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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
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Los límites de la política económica coyuntural

Director del Servicio de Estudios Económicos del Ministerio de Comercio y TurismoEs ya tradicional -y no sólo en- España- que aparezcan las llamadas «voces reactivadoras» cuando la balanza de pagos empieza a abandonar los números rojos. La política de reactivación, aunque admite muchos e importantes matices diferenciadores, consistiría, básicamente, en facilitar la progresión de la demanda global sin la correspondiente -y adecuada- contención de la variación de los costes. Una mayor permisividad de la política monetaria, un sensible déficit del sector público o el crecimiento de los salarios -o el ahorro de ellos derivado- en función de un hipotético incremento futuro de la productividad son otros tantos aspectos de estrategias en las que lo buscado o deseado por los proponentes puede no corresponderse con su viabilidad y conveniencia para el conjunto de la sociedad.

Podría parecer así que la política económica española tuviera ante sí un amplio camino por el que moverse, oscilando a voluntad entre dos límites ya suficientemente distanciados. Desafortunadamente algunas reflexiones -ya que ésta es la característica de las últimas semanas- fundadas en nuestra experiencia económica reciente pueden ofrecernos un panorama distinto o, siguiendo el símil al que obliga a la aridez de la economía, un camino notablemente más estrecho entre la tasa de inflación y el saldo de la balanza de pagos.

El límite de la inflación

Tal vez la restricción o límite más obvio sea el de la inflación. Hay dos hechos que deben recordarse en estos momentos. En primer lugar, conviene destacar que al término de 1978 la tasa española de inflación, a pesar de su notable reducción desde agosto de 1977, aún duplicará (en términos de tasas anuales) la media europea. En segundo término, parece necesario insistir en el papel de las expectativas en el proceso inflacionista. Una parte de la política puesta en práctica con los pactos de la Moncloa y la propia política monetaria precedente se tradujo en una desaceleración del crecimiento de los precios a través de su impacto en las expectativas. Dicho simplificadamente, la decisión de combatir la inflación -con pruebas que le den credibilidad- es por sí misma una activa medida antiinflacionista. Y viceversa. En cualquier caso, un nuevo recrudecimiento de las tensiones de precios no es, obviamente, ninguna imposibilidad.

Entre otras muchas consecuencias, la inflación, condiciona la continuidad del proceso de recuperación de la economía. El control de la evolución de los precios sigue siendo, en consecuencia, un objetivo prioritario de la política económica.

El límite de la balanza de pagos

Aunque estrechamente ligado al problema de la inflación, el límite de la balanza de pagos empieza a parecer el gran olvidado en estos momentos. Es por ello por lo que vamos a prestarle aquí mayor atención. Como ya se apuntó en algunas previsiones, el gravísimo déficit de la balanza corriente anterior a la devaluación de julio de 1977 se ha desvanecido, dejando paso a un posible superávit en 1978, tal vez por encima de los quinientos millones de dólares a la luz de la evolución observada en los ocho primeros meses del año. Si a ello sumanos el saldo positivo de la cuenta de capital, tendremos explicado el actual nivel de reservas -récord histórico- origen de lo que, tan frecuentemente en las últimas semanas, se ha llamado el «margen de maniobra» de la política económica. Conviene insistir en ello: se trata, simplemente, dé un margen de maniobra no de un problema definitivamente superado.

Una más exacta comprensión de esta afirmación pasa por un análisis más detenido de lo acontecido en 1978, a fin de aproximamos al grado de transitoriedad que puede contener la espectacular mejora de la balanza de pagos. Ya lo sucedido tras la devaluación de julio de 1977 -2.000 millones de incremento de reservas en siete semanas y un déficit corriente insignificante en la segunda parte del año- nos mostró los valores que puede alcanzar un proceso especulativo generado por el sostenimiento artificioso del tipo de cambio, y nos enseñó hasta qué punto pueden existir movimientos de capital encubiertos en los conceptos «corrientes» de la balanza de pagos.

Vamos a dejar de lado dos de los más conocidos componentes excepcionales de la mejora de 1978: las condiciones climatológicas que han posibilitado un sustancial ahorro de importaciones agrícolas y energéticas- y el «boom» turístico del año, que ya se apuntó en la contratación de otoño de 1977. Conviene centrar la atención en otros aspectos cuya inadecuada comprensión explica en buena parte el error de previsión contenido en los pactos de la Moncloa, donde se estimó nada menos que un déficit corriente de 2.800 millones de dólares para el año en curso. En primer lugar, se ha constatado de nuevo la ruptura de la elasticidad histórica (mayor que la unidad) de las importaciones reales de mercancías a la variación del PIB. A pesar de que el crecimiento de éste habrá sido del doble de lo esperado, y a pesar de la revaluación efectiva de la peseta -que ha abaratado el valor dé las importaciones-, éstas habrán conocido por segundo año consecutivo una caída en términos reales en casi todos los grandes grupos no agrícolas. Además del decisivo papel de la inversión como determinante de buena parte del flujo de importaciones -papel tanto o más relevante que el del propio crecimiento del PIB-, la evolución reciente de esta variable obliga a introducir hipótesis más complejas que las tradicionales. Una buena parte de la importación -el petróleo, entre otras materias primas, es un caso claro- tiene un comportamiento más propio de los ciclos de «stocks» por lo que está sensiblemente afectada por las expectativas y por las condiciones monetarias intemas. De este modo, en un año, caracterizado por una mayor estabilidad de los precios internacionales esperados y por el elevado coste que para el almacenamiento deriva de los altos tipos de interés alcanzados en el interior, no es de extrañar lo sucedido, al menos hasta el momento.

Exportar, única alternativa

Un segundo extremo relevante es el de los efectos de la debilidad de la demanda interior sobre la exportación de mercancías. Esta variable ha venido alcanzando en los últimos tiempos medias mensuales excepcionales -por encima de los 1.000 millones de dólares-, a pesar del gradual deterioro de la competitividad causado por la combinación de las diferencias de tasas de inflación con nuestros competidores y la revaluación efectiva de la peseta. Aunque aquí existe un cierto elemento de inercia, -una parte de la exportación responde a pedidos anteriores-, no cabe duda de que la debilidad de la demanda interior ha impulsado a muchas empresas a buscar en los mercados internacionales la colocación de excedentes que no pueden vender en el interior. Los costes de ajuste que derivan de una posible reducción de la producción o de la plantilla de las empresas constituye un estímulo adicional para esta actitud. También aquí la política monetaria de tono restrictivo ha tenido su influencia; los afectos de la política monetaria están bien claros en la tendencia de los exportadores a adelantar cobros (como también en la de los importadores a retrasar pagos) para resolver acuciantes problemas de liquidez. Pero al margen de este efecto -que acentúa las diferencias entre las cifras de la balanza de caja y la balanza de pagos-, la política monetaria ha afectado a la solvencia y rapidez en el cobro de las operaciones en el mercado interior, lo que ha estimulado adicionalmente las operaciones con clientes extranjeros, cuyo pago se halla relativamente menos sometido a tales incertidumbres. En consecuencia, de nuevo, la recuperación de la demanda interior y una disminución de las tensiones monetarias reducirá, por los anteriores conductos, los incentivos para exportar. Aunque en la exportación de mercancías, según prueba la experiencia histórica, existe un cierto efecto de «rueda dentada» -no es fácil reducir los niveles de exportación ya alcanzados-, una progresión con la rapidez de la que hemos gozado últimamente, y suficiente para compensar adecuadamente la evolución de las importaciones, puede verse seriamente comprometida. De ello existen ya algunas evidencias en los últimos meses, en los que la medía mensual ha empezado a estancarse, cayendo incluso ligeramente en agosto y septiembre. Si a ello se le suma el ya mencionado deterioro de la competitividad -en el mes de septiembre ésta se hallaba ya en los niveles inmediatamente precedentes a la devaluación de julio- podríamos explicar por qué la cartera de pedidos de la industria exportadora en el cuarto bimestre del año se sitúa por pimera vez, desde que empezó éste, en cifras preocupantemente negativas.

Algunos otros efectos monetarios transitorios pueden localizarse en las sub-balanzas de servicios y transferencias; así, por citar un ejemplo entre otros posibles, la contención de los pagos por asistencia técnica y royalties -que en el período enero-agosto han sido inferiores a los de igual período del año anterior- puede ser una respuesta al nivel alcanzado por los tipos de interés españoles en relación con los extranjeros, que estimulan la reinversión en España de pagos que de otro modo se hubieran realizado al exterior. Las remesas de emigrantes también han mostrado una sensible recuperación como consecuencia, además, de la revaluación frente al dólar de las monedas en las que generalmente perciben sus ingresos los trabajadores españoles en el extranjero.

Deuda exterior

No obstante, donde los efectos monetarios se han dejado sentir más claramente es en el mayor recurso del sector privado -en especial de las grandes empresas- al endeudamiento externo, como forma de suplir las dificultades y costes internos de financiación. Los ingresos brutos en pesetas en concepto de préstamos y créditos financieros a largo plazo al sector privado han experimentado un notable incremento: sólo en el período enero-agosto los 153.000 millones de pesetas entrados por este concepto exceden a los de la totalidad del año 1977, y en los seis últimos meses disponibles (marzo-agosto), tales ingresos equivalen a casi el cuádruplo de los del primer semestre de 1977. En suma, una evolución de la financiación exterior que contrasta con la interna, y ello a pesar del débil crecimiento y la caída de la inversión real. Estas y otras entradas de capital -entre ellas las determinadas por la inercia del sector público explican una gran parte del aumento de las reservas netas, lo que ha obligado a las autoridades monetarias a adoptar medidas compensadoras que se han traducido en inferiores crecimientos del crédito interno al sector privado, lo que, a su vez, ha estimulado marginalmente el recurso a la financiación exterior. Se trata de un cierto círculo vicioso que sólo parcialmente puede corregirse con la revaluación del tipo de cambio (a costa de los conceptos estrictamente corrientes), por lo que resultan explicables las medidas tendentes a frenar la tendencia al endeudamiento exterior y las operaciones de cancelación de créditos del sector público que vienen realizándose desde hace algún tiempo. Otra implicación relevante de la evolución del endeudamiento externo -público y privado- es el de la carga de la deuda -intereses más amortizaciones- que se desplaza a los próximos años, con cifras que pueden situarse entre los 2.500 y los 3.000 millones de dólares anuales.

Una senda más estrecha

Todos los razonamientos anteriores ilustran el grado de transitoriedad que puede haber en la mejora de la balanza de pagos. La iniciación de un proceso caracterizado por la gradual recuperación de la demanda interna, una política monetaria más permisiva en comparación con la del año en curso y la continuación del deterioro dela competitividad por la persistencia de una tasa de inflación mayor que la de nuestros competidores (difícilmente compensable por el deslizamiento del tipo de cambio, incluso con la ayuda de una hipotética recuperación del dólar), inducirá la reactivación de las importaciones -comenzando por una probable reconstitución de stocks-, situará el crecimiento de las exportaciones reales a ritmos más próximos a la evolución de los mercados mundiales y moderará las entradas netas de capital, incluidas las encubiertas, en diversos epígrafes de la balanza de pagos. El deterioro que ésta pudiera sufrir no conducirá probablemente a ningún problema acuciante en el año 1979, en el que, incluso aceptando un déficit por cuenta corriente, es previsible un incremento de reservas -que podría oscilar entre mil y 1.500 millones de dólares- determinado por el comportamiento de la balanza por cuenta de capital. Los niveles de los que se parte y la prolongación a partir del año 1979 de las tendencias que explican el favorable comportamiento del sector exterior en 1978 son suficientes para justificar tal resultado. Sin embargo, conviene insistir que se trata del comienzo de una tendencia cuyos resultados negativos pueden hacerse más visibles en nuestras cuentas exteriores de años posteriores. Esto sitúa el problema en el medio plazo, que es precisamente donde debe situarse si quieren evitarse las desafortunadas experiencias que jalonaron la década de los sesenta y lo recorrido hasta ahora de los setenta.

Llevando la mirada al medio plazo -que no está nada lejano- se comprende mejor la estrechez del camino, pero con una particularidad importante: uno de los lindes (la balanza de pagos) depende en gran parte del otro (la inflación). A medio plazo, en efecto, la tasa relativa de inflación acaba regulando, en buena medida, el comportamiento de la balanza de pagos. El arraigado vicio nacional de tratar el tipo de cambio como un «dato estructural» -que sólo cambia de golpe y de vez en cuando- le ha dado incluso en el pasado un protagonismo relativamente superior al de las tasas diferenciales de crecimiento real. Desde esta óptica no debe verse a la balanza de pagos como el muro infranqueable que acaba apareciento inexorablemente en el metafórico camino del que venimos hablando. Es posible crecer con prudencia sin tropezamos con, él, pero a condición de que nuestros precios y costes no lo hagan mucho más rápido que los de los competidores. Tal vez no haya que llevar las cosas al extremo de decir que hay que elegir entre crecimiento e inflación, porque ambas admiten grados, pero sí debemos afirmar que hay ciertas sumas de ambas tasas de variación que siguen siendo incompatibles con el límite del sector exterior. Este es simplemente un recordatorio ante lo engañosa que pudiera resultar la evolución reciente de la balanza de pagos.

Todo ello nos proporciona la imagen de una senda más estrecha de lo que pudiera parecer para un examen superficial de la coyuntura económica española. Sin duda, el primer tramo -1979- es más amplio. Precisamente por ello no debiera ser utilizado para hacer aún más estrechos los siguientes, sino para darles más holgura a tiavés de resultados más positivos en el índice de precios y en el nivel de productividad. En directa relación con este propósito, sería un buen momento para que la propia política específica de balanza de pagos pusiera su grano de arena, para el presente y para el futuro, introduciendo mayores dosis de libertad comercial y financiera, de racionalización de la política de endeudamiento y de sustitución rentable -subrayando lo de rentable- de importaciones.

El «margen de maniobra» que nos otorga la balanza de pagos queda así más delimitado. Si el camino de la política de regulación de la coyuntura es estrecho, sigue existiendo un campo más abierto para las llamadas reformas estructurales o institucionales. Pero esto es harina de otro costal.

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