Pesimismo ante las nuevas gestiones occidentales sobre Namibia
En medio de un pesimismo generalizado comienza mañana en Pretoria el que se supone último round entre las potencias occidentales del Consejo de Seguridad y el Gobierno surafricano, para intentar persuadir a éste de que abandone sus planeadas elecciones en Namibia y acepte las propuestas de las Naciones Unidas para independizar el territorio ilegalmente ocupado.La misión occidental que presionará al nuevo primer ministro, Pieter W. Botha, está integrada por los jefes de la diplomacia norteamericana, británica, alemana y canadiense y por el viceministro francés de Asuntos Exteriores. Los señores Owen, Genscher y Jamieson llegaron ayer a la capital de Namibia, Windhoek, para entrevistarse, antes de acudir a Pretoria, con los principales líderes políticos del territorio, desde la Alianza Democrática Turnhalle (DTA) -el partido puesto en pie por el régimen surafricano para perpetuar su ocupación-, hasta la Organización Popular del Suroeste Africano (SWAPO), movimiento de liberación apoyado por las Naciones Unidas.
El próximo día 23 finaliza el plazo impuesto por la ONU al Gobierno surafricano para que acepte el plan internacional para la independencia del territorio. El proyecto prevé la fiscalización por las Naciones Unidas del censo electoral y la presencia en Namibia de una fuerza pacificadora de 7.500 hombres encargada de velar por la limpieza de los comicios constituyentes. En su lugar, y tal y como anunciara el ahora presidente, John Baltasar Vorster antes de renunciar a la Jefatura del Gobierno, Suráfrica pretende llevar adelante sus propias elecciones el día 4 de diciembre, de acuerdo con un censo que ha sido rechazado por todos los grupos políticos, con excepción de la DTA.
Presumiblemente, si no ha habido una respuesta positiva de Pretoria, el Consejo de Seguridad votará el día 23 la imposición de sanciones a Suráfrica, y las potencias occidentales se verán entonces en la necesidad de apoyar unas propuestas que van contra sus vastos intereses económicos y estratégicos en este país (lo que desean evitar a toda costa), o justificar su veto a las sanciones.
La opinión más extendida en Londres es que de la negociación entre los diplomáticos occidentales y el señor Botha saldrá algún tipo de compromiso que, sin obligar a nada a Pretoria, permitirá la ampliación del plazo de las Naciones Unidas.
Entre un nominal boicot occidental y la posibilidad de que un movimiento guerrillero llegue electoralmente al poder en sus fronteras, Suráfrica parece haberse decidido.
Por eso sus funcionarios ya han completado unilateralmente un 90% del censo de Namibia, algo menos de 500.000 votantes para una población de casi un millón.
La medida de hasta qué punto el escenario puede estar listo en Namibia para una confrontación sangrienta, perspectiva acrecentada por la llegada a la jefatura del Gobierno surafricano de Pieter W. Botha, pueden darla las últimas declaraciones del ministro de Asuntos Exteriores de Pretoria, Pik Botha: «Si Occidente nos obliga a elegir entre la amistad mundial y nuestra estabilidad, elegiremos lo segundo.»
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