Schubert, por Ros Marbá y la Nacional
Antoni Ros Marbá ha obtenido su primer triunfo fuera de serie como director titular de la Orquesta Nacional. Triunfo a dos bandas: frente a la Orquesta y Coro que, más que seguir, parecían adivinar su criterio, y frente a un publicó en general, remiso al aplauso excesivo como es el de los viernes. Estas ovaciones madrileñas se han producido con un programa precioso y sin concesión alguna. Todo lo contrario: Ros Marbá acentuó el rigor y se resistió a toda posibilidad de «grito». Buscó la verdad musical, el Schubert que conoce y siente e invitó al auditorio no a la excitación del efecto, sino a la experiencia de un «viaje» hasta el hondón de las galerías schubertianas.Para empezar, la «Misa segunda», una misa pequeña «de plácida y concisa belleza», como escribe Sopeña. No sobreabunda la brillantez, ni el drama, sino una temperatura inspirada y recoleta. Surgen, eso sí, a chorro las ideas realizadas con economía de medios. Franz Schubert, en esta «misa» de 1815 parece heredero directo de Mozart, como en la «tercera sinfonía», compuesta en la misma época.
Teatro Real
Orquesta y Coro Nacionales.Director: Ros Marbá. Directora Coro: Lola R. Aragón. Solistas: Ana Higueras, Tomás Cabrera, Manuel Bermúdez. Misa en sol y sinfonía novena.
Pero herencia no es imitación, sino un simple «tener en cuenta» el pasado más auténtico para proyectarlo, de modo espontáneo, en un presente con capacidad de futuro. Música clara, textura transparente en voces y orquesta, nivel medio de dinámica y emoción de hombre de bien, «en el mejor sentido de la palabra, bueno», como dijo nuestro Machado. Emoción lejana del teatro, equidistante de la iglesita barroca de Viena o Salzburgo y del concepto «misa de los pobres». Música religiosa humilde, en suma, para una liturgia, si normal, bastante brillante.
Entre los solistas hay que destacar a Ana. María Higueras en una espléndida actuación -por timbre, técnica, expresión emocionada, clara dicción y segura entonación- Con ella lució calidad evidente el tenor canario Tomás Cabrera, y buen saber y hacer el barítono Manuel Bermúdez. Perfecto el Coro preparado por la profesora Rodríguez Aragón.
Mientras escuchaba a Ros Marbá y la ONE la sinfonía de las «divinas longitudes», a horas de haber oído a Barenboim las bellezas equivalentes de la «Sonata en do menor», recordaba algo de lo escrito por Schumann sobre la obra, justamente recordado en estos días: «Verdaderamente, quien no conoce bien la Novena Sinfonía, no conoce a Schubert.» Por lo que tiene de novedad, frente a la otra «Novena», por ejemplo, y por lo que tiene de «suma».
Pudimos «vivir» la obra, porque Ros Marbá la vive y hace vivir a los profesores de la Nacional. Seguimos con renovada emoción la morosidad de unos pentagramas que parecen no tener fin y, lo milagroso, cuyo fin no deseamos. Cuánta incomprensión sufrió la partitura para que el mismísimo Mendelssohn no se atreviese a estrenarla sin «cortes», después que la orquesta, en anterior ocasión, se había negado a acometer el tiempo final por su dificultad.
Si con motivo del CL aniversario y gracias a las repetidas audiciones -Barcelona, Nacional, RTVE-, la «Novena» se instala, de modo definitivo, en el repertorio de todas las intimidades, habrá recibido Schubert el mejor homenaje. Si Arbós murió sin dirigirla, nuestros directores de hoy tienen el glorioso antecedente de las excelentes versiones de Argenta. Aunque yo diría, sin merma de su personalidad y de su escuela, que Ros Marbá siente la «Novena» en línea con Toldrá, su primer maestro, el primero que creyó en su talento. Después, Ros ha recibido la gran experiencia europea a través de quien hoy la representa y sintetiza mejor que nadie: Sergiu Celibidache. Por fin está el repertorio conceptual, el estudio y la meditación solitaria del propio Ros Marbá, músico con palabras propias, con emociones intransferidas y sólo transferibles a un público que, como el del Real, las recibió con intensidad y las premió con una reacción entusiasta.
Babelia
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