Soledad Sevilla
La pasión de la modernidad se ha visto jalonada por numerosos peligros, y no pocos entre ellos le llegaron del lado de lo geométrico.Problemas de esencia, estructura o construcción se han confundido, a menudo, en lo formal, con soluciones que hubieran sonrojado, por obvias, al propio Perogrullo. Así nos encontramos con posturas que, queriéndose el colmo de la racionalidad, han embarrancado en una estética de cafeterías y aeropuertos plastificados. Por supuesto, numerosos ejemplos notables (entre los que podríamos contar la obra que hoy comentarnos) vienen a desmentir el que todo el panorama de la plástica geométrica fuera tal que así, pero la papanatería desarrollada en torno al tema se mostró con tal frecuente generosidad que al cabo resultaba engorrosa en exceso la tarea de separar el grano de la paja. Y ello incluso para aquellos artistas capaces de desarrollar una labor interesante, a quienes arrastraba el contagio de la alegría reinante. En el caso de los concelebrantes de aquel Seminario de Artes Plásticas del madrileño Centro de Cálculo, venía a sumarse el que el soflisticado medio no justificase, en muchas ocasiones, los magros resultados, aun cuando los disfrazase con un barniz cientifista y moderno. Fueron todas esas experiencias un callejón sin salida para muchos de quienes en ellas se internaron, sobre todo, para aquellos que no acabaron por derivar hacia otras tareas del universo pictórico. Sin embargo, otros supieron, al fin, dotar a sus trabajos de una complejidad suficiente como para convertir en interesante lo que muchas veces no fue sino un juego trivial. Entre ellos hay que incluir ahora, a mi juicio, el caso de estas últimas obras de Soledad Sevilla.
Soledad Sevilla
Salas de la Dirección General del Patrimonio Artístico, Calvo Sotelo, 20.
El trabajo habitual de combinatoria de un tramado reticular sobre un plano base toma aquí nuevo sentido. En estos grandes lienzos, la ordenación del espacio por medio de su estructuración geométrica responde a una intención lírica que excede con mucho a la de obras anteriores. El símil musical en el que coinciden muchos de los autores que han prologado el catálogo es justo y evidente. El plano del lienzo se acerca al de la partitura en su traducción de un acontecer temporal en relaciones espaciales. Trazos y retículas marcan los acentos básicos intensivos que determinan la estructura, sobre todo, en aquellas obras que muestran un fenómeno de progresión de izquierda a derecha como en un crescendo. Aquí viene el color a cumplir una función simbólica que se adecua tarrib én a la metáfora musical. Como cada una de las notas, les colores llenan aquí, cualitativarnente, las diversas estancias marcadas por la trama en ese espacio-silencio que es el fondo. Todo ello ayuda a reducir la usual frialdad de este tipo de trabajos constructivos, dirigidos al terreno de la mera especulación racional, en beneficio de una posible relación emotiva del espectador con la obra, con lo que la lectura puede alcanzar así una complejidad mayor. Pienso, pues, que la presente exposición de Soledad Sevilla, supone un toque de atención hacia una trayectoria pictórica en la que el futuro puede depararnos más de una sorpresa de interés.
Babelia
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