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Reportaje:

Los objetos de regalo, una muestra de la sensibilidad actual

Seguramente fue traída a Andalucía desde Indias, tal vez desde Inglaterra, por aquellos industriales que venían a trazar los primeros ferrocarriles o las carreteras de la modernidad, pero lo más probable es que fuera hecha por artesanos franceses, pese a que en la piecera está pintado, sobre incrustación de nácar, el palacio de Westminster. La cabecera, de la misma altura que la parte que corresponde a los pies, presenta, como ésta, la talla curva del primer arte romántico -efectivamente, la cama está fechada entre los últimos años del siglo XVIII y no después de la primera década del siglo XIX- y el tiempo, que ha levantado el pan de oro cuidadosamente extendido por el pintor, deja ver, bajo los barnices oscurecidos, los brillos del nacar y el marfil. El papel maché del que ha sido hecha contrasta su aparente fragilidad con la soberbia de los cuatro palos de hierro que soportarán el ancho colchón, y la reciedumbre de las columnillas también de hierro, pintadas, que mantienen en alto el armazón del dosel. Este, desprovisto de sentido en un clima mediterráneo y saneado, pero necesario para el mosquitero colonial, ha debido ser la causa de que la señora sevillana, hasta ahora dueña del hermoso objeto, se decida a desprenderse de él. Por 700.000 pesetas es suya, termina el anticuario.El joven vendedor exhibe sus conocimientos: «El art nouveau -dice señalando una espléndida figura, Dafnis y Cloe abrazados los bustos- empieza a funcionar ahora en Castilla, pero gusta más en Cataluña y en Francia. Como los catalanes tenían a Gaudí ... » Los catalanes, ahora, siguen fabricando en series limitadas, consideradas artesanales, esas lámparas, esos espejos prodigiosos, esos jarrones que son cabezas de Medusa y damas largas con perro, unas decó, otras novecientos. Pero para encontrarlas hay que pasar a la otra ala de la exposición: de momento en estos 3.000 metros cuadrados de la Navidal 2 ocupados por las antigüedades se siente que aquella sensibilidad barroca de primeros de siglo sigue viva. Es posible que, a estas alturas, suba más el juego de tabacos de época, en plata y cristal, que la tabla de un buen taller del XVIII. Y que el mantón de Manila («desde 15.000 a 50.000 pesetas los más difíciles. Vea éste, isabelino, que se ha conservado blanco y tan limpio. Hay muchas veces que en la feria los mantones se repisan, se manchan de barra de labios, y aunque la pátina del polvo se quita en la tintorería, esas manchas húmedas del vino no salen... Y los mantones son de fiesta, ya se sabe») atraiga más que los severos muebles neomodernos. Pero hay de todo.

En el Palacio de Cristal de la Casa de Campo puede verse, después de interesarse por la silla colgable, de lona, para contener al niño modesto en la mesa del restaurante, o la casa de madera y plástico en la que cabe, para jugar, y que vende la familia en pleno, inventores y artesanos, matrimonio y dos bebés (Liliahause se llama), puede verse el artefacto digit 2000, llaveros y posters que son termómetro de ambiente, digital, y que se anuncia con un «descubra el mundo de cristal líquido». Además del Expo-Art 78 -desde óleos a múltiples, desde la abstracta figuración fotográfica de Ubeda al impresionante colectivo homenaje a Goya, organizado todo por la comisión presidida por José Luis Cerón, y asesorada por Enrique Azcoaga, José Camón Aznar, José de Castro Arines y Juaria Mordó, bajo la dirección de Antonio Leyva y el patrocinio de la Reina- las mil artesanías: el vendedor oriental, que parece venido del Gran Bazar de Estambul, pero que en realidad viene dispuesto a dejarlos alfanjes de plata curva y las chilabas de algodón teñidas y bordadas, las largas pipas para kiff y las cañas esbeltas, del Tánger antisemita de hace diez años, y ahora de la Costa del Sol. Una cita con esa chuchería de poco precio y mucha imaginación, y el acento, desbarradas las eses de los muchos argentinos y uruguayos que han encontrado aquí un trabajo eventual.

El tren, la ilusión

Seguramente, la pasión unánime está en esa sorpresa que sigue siendo el tren eléctrico. Los raíles, las estaciones, los túneles, los semáforos. La Asociación de Amigos del Ferrocarril, locos coleccionistas de objetos que tienen que ver con el tren y su actividad con el ocio, han montado ese complicado juego de vías que funciona, perfectamente sincronizado. Son -salvo un talgo hecho por uno de ellos- esos modelos comerciales, normales, que siguen haciendo las delicias de los niños y de los mayores, un recuerdo -aquella vieja y viva sensibilidad- de los años terribles y dulces de la primera revolución industrial. En torno al tren que anda, una exposición de todas esas locuras: fotos, objetos, viejas maquetas, trenes de colección.

Más al alcance del detalle, más escaso para la vista, la exposición de Aele, que bordea, gracias a los materiales insólitos y a los múltiples, esas oscuras fronteras donde el objeto arte extiende su disfrute a muchas más gentes. Múltiples de José Luis Fajardo -abstractas serigrafías sobre chapa, increíblemente montadas en las toscas cajas- las joyas de Birgitta Bergh, donde el colgante o la sortija se hacen escultura; los collages con hojas y flores y revistas de Manuela Sanz, las gorditas encantadoras, múltiples de barro, esculturas exentas de madera o esas otras, voladoras en su masa de polliespán, de Ricardo Mesa, y las muñecas y los cuadros cosidos de telas antiguas y transparentes encajes, bordados, hilos. Una familia impresionante, ancien regime, preside una exposición alegre, jacarandosa, y el arte se vuelve regalo a no muy alto precio.

La sensibilidad de nuestros días va por aquí, donde la cultura adquiere todo el aire lúdico que debería tener siempre, donde la artesanía y el arte se hacen fiesta y la imaginación preside una manera de ganarse la vida y una manera de alegrársela.

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