximas al boicot por parte de sectores de la antigua Alianza Popular que simpatizan con López Rodó. Ello no obstante, es de reconocer a Senillosa el gran mérito de haber sabido dar un carácter moderno y renovado -por no decir antifranquista- a un sector político que en el 15 de junio estaba dominado por personajes de la dictadura franquista.

Con estos resultados, una de las muchas cosas que desaparecerán será el unitarismo autonómico, del cual la anterior Entesa era el más claro exponente. Ahora, en efecto, no habrá dificultades para consensuar entre los dos grandes partidos el estatuto de autonomía, mientras que, por otro lado, la posibilidad de llevar a cabo acciones populares y apartidistas en favor de la autonomía -recuérdense las grandes manifestaciones del pasado- queda reducida a la más mínima expresión.

Dirigentes políticos ajenos, e incluso contrarios, a Jordi Pujol indicaron que, en esta situación tan desastrosa para la autonomía de Cataluña, el hecho de que Pujol -aún no homologado a nivel estatal- no haya perdido todos los votos que se preveía, constituye una leve esperanza. Pero con relación a este sector político se espera una inminente operación política, protagonizada por Tarradellas y ya descrita en estas páginas, que constituiría un paso más en el sentido de la disolución de la especificidad política catalana dentro de los esquemas bipartidistas.

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