Después
Ignoro cuándo se conocerán los resultados del referéndum sobre la Constitución que va a tener lugar el próximo miércoles, día 6. Las computadoras del señor Martín Villa tendrán la última palabra, aunque, imagino, esta vez serán más rápidas en emitir su veredicto de lo que lo fueron en las elecciones del 15 de junio del 77, en las que tardaron hasta el infinito en aclarar los resultados e incluso aún hoy se ignoran ciertos datos, que han quedado en una apacible penumbra.Pero, en fin, vamos a suponer que al día siguiente de la consulta tenemos ya los resultados, que no es previsible arrojen grandes sorpresas: el porcentaje de los votos afirmativos será alto, y el de los negativos, bajo. Pienso que el número de las abstenciones se elevará más de lo que piensan los gobernantes y que, en conjunto, el triunfalismo de las centrales sindicales, los partidos políticos parlamentarios y el Gobierno irá decreciendo a medida que vayan pasando las horas, pues ese consenso tan amado -herencia de la unanimidad franquista- no existiría en la calle, en la España real, en la misma proporción que existe en el Parlamento, es decir, en la España oficial. ¿Podrán considerarse representativas unas Cortes en las que han votado a favor de la Constitución el 94,3 % de los parlamentarios, en contra tan sólo el 1,9 % y se han abstenido únicamente el 3,7 %, si los ciudadanos de a pie deciden votar de manera distinta a como lo han hecho quienes les representan?
Me temo que no. Y para decirlo francamente, me alegraré mucho de que sea así. Voy a explicarme, sin entrar en un análisis de la Constitución que, aunque me parece larga, ambigua en algunos temas importantes y mal escrita, es aceptable en su conjunto, lo que no impide que me dé con un canto en los dientes de alegría por no tener responsabilidad alguna en su elaboración. Bien. Es seguramente aceptable, porque estas Cortes son incapaces de presentar otra mejor, porque sería horrible volver a comenzar de nuevo la lenta elaboración y porque España debe tener una Constitución que elimine las anteriores leyes franquistas.
Mitterrand ha escrito hace poco que el grado de democracia de un país se nota en la utilización de los medios audiovisuales que controla el Poder. ¿Será preciso hablar de la fastidiosa insistencia de Televisión Española? En algunos momentos uno espera y hasta desea, fatigado por el bombardeo incesante de propaganda, que sea contraproducente tanto lavado de cerebro, es¿ intento de «comernos el coco» para obtener también aquí el consenso, esa anhelada abrumadora mayoría que el Gobierno intentará, naturalmente, capitalizará su favor, aunque es de suponer que los partidos de izquierda no se conformarán con las migajas del festín. Claro es que la autoridad de quienes se prestaron a él cuando les convenía quedará más resquebrajada si protestan del manejo televisivo cuando éste no les convenga. Porque lo cierto es que ahora se han beneficiado hasta el máximo de él, sin preocuparse de los atropellos sufridos por otros.
Descontado, pues, el rechazo de la Constitución gracias en gran parte a los infinitos resortes de que dispone el Poder para inclinar el voto a su favor con la ayuda, esta vez, de toda la Oposición parlamentaria, a mí me parecería saludable que el número de votos negativos y de abstenciones fuera elevado. Ello evitaría el ensoberbecimiento del Gobierno e indicaría que el panorama electoral ha variado desde las elecciones del 15 de junio de 1977 con sus votos de aluvión, y nos demostraría una vez más que el país no es feliz con la actual política. Si se me permitiera insertar aquí una frase tal vez algo simplificadora, diría que don Adolfo Suárez adivinó lo que nuestro pueblo no quería, pero no supo comprender lo que quería. Las listas de UCD para Cataluña, confeccionadas en Madrid con la ayuda del gobernador civil de Barcelona, fueron un ejemplo -repetido en innumerables lugares- de soberbia, de ignorancia y de desprecio a las más elementales normas de la lógica y la ética políticas.
Pero ya está, pues, prácticamente aprobada la Constitución que entrará en vigor dentro de pocas horas. Y ahora viene lo que a mí me parece grave. Porque se ha intoxicado al país con una propaganda excesiva haciéndole creer que su voto afirmativo iba a ser un remedio para todos sus males. Y el país va a sentirse una vez más decepcionado, manipulado y engañado. Aquí reside la gravedad del asunto. Los grandes problemas que nos aquejan: el deterioro del orden público, la situación en el País Vasco, la recesión económica, el paro, la escalada de la violencia, la inseguridad en las personas y en las cosas, la falta de una ilusión colectiva. ¿Acaso serán solucionados por arte de birlibirloque al ser aprobada la Constitución?
No. Es previsible suponer que todo seguirá tristemente igual. Los pueblos necesitan para sobrevivir ideas brillantes, sugestivas, imaginativas, capaces de hacerles vibrar. Pero en lugar de hacernos ciudadanos de una patria nos están convirtiendo en miembros de una empresa, en vez de una bandera, un ideal o un símbolo nos ofrecen tan sólo un balance que, para colmo de desdichas, es un pésimo balance: las pérdidas empresariales en 1978 han llegado a 500.000 millones de pesetas. Parte de nuestra economía está ya necrosada, y el empobrecimiento de un país industrial, la penuria de recursos y la mala administración traen consigo, inevitablemente, un régimen de fuerza.
Parece que en lugar de encontrar soluciones claras a los problemas que padecemos les preocupa más a quienes nos gobiernan ofrecer un perfil democrático que es, para colmo, más que dudoso. Se trata ahora de capitalizar a su favor un voto que en el País Vasco -y tal vez en Cataluña, aunque en muchísimo menor grado-, no será, imagino, tan masivo en favor del sí. Poco importa que la Constitución que va a aprobarse sea incompatible con algún artículo del Estatuto de Cataluña -y pienso ya en el 1.º y en el 15.º-. Es igual. El caso es ir tapando agujeros, como si los, fenómenos complejos pudieran ser comprendidos y solucionados convirtiéndolos en elementos simples. El todo es algo más que la suma de las partes.
Digámoslo claramente. Aprobada la Constitución, el proyecto de Estatuto redactado en Sau no será admitido en su forma actual y se considerará anticonstitucional. No fomentemos, pues, una, vez más unas esperanzas que no van a convertirse en realidades, no repartamos promesas que sabemos no se cumplirán. Ni infundamos, a otros, temores inútiles.
« Cuando Alejandro abandonó la Macedonia, dejó el poder a Antipater y distribuyó todos sus bienes entre sus amigos. Entonces Perdicas le preguntó: "¿Y qué te reservas para tí?" "La esperanza", respondió Alejandro. Y se fue para conquistar Asia.»
Pero aquí nadie es, ¡ay!, Alejandro, ni nadie abandona el poder o distribuye sus cosas para partir a Asia alguna que deba conquistarse. Estábamos hablando tan sólo de algo más modesto: de una farragosa Constitución que, como el queso de gruyere, está llena de agujeros. A pesar de todo, que llegue en buena hora, pues, la deseada Constitución. Pero sepamos que las cosas que nos preocupan no van a cambiar por sí mismas con su aprobación. Que somos nosotros los únicos y verdaderos responsables de nuestro futuro.
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