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Jamaica, un socialismo reformista amenazado

Las pintadas que, incansablemente, repiten el lema «Los pobres no podemos más» recuerdan los graves incidentes que se. produjeron en Jamaica, y especialmente en Kingston, la capital, a mediados del pasado mes de enero, cuando el Gobierno del primer ministro, Michael Manley, aumentó los precios de la gasolina. En esa ocasión, miles de personas salieron a las calles y exteriorizaron su protesta por la subida con barricadas, boicot a los medios colectivos de transporte y coacciones a los automovilistas. Los enfrentamientos con la policía produjeron seis muertos. El Gobierno se vió obligado a decretar el toque de queda.El pasado martes, 13 de febrero, dio la razón a los jamaicanos supersticiosos: el país se despertó con la desagradable noticia del aumento en los precios de casi un centenar de productos alimenticios, muchos de ellos de primera necesidad. Las reacciones están siendo muy duras, sobre todo por parte del principal partido de oposición, pero, afortunadamente, hasta ahora no se han traducido en incidentes callejeros violentos.

Junto a la noticia del aumento de precios, los periódicos de Kingston se hacían eco de un escandaloso caso de corrupción, protágonizado por un alto funcionario del Gobierno que recibía sobornos a cambio de favores a compañías norteamericanas. El deshonesto funcionario, alto dirigente de la compañía estatal de comercio, ha conseguido huir del país, con la vista gorda de las propias autoridades del Gobierno, según se dice. Estos dos hechos simultáneos están siendo aprovechados por el Partido Laborista de Jamaica (que, a diferencia de Gran Bretaña, ocupa la posición más derechista del espectro político nacional), para arreciar en su ininterrumpida campaña contra el Gobierno del Partido Nacional del Pueblo, al que pertenece el primer ministro, Michael Manley, con el objetivo evidente de preparar el terreno para una victoria laborista en las elecciones de 1981.

Y, en verdad, no le será fácil al partido de Manley permanecer en el poder dentro de dos años. Al menos que consiga remontar en ese breve período de tiempo las terribles dificultades económicas que el país sufre.

El origen de la crisis

Para comprender las razones de la actual situación de Jamaica hay que volver la vista, como casi siempre, a la política y escudriñar en los fundamentos de las distintas posiciones ideológicas que conviven en el país.Hasta 1972, año de la llegada al poder de Michael Manley mediante elecciones libres, Jamaica era un paraíso caribeño, preferido por los turistas de todo el mundo y mimado por los inversionistas norteamericanos y canadienses, que obtenían pingües beneficios con la explotación de los recursos naturales de la isla.

El país estaba en manos de un reducido grupo de jamaicanos enriquecidos (las veintiún familias), indecorosamente entregados a los capitales extranjeros.

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Manley, un sindicalista avezado, hijo de uno de los siete héroes nacionales (Norman Manley, fundador del Partido Nacional del Pueblo y antiguo primer ministro), obtuvo la victoria electoral apoyado por los sectores más empobrecidos del país, a quienes prometió aliviar sus duras condiciones de vida.

El nuevo primer ministro no ocultó en ningún momento sus simpatías hacia Fidel Castro y el sistema cubano, aunque desmintió con igual calor sus supuestas inenciones de implantar en el país el socialismo científico. Su Gobierno desarrollo desde el principio programas para equilibrar la distribución de la riqueza, eliminar algunos privilegios de minorías enriquecidas y rescatar la soberanía de los medios básicos de producción del país, respetando escrupulosamente el sistema democrático.

Bastaron estos indicios para que se produjera una inmediata reacción. Los extranjeros disminuyeron progresivamente sus aportaciones a la economía jamaicana. Los capitalistas locales, abiertamente hostiles al tinte izquierdista del Gobierno de Manley, convirtieron sus bienes en dinero contante, lo trasfirieron al exterior y muchos de ellos abandonaron la isla. Fuera de las fronteras del país también se hizo lo posible por desprestigiar al Gobierno de Manley. En Estados Unidos una campaña periodística hizo descender a menos de la mitad el número de turistas que visitaba la isla. A todos estos fenómenos se unió la recesión mundial provocada por la crisis del petróleo en 1973 y la caída, algunos años más tarde, de los precios de la bauxita, principal productora de divisas de Jamaica.

Circunstancias adversas

A pesar de tan adversas circunstancias (o, acaso, gracias a ellas), Michael Manley fue reelegido en 1976 e incluso su partido aumentó el número de escaños en la Cámara de Representantes, que dominó ampliamente por 43 a 17.Al iniciarse su segundo mandato, Manley había evidentemente refrenado sus manifestaciones de simpatía hacia Castro y avivado su alineación con los postulados de la socialdemocracia de cuya Internacional es vicepresidente.

El daño ya estaba hecho, sin embargo. La tan deseada reactivación no llegaba: el desempleo alcanzaba cotas superiores al 30%, el déficit crónico de la balanza de pagos se consolidaba y las arcas del Estado estaban más que vacías.

El Gobierno de Manley, que había recibido ayuda significativa, pero insuficiente, de algunos países amigos, como Venezuela, no tuvo más remedio que mendigar ante el Fondo Monetario Internacional.

Este organismo concedió a Jamaica, en mayo de 1978, un crédito de 250 millones de dólares (17.500 millones de pesetas), absolutamente precisos para salvar de la asfixia al país. Pero, a cambio, impuso sus condiciones, que ya son conocidas en otros lugares del Tercer Mundo: sería el FMI quien elaboraría el programa económico del Gobierno de Jamaica y éste debería ajustarse estrictamente a él.

La aplicación de este programa está produciend o los resultados presentes. Manley hubo de poner en marcha una serie de medidas profundamente antipopulares: aumento de los impuestos, devaluación del dólar jamaicano (que será equivalente al 50% al final del programa), eliminación de las subvenciones a determinados productos, con el consiguiente aumento de precios, estricto control de las importaciones, que se traduce siempre en escaseces y drástica reducción del gasto público.

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