Internacional Socialista: triunfó la moderación
ENTRE LOS perseguidos, disfrazados, a veces desharrapados socialistas que se reunieron por primera vez, convocados por Marx, en 1864, y los distinguidos estadistas que han celebrado en Vancouver (Canadá) hace diez días el congreso de la Internacional Socialista hay un enorme abismo. El mismo nombre de Marx se pronuncia entre ellos con desgana y reticencia. Muchos socialistas de los que estaban en Vancouver han tenido ya el poder, a veces con carisma, como Willy Brandt, Mario, Soares, Joop den Uyl -que ha sido primer ministro en Holanda-; muchos otros delegados son o han sido ministros de Gobiernos socialistas, y algunos tienen justas aspiraciones de gobernar, como Felipe González o como Mitterrand.El contraste de la Internacional estaba entre el «modelo europeo» de socialismo, que tiende a una democracia posibilista, una socialdemocracia, y los delegados del Tercer Mundo, que tienen todavía un ímpetu revolucionarista, como consecuencia de la situación de sus respectivos países. Podrían encontrarse contradicciones prácticas en la discusión: por ejemplo, cómo subvencionar a los guerrilleros que combaten como pueden a Somoza en Nicaragua, y al mismo tiempo cómo hacer una condena explícita del terrorismo que trata de desestabilizar a los países europeos. Otras contradicciones de primera magnitud: la consideración al comunismo y, concretamente, qué comportamiento seguir con respecto a Estados Unidos, por una parte, a la Unión Soviética, por otra. Muchos latinoamericanos, muchos delegados del Tercer Mundo, colaboran estrechamente con los partidos comunistas locales en el derrocamiento de las dictaduras y en el establecimiento de «frentes amplios» que reúnan toda la oposición. Muchos de ellos consideran a Estados Unidos como el único enemigo imperialista y esperan, quizá en vano, una ayuda soviética. Pero para europeos como Willy Brandt, Estados Unidos tiene la figura de un aliado y la URSS la de un enemigo -a pesar de la «apertura al Este»- y el comunismo dentro de sus países es el contrario más caracterizado y cualquier forma de colaboración con él, aun con la forma atenuada del «eurocomunismo», puede significar su alejamiento del poder que están esperando. El propio delegado de Estados Unidos, Harrington, resultó más contrario al poder establecido ensu país, y a la sociedad de Estados Unidos en conjunto -«vengo de un país política y socialmente subdesarrollado», dijo- que algunos delegados europeos. La frase de Felipe González, a quien el congreso dio una vicepresidencia, cuando llegó a Caracas -donde se celebró un coloquio internacional sobre «Democracia, autocracia y totalitarismo»- fue lo suficientemente rasgada como para reflejar las tensiones entre los socialismos triunfantes -o con la esperanza de serlo-, y los socialismos militantes: «Prefiero una cuchillada a las diez de la noche en el Metro de Nueva York, a treinta años de vida tranquila en Moscú», aunque posteriormente aclarase que no se trataba de una opción entre lo bueno y lo malo, sino entre lo malo y lo peor. Carrillo acaba de aprovechar el tema para decir aquí que lo que él prefiere es «morir en Madrid».
Pero todo eso es folklore. La intención de la Internacional Socialista al reunirse en América, pero no precisamente en un país del cono Sur, sino en el Norte, en Canadá, probablemente inspirada por Willy Brandt, era la de mostrar a los latinoamericanos los beneficios que puede conseguir una forma social demócrata, con la que se puede llegar al poder e influir en la vida política, social y económica, aunque sea de una manera limitada, en contraste con el «camino empedrado de derrotas» -con frase de Rosa Luxemburgo en vísperas de ser asesinada- del socialismo en Latinoamérica. La realidad es que el contexto económico de Europa -y no de toda Europa- permite fórmulas que son más difíciles de aplicar en países que viven en el contexto de contraste entre riqueza-miseria y en las dictaduras de Latinoamérica. Las resoluciones finales de la conferencia han sido moderadas y apuntan hacia la deseable y posibilista vía de salida latinoamericana de instauración de socialdemocracias -respaldadas por Washington- y el arrumbamiento de esa pared anticomunista que agobia el continente a base de regímenes de fulgor y sangre.
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