Rabat busca más respaldo político en París
En medio de crecientes dificultades internas y externas, el rey Hassan II de Marruecos inició ayer una visita privada a Francia en la cual, según los medios políticos de Rabat, solicitará del presidente Giscard d'Estaing una mayor clarificación de la postura francesa con respecto al conflicto del Sahara y respaldo político. Hassan II será recibido mañana por el presidente francés.
Las relaciones franco-marroquíes no se encuentran en un período espectacularmente bueno, aunque tampoco puede decirse que sean muy malas. Los dos jefes de Estado no se han entrevistado desde noviembre de 1976. Las diferencias principales entre Francia y Marruecos se refieren a la actitud francesa a partir del golpe de Estado en Mauritania del 10 de junio de 1978, que se consideró inspirado por París.
Para los marroquíes, a partir de esa fecha se ha creado una situación nueva en la región en detrimento de sus posiciones. El acercamiento de Nuakchott a Argelia y al Polisario, la actitud ambigua de París, la equidistancia entre Rabat y Argel que mantiene ahora España, antigua potencia colonizadora, el distanciamiento intencionado de Washington unido a una escalada de la guerra por parte del Polisario, que el 29 de enero último atacó la ciudad de Tan-Tan en territorio marroquí, son otros tantos factores que debilitan la posición negociadora de Marruecos, precisamente ahora en que el relevo de la dirección en Argel podría haber sido motivo de una gran reconciliación entre estos dos principales países magrebíes.
Junto a estos problemas externos se produce poco a poco una cierta erosión del frente interno, consolidado a partir de 1975 con la marcha verde. La mayoría de los partidos políticos, incluido el Istiqlal, que participa en el Gobierno con cinco ministros, consideran poco enérgicas las respuestas del monarca a los últimos ataques. El Socialista, que es el más importante de la oposición, preconiza «responder a Argel con sus mismas armas», y sobre todo ha enfatizado públicamente estos días que no está dispuesto a permitir que el conflicto del Sahara siga siendo utilizado por el Gobierno para justificar el sustancial descenso del poder adquisitivo de los trabajadores.
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