La última muerte de Ramón Mercader
A comienzos de los años sesenta, los visitantes de la embajada de Cuba en París solían ser atendidos por una señora de cierta edad, de buen porte y pelo blanco, que hacía los menesteres aparentes de recepcionista-telefonista. Pero alguien se percató un buen día de que dicha señora, era Caridad Mercader. O, mejor dicho, Caridad del Río, nacida en Cuba, esposa del catalán Pablo Mercader y madre de Ramón Mercader, el asesino de Trotski. ¿Cómo había obtenido ese puesto?.¿Quién la había colocado allí? Sea como fuere, aquello pareció un tanto insólito, por no decir indecente, a algunos de los representantes oficiales de la revolución cubana en Europa. Así, por ejemplo, Martha Frayde -delegada de Cuba en la UNESCO por aquel entonces, mujer de limpio historial combatiente, hoy monstruosamente acusada de espionaje al servicio del imperialismo- se las arregló para informara Raúl Roa de tan inquietante presencia. Al poco tiempo desapareció la señora Mercader de la embajada de Cuba en París.Todos los testimonios históricos, todos los datos objetivos hasta ahora reunidos permiten afirmar que Caridad del Río Mercader ha desempeñado cierto papel en los servicios especiales de Stalin. Permiten suponer, asimismo, que no fue del todo ajena al reclutamiento de su hijo Ramón por esos mismos servicios. ¿Vive aún Caridad del Río? Sí así fuera, y así es probablemente, ya que su muerte difícilmente habría escapado a la atención de las agencias informativas, ¿qué pasará por su mente, en este día de la muerte de su hijo Ramón, adiestrado como asesino porque fue un fiel y abnegado, y ciegamente incondicional. militante del PSUC. ¿En este día de la muerte de Ramón Mercader, en Cuba, como por casualidad. como si para Ramón Mercader entrar en el sueño de la muerte fuese volver al regazo materno, al tenebroso amparo de una mortífera maternidad sofocante?
Hace uno! meses, en un diario barcelonés, Teresa Pamies comentaba la publicación, por la editorial Grijalbo, de Guerra y revolución en España, de Georges Soria, verdadero monumento de falacia histórica, indecente empresa a todo lujo de falsificación de los hechos. (Esto lo digo yo, claro, no lo decía Teresa Pamies.)
Lo que emocionaba a Teresa Pamies, provocando en ella frases de nostálgica cursilería, es que en una de las incontables fotografías del libro de Soria -autor, en 1937, de un olvidado folleto sobre el POUM, calificado de agencia de espías franquistas había reconocido a Ramón Mercader, compañero suyo de antaño, joven militante comunista de los gloriosos días de la guerra civil. O sea, que Ramón Mercader era uno de los nuestros -lo digo con pavor retrospectivo-, uno de los tantos fieles militantes, feligreses de la iglesia estaliniana, reclutados en aquella época para las más turbias y priminales empresas contrarrevolucionarias.
Y hoy, en este día de la muerte de Ramón Mercader, después de tantos decenios de terco y torvo silencio, ¿hablarán los companeros de juventud de aquel militante abnegado? ¿Nos dirán, ya sin riesgo, ni pena, ni gloria, las verdades de su vieja memoria, nos explicarán, al fin, lo mucho que saben de aquella época? .
En cualquier caso, cuando sean sepultados en Cuba los restos mortales de Ramón Mercader es de esperar que alguien, discretarnente, coloque sobre su tumba -la medalla de héroe de la Unión Soviética que le fue otorgada por haber asesinado a Lev Davidovich Trotski. Y es que Mercader ha sido un héroe ejemplar del estalinismo. O sea, exactamente lo que un comunista nunca debe de ser.
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