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La neutralidad y la política exterior: el "equilibrio ibérico" / y 2

Emilio Menéndez del Valle

(Comisión Internacional del PSOE)La opción de España en política exterior debería ser la neutralidad. En nuestra opinión no cabe duda sobre tal opción, aunque sí respecto al grado, forma y matices de la misma. Es también la opinión del PSOE expresada en nuestro XXVII Congreso mediante la oposición a la política de bloques. Ahora bien, partiendo de la irreversible realidad de que no es neutral quien quiere sino quien puede (si bien el nivel de esfuerzo que se ponga en el empeño influye), creo que es necesario hablar de una estrategia y de una táctica de la neutralidad. La neutralidad preconizada para España ha de ser un objetivo estratégico, para conseguir el cual hay que crear las condiciones precisas (tácticas) que vayan desbrozando el camino. Ni el PSOE ni nadie con un mínimo de seriedad política puede reivindicar para nuestro país la neutralidad automática. Sería ignorar la ubicación geopolítica de la Península Ibérica. Hay que hablar de una vía hacia la neutralidad. O si se prefiere de una neutralidad ideal y de una neutralidad posible. La posible es la inmediata, la real (todo lo que sea posible arrancar a la coyuntura geopolítica presente). La ideal, sin embargo, puede. convertirse en real en el futuro. Estas matizaciones tienen un sentido especial al referirlas a países como España que, en la actualidad, se hallan plenamente integrados en el «sistema defensivo occidental».

A largo plazo y en relación con el área en que se plasmaría de un modo más efectivo nuestra neutralidad, la neutralidad ideal coincidiría con la final eliminación de la hegemonía de las dos grandes potencias en el Mediterráneo y, posiblemente, con la efectiva neutralización y desnuclearización del Mare Nostrum.

La neutralidad posible, ahora, podría consistir en el fomento activo de la distensión en el área, mediante una mayor vinculación y relaciones económicas más justas entre ambas riberas del Mediterráneo. En resumen, la progresiva realización de la neutralidad posible (táctica de la neutralidad) nos acercaría paulatinamente a la neutralidad real (estrategia de la neutralidad).

El «equilibrio ibérico»

Ayer considerábamos el concepto y características del «equilibrio nórdico» que opera en Escandinavia: dos países integrados en la OTAN (Noruega, Dinamarca), uno que practica la neutralidad permanente basada en una decisión política (Suecia) y otro, igualmente partícipe de la neutralidad permanente sobre base política -no jurídica, ni constitucional-, pero con un especial Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua con la Unión Soviética (Finlandia).

En una situación como la descrita y en un momento agudamente conflictivo es obvio que Suecia se inclinaría hacia Occidente y Finlandia, probablemente, hacia Oriente (o más bien ambos países serían forzados a ello, por uno y otro bloque). Pero por momento «agudamente conflictivo» entiendo una situación que roza o es ya la confrontación directa -probablemente en Europa- entre uno y otro bloque antagónico, lo que afortunadamente no es una situación corriente. La ventaja del «equilibrio nórdico» para Suecia y Finlandia, para Escandinavia, para las relaciones internacionales en Europa y, en definitiva, para la política de paz que el socialismo democrático debe fomentar, estriba en que tal equilibrio beneficia el no fortalecimiento de la política de bloques antagónicos, objetivo prioritario a conservar en el camino conducente a la modificación definitiva (aunque no inmediata) de las estructuras de la sociedad internacional de nuestro tiempo.

Salvando las necesarias distancias, ¿por qué no patrocinar para España algo similar? En la línea del «equilibrio nórdico» podría propiciarse para la Península Ibérica y, en general, para el sur de Europa, un «equilibrio ibérico». Y no tiene por qué ser extraordinariamente difícil convencer a las dos superpotencias (incluida «nuestra potencia hegemónica», los EEUU) de que tal posición favorece la distensión y no debilita (pero tampoco fortalece) el actual sistema de alianzas en Europa. Tal equilibrio no daña los actuales intereses estratégicos de ninguna de las dos superpotencias y desde luego no los de Estados Unidos (con los cuales, guste o no, hemos de contar durante largo tiempo para consolidar nuestro margen de autonomía).

Pero lo más importante es que el «equilibrio ibérico» (en el que España, con los imprescindibles matices, jugaría en el sur de Europa un papel mixto entre Suecia y Finlandia) haría posible lo para nosotros más importante: consolidar nuestra independencia y soberanía nacionales, poner en práctica un muy decente grado de autonomía en nuestras relaciones internacionales (con el Mediterráneo, África y América Latina, especialmente) y contribuir dignamente a la, distensión y al definitivo cambio de estructuras del sistema internacional. Todo ello beneficiaría, sin duda, el verdadero interés nacional de España.

Los componentes de este tablero ibérico, en primer o segundo grado, serían, por un lado, Portugal, Francia e Italia, que ya están integrados en la OTAN, si bien a distinto nivel en el caso francés (aunque ello no afecta a la capacidad defensiva de la Alianza Atlántica a la hora de la verdad) y, por otro, España, que continuaría fuera de la OTAN, pero manteniendo (aunque reformándolo) el Tratado de Amistad y Cooperación de Amistad con Estados Unidos.

El paralelismo entre el «equilibrio nórdico» y el «equilibrio ibérico» propuesto, es evidente: Finlandia, con su Tratado de Amistad y Cooperación con la URSS y España con el suyo con EEUU. Si el nórdico funciona a la perfección, ¿por qué no puede funcionar un equilibrio ibérico? ¿A qué puede temer Occidente, la OTAN, en suma, EEUU? ¿Máxime cuando -a diferencia de Finlandia, que no tiene bases ni tropas soviéticas en su territorio- nosotros tenemos bases y tropas norteamericanas en el nuestro? El PSOE está (XXVII Congreso) por la desaparición de todas las bases militares extranjeras en el territorio nacional, pero es de elemental sentido común que tal objetivo no es a corto plazo.

Estoy convencido de que tal fórmula es, desde una óptica socialista, políticamente correcta y estratégica y geopolíticamente, realizable. Y lo que es más: se trata de la única posibilidad para España -país de desarrollo económico intermedio y con muy atractivos lazos culturales con el mundo árabe y latinoamericano- de desplegar en esas áreas una política internacional que, sirviendo de nexo verdadero entre las mismas y Europa occidental (a la que cultural y económicamente pertenecemos), promueva eficazmente la cooperación e intercambios humanos, políticos y económicos, encaminados a la decidida construcción de un nuevo y justo orden internacional, en el que nuestro país no sólo podrá hacer gala de participar con plena legitimidad, sino también ser beneficiario del mismo.

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