No hay televisión
Los programas que TVE nos ofrece sólo ponen de manifiesto que en este país no hay televisión (ni educa, ni informa, ni entretiene). Y si, aun con reparos, fuese considerada televisión, desde luego no sería es pañola (véase porcentaje de pro gramas producidos en España). Una televisión que se permite el lujo de tirar veintisiete millones de pesetas por tres programas que no se emiten porque después de gra bados son considerados malos (programas de Miguel de los Santos sobre las noches de Nueva York, etcétera), una televisión que se permite el lujo de recortar un nefasto programa dominical de la tarde nada menos que veinte mi nutos para dedicarlos a la publicidad antes de emitir el programa siguiente, una televisión en que los programas infantiles ocupan diariamente menos de una hora, programas infantiles que, por otra parte, son el modelo vivo de antipedagogía (recuérdese, por ejemplo, El mundo de la música), una televisión así, en fin, no es la adecuada para un país que preten de ser democrático. La publicidad de nuestra televisión es simplemente una falta de respeto; se considera a los espectadores como si su condición mental fuera nula. Se les toma el pelo de una manera vergonzosa. Publicidad que, por otra parte no cumple su precepto fundamental, es decir, que sea demostrable. Así, tras un programa como Gente, hoy, clara prueba de lo que no debe ser un programa de televisión (frívolo e intrascendente), se nos meten cinco minutos de anuncios, una deprimente cuña sobre el referéndum, otros cinco minutos de anuncios y, por fin, el telediario. Ya está bien.
Y damos con un programa que se puede ver, uno de los escasos programas de nuestra televisión aceptables: La clave. Y a través de los sábados, uno se da cuenta de cómo en los momentos más interesantes, cuando el tema llega a su punto álgido, el señor Balbín nos anuncia que quedan diez minutos y debe pasarse a las preguntas de los espectadores. Carece así de la flexibilidad de programación necesaria para un programa-coloquio que se emite los sábados, en la segunda cadena, y tras el cual finaliza la programación, lo que debería permitir alargar el coloquio hasta un tratamiento más profundo del tema. Tratando sobre la mayoría de edad a los dieciocho años, a cuatro días del referéndum constitucional, el coloquio dura escasamente hora y cuarto, con un espacio intermedio para la publicidad. Desde luego, ya está bien. A pesar de lo que crean los directivos de Televisión, los españoles ya no nos chupamos el dedo.
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