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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Farreras: una retrospectiva

FarrerasGalería Rayuela. Claudio Coello, 19

Con motivo de la edición del libro Farreras, análisis y proceso de su pintura, de José Marín-Medina, se ha colgado en la galería Rayuela una corta, aunque suficientemente ilustrativa, exposición antológica de este pintor catalán, vinculado, sin embargo, por un azar biográfico, a la joven vanguardia madrileña de 1958. El caso de Farreras puede considerarse a este respecto característico, y casi nos, atreveríamos a decir que paradigmático, del proceso de, asunción a lo «moderno» de aquella generación de Feito, Saura, Canogar, Millares, Palazuelo ... ; proceso que se inicia en su airada ruptura con el clasicismo «d'orsiano» y la veta castiza de un Palencia o un Zabaleta, para dispararse luego hacia la búsqueda febril de una identidad formal inconfundible, voluntad esta de singularidad que no siempre constituye un estilo.

Farreras sufrió, como tantos otros jóvenes pintores de la época, la benéfica, por tolerante, influencia de Vázquez Díaz, y aquí, en Rayuela, lo demuestran algunos ensayos neocubistas al temple de la década de los cincuenta, donde también cabe advertir un muy probable eco de Bores y Peinado, cuyas obras debió ver Farreras en París entre 1953 y 1954. Al fin, y como tantos otros jóvenes pintores de la época, Farreras acabó decidiéndose por la abstracción, tras algunos escarceos dilatorios con aquella figuración estilizada a lo Campigli que Lara había puesto de moda, tanteando nuevos materia les y un colorido mucho más bronco. Eran los años de "El Paso", pero Farreras permanece al nmargen del grupo, entretenido, como con acierto apunta Marín en su libro, por una serie de murales, vidrieras y mosaicos de carácter sacro y marcado acento ornamental, mientras Saura, por ejemplo, paladeaba los placeres de un talante más ferozmente «vanguardista» a la vera de Alberto Greco.

En la España de 1960, profesar de vanguardista parecía exigir, antes que nada, el usufructo en exclusiva de algún material insólito ya fueran arpilleras, tierras, maderos, telas y chapas metálicas o trapos; tenía, así, nuestra pintura el aire de un vedemecum para maestros de obra. También Farreras encontraría entonces su material: el papel de seda, transformado, a través de laboriosas manipulaciones, en vistosas e insinuantes veladuras de indudable efecto decorativo. Con sus collages de estos años, que van desde 1959 hasta 1966, Farreras conquistó un lugar propio en las grandes exposiciones internacionales con que se celebró el retorno de los artistas surgidos de la España del desarrollo al redil de la vanguardia: Venecia, La Haya, Basilea, Munich, Oslo, Londres, Nueva York... Ya se podía hablar de nuevo de una escuela española de pintura sin sofoco, y en ella Farreras representaba, sin lugar a dudas, cierto refinamiento distante, opuesto a los «excesos» de un Millares o de un Lucio Muñoz. En la exposición de Rayuela hay algunas buenas muestras de este período, que culmina con las exposiciones de Farreras en Nueva York y sus grandes murales collages para el pabellón español de la Feria Mundial de 1964 y numerosos edificios públicos.

A partir de 1966, la pintura de Farreras se transforma, apareciendo ahora un principio de ordenación mucho más rígido, casi geométrico incluso, y eventualmente, vagas evocaciones naturalistas. Las gamas sombrías se aclaran, hasta alcanzar la variedad y viveza de sus últimos collages, entonadas, eso sí, como de costumbre, por las transparencias y veladuras del papel coloreado; pero lo más singular de su producción reciente, de la que en Rayuela encontramos estupendos ejemplos, es quizá el uso del papel como superficie autónoma, y no tan sólo como materia extensa, lo cual le

Farreras: una retrospectiva

permite a Farreras, mediante pliegues y superposiciones de gran nitidez, acentuar sobre el plano del cuadro la ilusión de volumen de sus «figuras», puesto que de figuras se trata, y no de trazos. De este modo, Farreras realiza el sueño naturalista implícito en buena parte del informalismo europeo, sin recurrir al uso de materiales de desecho. Un proceso, pues, inverso al que llevó a Matisse a recortar y pegar papeles de colores sobre un soporte neutro; un proceso, en cualquier caso, de notable coherencia y discretos resultados, si bien un tanto elíptico.

Esta semana

Mentiríamos si pretendiéramos hallarnos ante un panorama de exposiciones que resultara halagüeño. La cuesta de enero es ardua en todos los campos y no iba a ser el del arte su excepción. Están, por supuesto, al caer algunos grandes nombres, sobre los que ya hemos dado aviso en anteriores crónicas, pero el despertar del año debe purgar aún cierta resaca. Con todo, mentiríamos también si dijéramos que nada ocurre en el mundo de las galerías. Siguen éstas ofreciéndonos cosas y, entre todas, algunas merecen, para bien o para mal, cierta mención.En la galería Egam (Villanueva, 29) tenemos a Javier Pereda, joven pintor con algunas exposiciones ya en su haber. Múltiples veces becado (la última vez por la Fundación March, en 1977), se le situará así como promesa dentro de las últimas corrientes figurativas. Sin embargo, las mismas influencias que lo sitúan en ese campo resultan, todavía, demasiado evidentes. La más directa es, sin duda, la del padre Bacon, reconocible en la concepción del espacio y en la utilización de ciertos recursos expresivos (por ejemplo, la acentuación por medio de flechas). No obstante, un deje irónico, muy propio de su generación, en personajes y escenas rompe con el dramatismo baconiano e insinúa un posible y esperanzador alejamiento del punto de partida.

Otro joven, Ignacio Samper, presenta por primera vez sus trabajos en El David (General Oraa. 8). Emplea en ellos una técnica insólita, la del pirograbado, tradicionalmente reservada a la producción de objetos artesanales. Samper traslada esa técnica al terreno de una figuración pictórica de corte muy realista, aunque se empeña en hacer evidente la herencia de un pasado informal. Es tos trabajos, con un contenido fuertemente literario, quieren ser la crónica sentimental del ambiente en que se mueve el artista. Mitología de los amigos, de la bohemia londinense, del vino y la guitarra o de la militancia política, todo resulta aquí muy años sesenta. Ello, sumado a algunos desajustes plásticos, no hace sino lastrar una obra que, sin embargo (y no sólo por lo insólito del medio emplea do) posee numerosos aciertos. Habrá que prestar atención a los futuros trabajos de Samper, pues, aunque lo que hoy tiene de demodè pueda darle cierto encanto ingenuista, las posibilidades que aquí parecen aflorar merecen, sin duda, mejores derroteros. Tras siete años de ausencia en esta ciudad, expone en la galería Juan Mas (General Castaños, 15) el pintor catalán Daniel Argimón. Con un pasado informalista (como casi todo el mundo, por otra parte, en este país), Argimón inició una vuelta hacia la realidad, allá por los años sesenta, con la inclusión en sus obras de fotos y objetos diversos. Ello le valdría ser incluido (por Dorfles, entre otros) en ese llamado pop catalán que reunía de forma bastante sorprendente, a nuestro entender, a gente como Guinovart o Rafols. Sabemos ya que en el saco del pop han caído cosas muy diversas, y uno sólo entiende muy a regañadientes muchas de las presencias. En esta exposición, Argimón nos presenta, principalmente, una serie de cajas acristaladas en las, que se recogen diversos materiales: carbón. celuloide, alambre, trapos. Algunos (papeles, cerillas, envases plásticos, discos) presentan la huella del fuego. Pero todos esos detritus se ordenan por separado hasta llenar por completo cada recipiente. A más de uno estas obras le recordarán insistentemente los trabajos de Arman en su época inmeditamente anterior a la utilización del metacrilato. Quienes así piensen no andarán del todo desencaminados. Pese a todo, una cierta dosis de sabiduría plástica por parte de Argimón hará menos irritante el precedente en esta suerte de labor arqueológica sobre el desecho de nuestra cultura.

Otros dos nombres de cierta resonancia exponen también en Madrid. En la galería Biosca (Génova, 11) se presentan óleos del americano John Ulbricht. Afincado desde hace años en Mallorca, Ulbricht cultiva un realismo vaporoso y retrata, con igual complacencia, a una primera dama estadounidense o a un inmenso manojo de rábanos. No seremos nosotros quienes veamos contradicción alguna entre una y otra opción, pero tampoco habremos de apreciar el esfuerzo.

En Aele (Claudio Coello, 28, entrada por Puigcerdá) Barbadillo, siempre fiel a sí mismo, continúa combinando sus eternos módulos. Y ello cuando van a cumplirse los diez años de aquella «generación automática de formas plásticas» ,que animara el Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid.

En el marco de las Misiones de arte, rescatadas con loable acierto por el equipo que actualmente dirige el museo del Prado, se está celebrando un ciclo de conferencias dedicado a Goya. El próximo miércoles, 24 de enero, Pierre Gassier, bien conocido por un monumental catálogo crítico de la obra de Goya y numerosos estudios sobre sus dibujos, tratará de Goya en Francia. Las cartas de Goya es el tema sobre el que versará la que pronuncie una semana más tarde Xavier de Salas, quien prepara en estos momentos la edición de un importante paquete de cartas inéditas. Las sesiones tienen lugar en el Casón del Buen Retiro, entrada por la calle de Felipe IV.

Dan hoy comienzo en La Granja unos encuentros entre arquitectos españoles e italianos organizados por el CINFE y que cuentan con la participación de personalidades tan destacadas de la nueva arquitectura italiana, como son: Rossi, Tafuri, Grassi o Aymonino.

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