Xirinacs
Me tiene harto Xirinas, hasta aquí me tiene, es que no lo trago, es que no lo paso al tío, qué barbaridad, qué paliza de cura, qué cura/palizas, qué cosa.Al final, naturalmente, con toda su santidad eremita y soberbia de teólogo descalzo, de cura rojo, de rojo de izquierdas, de izquierdista catalán, de catalán, y monseñor, ha votado que no, o eso dice o dicen los papeles:
-Después de todo, como don Marcelo -salta el abrecoches.
Eso, como don Marcelo, obispo leproso de Gabriel Miró, estetizante como el mironiano, pero, gracias a Dios, sin otra lepra que la teológicofranquista, Pero Grullo del pedregullo toledano. Me lo dijo el viejo Gide, curado de espantos, de Claudel y de curas:
- Mon petit, los extremos me tocan.
Xirinachs, con su perfil respingón de santo de palo mal terminado, con esa cosa raigal e insolente que da la beatitud agravada por la castidad (ha habido beatos muy lascivos, como Bocaccio y Rabelais, y eso les santifica), Xirinacs, digo, es un entrecruce de demasiadas cosas, y me ha recordado sin querer a Ernesto Cardenal, también cura, intransigente, paliza, distante, vertical e híbrido. No se puede ir de tantas cosas por la vida:
-¿Cuál es vuestro rollo, tíos?
No se puede ser al mismo tiempo mosén, rojo, senador o diputado o lo que sea, catalanista, santo, accésit del premio Nobel, que es ya casi tanto cachondeo como el Adonais, pobre, anticonstitucional, antifranquista y chato.
La acumulación de personalidades acaba siendo incómoda, como cuando Rilke entra en la mezquita de Córdoba y se encuentra dentro una cruz de Cristo. No es un malestar religioso (Rilke amaba más a Cristo que a los árabes). Es un malestar estético, un malestar en la cultura, y así me lo dijeron por entonces, en delicada postal conjunta, Rilke y Freud: todavía, conservo la postal, sobre la que se ha puesto amarillo el tiempo, y tiene en el anverso, ya saben, al Pensador, de Rodin. Rilke aún era secretario del escultor, y le robaba las postales para ahorrar.
Eso es Xirinacs: una cruz dentro de una mezquita. Hay alguna alta dama madrileña a la que he definido como una acumulación concéntrica de Bizancio, Avila y el Alto Nilo, y se ha enfadado mucho. Xirinacs es una cruz de palo santo de Montserrat dentro de un político catalanista descalzo, que a su vez está dentro de un congreso centralista con los zapatos bien lustrados, madrileñamente lustrados.
Demasié, mosén.
Como aquellas señoritas que iban a ser nuestras novias en los lluviosos cincuenta, siempre cantando bajo la lluvia, y que en sus veladas tocaban el piano, el violín, pintaban al difumino, fabricaban cap de frutas, recitaban poemas escritos por ellas, mismas -«he escrito un verso, ¿sabes?»- y mandaban cartas abiertas al periódico local. Les comíamos la merienda, porque hambre sí que había, y nos pegábamos una puerta.
Nunca más. Mihura lo explica muy bien en una función:
-El anís del Mono también lo hace la niña.
Uno prefiere las mujeres, los hombres, los mosenes, los políticos, los santos, los premios Nobel, los diputados, los senadores y los rojos, que son sólo una cosa en la vida y van a ella en corto y por derecho, con la larga paciencia que exigía Baudelaire al genio. La dama madrileña que se sobrepone culturas geológicas, el Ernesto Ché Cardenal Guevara o mosén Xirinacs, los seres acumulativos y de cinco cereales producen, en fin, algo así como un malestar en la cultura. Al menos, en la modesta cultura general de uno.
Inevitablemente, después de tantas vueltas y revueltas, los dos clérigos que más han ayudado al no en el referéndum han sido el purpurado de Toledo y el purpurado andrajoso y catalán, que tiene en los pies la púrpura de los sabañones, por ir descalzo, y en el alma el peso invisible de la púrpura de la soberbia en su forma más nociva: la santidad. Enhorabuena, chelis. Sólo os falta abrazaros y la sonrisa para Efe.