Callaghan intenta resistir sin acudir a las urnas
El primer ministro británico tiene intención de resistir al frente del Gobierno sin acudir a las urnas, si puede evitarlo. En una larga entrevista televisada, James Callaghan ha reconocido las dificultades de su pretensión, a pesar de lo cual está dispuesto a apretar las clavijas al país en el próximo presupuesto, sean cuales fueren sus consecuencias políticas.
Si las declaraciones del jefe del Gobierno responden realmente a sus intenciones, o si son una cortina de humo, se verá en las próximas semanas. De lo que no parece haber duda es de la tenacidad del señor Callaghan para mantener la inflación por debajo del 10%, cuyo último botón de muestra es la subida en un punto y medio, hasta el 14%, del tipo de interés del Banco de Inglaterra. Aunque el Gobierno pretende que la medida es puramente técnica, nadie duda que está destinada a contrarrestar los efectos alcistas de los acuerdos salariales negociados o en curso y que constituye una advertencia de hasta dónde está dispuesto a llegar el ministro de Hacienda en los próximos presupuestos generales.Al margen de los deseos del primer ministro, lo cierto es que dos factores objetivos condicionan decisivamente su permanencia en el poder a corto plazo. El primero son los referéndums autonómicos de Escocia y Gales del 1 de marzo. A la luz de sus resultados, el señor Callaghan sabrá si puede o no seguir contando con el apoyo parlamentario de los nacionalistas, gracias a los cuales y a los diputados del Ulster consigue sobrevivir en los Comunes.
El segundo elemento es el presupuesto, que será presentado en primavera y que, según todos los indicios, puede contener medidas tan impopulares como el aumento de los impuestos y la reducción del gasto público. Callaghan ha sido explícito en este punto: «Quiero ganar las elecciones, pero quiero hacerlo tan limpiamente como sea posible. Y si eso significa un duro presupuesto, yo no lo quiero, pero tendremos que tenerlo.»
Huelgas selectivas
Esta clara advertencia del líder laborista a los sindicatos, a cuyas presiones reivindicativas el Gobierno achaca de forma exclusiva casi todos los males venideros, no ha impedido que James Callaghan reconociera que ha subestimado claramente las aspiraciones y el alcance de la actitud de los trabajadores a lo largo de este invierno conflictivo. Gran Bretaña está sufriendo ahora mismo los efectos de una ininterrumpida serie de huelgas selectivas de los empleados que dependen de las autoridades locales, quienes han rechazado el 8,8% de aumento salarial propuesto por sus empleadores, y mantienen desorganizados hospitales, escuelas, recogida de basura, cementerios y un largo etcétera de servicios públicos. El último episodio de este clima de agitación laboral es una amenaza de huelga total en British Leyland, de más de 100.000 obreros, que parece poder evitarse a la hora de redactar esta crónica, tras el voto contrario de los trabajadores en la mayoría de las 34 plantas de la firma automovilística británica.Mientras tanto, prosiguen intensamente y progresan las conversaciones de armisticio entre el Gobierno y los sindicatos, piedra angular del afianzamiento político laborista. Ayer volvieron a reunirse en Downing Street los líderes de las TUC (confederación sindical) con el primer ministro, y a juzgar por el cauto optimismo de las dos partes, es más que probable que a mediados de la semana próxima se anuncie urbi et orbi que sus «relaciones especiales» han sido restauradas y que la máquina política laborista está lista de nuevo para funcionar alimentada por el combustible de unos sindicatos reconciliados con la dirección de su partido.
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