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"Burgermanía": la alimentación por computadora

Cuando cincuenta millones de norteamericanos tienen hambre, sus subconscientes les envían como respuesta varios anagramas o logotipos: bien los arcos dorados de la cadena de hamburgueserías Mac Donald's, bien el bocadillo de letras de Burger King, bien otros signos que las campanas de penetración han instalado en sus mentes. Todos ellos sugieren unos irresistibles deseos de buscar un despacho de colorines y decir la palabra clave: hamburguesa. Al vocalizar ham-burgue-sa sienten que las voces de los excelentes locutores de las campañas publicitarias se acallan, que los tics musicales que obligan a bailar las sintonías de venta se interrumpen en sus oídos internos y que los símbolos publicitarios se borran en sus cerebros entre tibias sugestiones de paz interior. Las campañas de lanzamiento lo han conseguido: hay un climax de seis sílabas en el esquema mental del cliente a la hora de comer.En Madrid, a media mañana, los disc-jokeys de voz más cálida. abandonan sus principales a fin de convencer a las gentes de que hay una estrecha relación entre los ágiles tobillos de Travolta y la proteína picada. Para reforzar la sugerencia ofrecen incluso una porción de la banda sonora de Grease a los consumidores de hamburguesas más destacados. Sucede así que cuando Sara Juanes pasa por su burger antes de ir a la discoteca, y tiene delicadamente entre las manos un whopper con queso se siente transportada al cielo de las salchicherías y dice lo que tiene que decir: «Amo el whopper whith cheese y la letra de las canciones de Grease por una misma razón: porque no las entiendo. Claro, que a mí lo que me gusta es la música.» Las gentiles consumidoras de hamburguesas distinguen con un mismo cariño a las hebillas de sus cinturones, a los flashes de la discoteca y a los ángulos de reflexión de los espejos en los burgers, sin saberlo veneran el latón, las dioptrías y los márgenes comerciales.

Pero, a pesar de todo, Juana no es la única cliente genuina de las nuevas hamburgueserías madrileñas. Antes de coincidir con ella en la pista, Bernardo Sanz, estudiante de COU de lunes a viernes, ha invertido su paga de hoy en una excelente cheeseburger-junior, violentamente matizada con mostaza y tomate dulce: sus contorsiones bajo los focos pueden atribuirse tanto al ritmo como al dolor de vientre. Claro que, como dice él, «lo importante es la energía, titi: a mí me da igual que venga del plastiquirri o del matadero municipal, ¿te percatas del tema?»_

Salsa de computadora

Igual que la combinación de rótulos y logotipos, el enclave de los despachos en Madrid no, ha salido de una intuición, sino de una computadora. Ocupan un cuadrado aparente que rodea los puntos más concurridos: la frecuencia de los locales, está ligada al movimiento de los jóvenes y a la proximidad de las grandes oficinas. Una hamburguesa cabe entre los dos minutos que tarda en conseguirse una entrada al cine y entre las dos horas extras que Juan Carlos Seseña dedica a cuadrar sus cuentas: «Yo suelo comer en el burger porque así evito la pérdida de tiempo que se impone en los restaurantes. Aquí, la hamburguesa y las patatas fritas no te hacen esperar; te están esperando. Quizá sea un poco monótono el menú, pero ¿a mi qué me importa?»

A Juan Carlos Seseña el cambio del restaurante por el burger no le importa demasiado, pero a José Luis Pérez, director de operaciones de Burger King en Madrid. sí. «Nuestra cadena tiene ya 4.000 establecimientos en todo el mundo, y concretamente en Madrid están en marcha seis, que atienden a una media de ochocientos clientes cada día laboral y a 1.600 en sábados y festivos. Nuestras horas-punta pueden situarse entre las dos y las cuatro de la tarde y entre las siete y las 10.30 de la noche. Solemos abastecer a chicos de ocho a quince años y a un segundo gran contingente de adultos de veintidós a 45. Los primeros suelen consumir patatas fritas y Coca-Cola por importe de 35, pesetas; los segundos, nuestro whopper con queso, que vale 130. Este es un negocio muy serio, disponemos de un sistema de quality aissurance para el control de calidad.» A José Luis Pérez, todos los resortes de venta de su multinacional de la hamburguesería le parecen confesabIes, con la excepción de uno, la composición de la hamburguesa. «Eso no: es un secreto que no puedo revelar. Hemos logrado dar con un método para que la pasta de nuestras whopper cuaje; se trata de una cuestión de temperaturas, y no digo más.» La auténtica composición de la hamburguesa está destinada a pasar a los manuales de historia como uno de los enigmas de nuestro tiempo, junto a la de los refrescos de cola.

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Arterioesclerosis con cebolla

A las diez de la noche, Bernardo Sanz perece haber logrado que sus equilibrios interiores se restablezcan; está en perfecto acuerdo con su aparato digestivo.

Se dispone a acompañar a Sara hasta el Metro y duda entre invitarla a una segunda whopper o aplicarse una ración doble. Según su tarjeta de crédito, ha consumido ya ocho de las diez unidades precisas. Sólo dos de los cupones están aún sin troquelar. Pero esta noche, con Sara (y sin Sara, hará picar los que le faltan y... y habrá ganado el premio en el que viene pensando hace exactamente ocho días: un almuerzo completo a base de hamburguesa.

A esa misma hora, el doctor Andrés Herrero, médico naturista, elabora una las consecuencias del síndrome del burger, que equivale a un irresistible deseo de llegar a la hamburguesa número diez. «Si el deseo no se controla, la hamburguesa puede llevara a la arterioesclerosis. Veamos: la grasa se va fijando en la sangre en forma de pequeños nódulos que se depositan en las paredes de las arterias y venas principales. Así se produce un engrosan y, en todas mismas a por con pérdida elasticidad los vasos. No son estas placas de grasa o ateromas, los únicos peligros de la bugermanía: ochenta de cada cien consumidores aspiran a la obesidad. Téngase en cuenta que tanto, la mostaza como el tomate la propenden, y que la mayonesa fija la grasa.»

Naturalmente, el doctor Herrero tiene dudas: hace sus cálculos a partir de una hipótesis, la de que la pasta de hamburguesa sea, en realidad, una mezcla de carne con grasa de cerdo.Pero la pasta verdaderamente inconfesable o pasta gansa ha llegado a fabricar se con cereales, sangre y grasa vegetal. Y saber qué puede ocurrir con un cuerpo como el de Sara varios años después de que la soja, el maní y el catchup hayan pa sado por él rebasa la medicina y entra en las competencias de la alquimia.

El doctor Herrero finaliza su tesis y, casi simultáneamente, Juan Carlos Seseña concluye su última hora extra. Tiene un cierto mal humor. Esta noche las luces de las hamburgueserías parecen cansarle la vista un poco más que de costumbre, y los colores de sus mobiliarios, calculados para que el cliente salga pronto del local, provocan en él un curioso efecto: se diría que le impiden entrar. A veces, como ahora, ha sospechado que la hamburguesa es un plato con coartada, con él nunca se sabe si te dan gato por liebre. En estos casos de flaqueza suele optar por una solución: acudir a un restaurante americano.

Por dentro, los locales de la cadena americana Hollywood responden a criterios de decoración opuestos a los de los burgers: en éstos sé juega don las luces, en aquellos con la penumbra. Comenta Juan Carlos las fatigas con Bernardo Castilla, el maître de noche. Según Bernardo, «Hollywod no está concebido para las prisas. Acepta la sobremesa como cualquier restaurante clásico. Y aunque las hamburguesas son la base de nuestra carta, no ofrecemos un plato único. Procuramos copar los más característicos de la cocina americana. Quizá por eso tengamos entre nuestros clientes a muchos americanos a quienes les gusta comer con unas garantías.» Y muestra una carta llena de platos y adjetivos. Hay una Monroe que mira fijamente desde un cartel donde se anuncia en inglés el filme Bus-stop, mientras Juan Carlos Seseña pide el plato número quince, «una hamburguesa con queso roquefort batido, como le gustaba a Marilyn».

Pero Sara tiene indigestión, y en Madrid ya huele a salsa americana.

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