Don Marcelo es parcial
Nada nuevo. Don Marcelo, arzobispo de Toledo, se enfrenta a la Constitución (o, al menos, airea lo que a él menos le gusta) y se le suman ocho obispos. Yo creo que serán algunos más, si contamos varios dimisionarios, atendida su trayectoria en su época de sede plena. Lo que llama la atención es que, días antes, la Conferencia Plenaria Episcopal se pronunció también ante la Constitución y sentó unas bases en torno a su votación: dejó a la libertad de conciencia el voto personal. Pienso que lo que cabía esperar era que prevaleciese el criterio de la Conferencia Plenaria y no el de «los disidentes». Así sucedió en los albores de la pasada guerra civil española, que prevaleció la pastoral colectiva de los prelados españoles y no el criterio de «los disidentes» (que los hubo). ¿Por qué entonces, y mucho tiempo después, los que hacían radicar la verdad inconcusa en el contenido del documento colectivo(Pasa a página 10)
(Viene de página 9)
la hacen radicar hoy en el «documento disidente»? La vieja pregunta: ¿Quién custodia a los que custodian? En este tema que nos ocupa, el herido es el rebaño y los dispersos son los pastores.
En los comienzos del alzamiento (guerra civil, stricto sensu), el «Dios lo quiere» se traducía en el consenso de los obispos en mayoría. ¿Acaso ahora el «Dios lo quiere» transita por el «disenso de los nueve»? Bien sé que no es cuestión de cantidades el criterio que conduce a la búsqueda de la verdad, aunque bien se nos ha subrayado, y restregado, la cantidad de firmas episcopales que apoyaron el levantamiento del 18 de julio de 1936 y su calificación de cruzada. Pero si no es cuestión de cantidad y si tampoco lo es de colegialidad, permítase esta pregunta: ¿Dónde está el Magisterio de la Iglesia en España? ¿En la Conferencia Episcopal? ¿En las enseñanzas del Ordinario? ¿Por dónde pasa la mensura mensurata que debe de contener toda norma orientativa? ¿Por la Plenario o por mi diócesis? (Por cierto, ¿no se podría hablar aquí del tema de las nacionalidades?)
Estimo que don Marcelo es parcial; diáfanamente parcial. Se desprende de lo que dice casi al final de su documento: «Es sólo su conciencia, rectamente formada con suficientes elementos de juicio, la que debe decidir, sin aceptar coacciones ni de unos ni de otros.» Pero inmediatamente antes, ha afirmado: «A aquellos -a los que si votan en un sentido, otros católicos les tachen de intolerantes- precisamente (el subrayado es mío) me dirijo para decirles que hagan su opción con toda libertad, según se la dicta la conciencia cristiana, y sepan contestar a los que les atacan por su actitud negativa (subrayado, también mío), si es que piensan adoptarla, que la división no la introducen ellos, sino el texto presentado a referéndum.»
Definitivamente es lamentable. Puesto que las «dos Iglesias» (lo que se quiera decir, pero así es) evitan conocer la ley orientadora, quizá quepa pensar que no queda más que el leal saber y entender. O, dicho de otra manera más untuosamente eclesiástica: no quedará más que seguir la ley divina «impresa en el corazón de los hombres». San Pablo (que no olvidemos que en el primer Concilio, en el de Jerusalén, se cargó la vieja Iglesia de la circuncisión contra todos los adoradores de la vieja ley) de esto sabía un rato. No en balde recorrió -cosa que no hicieron otros- los nuevos caminos y los nuevos tiempos.
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