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Albert Boadella y el estreno de "M 7 Catalonia"

Aunque el señor Fontán haya dicho que por primera vez en muchos años no hay en España exiliado político alguno. Albert Boadella lo es. Al menos yo le tengo por español y por exiliado político. Y pienso, con Ajuriaguerra, que todo exiliado es un grito.El miércoles día 27 del pasado mes de septiembre asistí al estreno mundial de M 7 Catalonia, que se representó en el teatro municipal de Perpiñán y llega ahora a Madrid. Sin pretender invadir el terreno de la crítica y con la excusa, cierta, de que el acontecimiento se escapa de la órbita teatral e incide en la política, me apresuraré a decir que me gustó mucho, que me pareció un espectáculo de gran categoría, tan bueno como el mejor que pueda representarse en cualquier parte de Europa. Pensé que a den Ramón le hubiera complacido el tono esperpéntico y no hubiera protagonizado el famoso escándalo que provocó en el estreno de una obra de Echegaray. «Es usted muy libre de protestar Por la pieza, pero es inadmisible que insulte de tal manera al autor», le advirtió un señor. «¿Y quién es uzté para hacerme advertencias?», preguntó Valle Inclán. «Soy el hijo del autor», dijo el personaje ofendido. «¿Eztá uzté zeguro?», replicó don Ramón con su ceceo característico y con su no menos característica impertinencia.

M 7 Catalonia irritará a otra gente y por otros motivos: siempre hay inquisiciones, hogueras y patíbulos. Acusarán a Boadella de corrosivo, de cruel, de irreverente, y lo es. No caerán en la cuenta de la ternura que se le escapa y de una difuminada y a ratos perceptible nostalgia que también existe en su obra. En cierta manera, decía Anatole France, quien apuñala la sagrada hostia rinde tributo a la transubstanciación. Y las únicas verdaderas historias de amor se publican en las. páginas de sucesos. Los amores verdaderos son fugitivos, comprometidos, complicados, culpables. Los amores sencillos, cómodos, plácidos, son otra cosa. Es preferible que le pierda a usted la pasión a que pierda usted la pasión, nos susurra al oído Kirkegaard. Mucho de lo que nos oprime, de lo que nos revienta dentro, nuestras alienaciones y nuestras contradicciones, forman ya parte de nosotros mismos para siempre, por mucho que queramos liberarnos de ellas y por muchos exorcismos que intentemos para expulsar a nuestros demonios. Cuando los atacamos nos despellejamos un poco también nosotros mismos.

Hace pocos días leí una divertida noticia que podría gustar a Boadella. En México, ante los constantes atropellos que sufrían las mujeres en los metros, acaban de separar a los dos sexos, que viajarán, de ahora en adelante, en coches distintos. La protesta masculina ante este hecho es una pura delicia: es inadmisible tal medida, pues el pellizco forma parte de la cultura mexicana.

La disección de la cultura catalana que hace Boadella, de seguro que levantará ampollas. Los enanos mentales, los acaparadores de la «cultureta», ofendida su dignidad, protestarán por creer -también ellos-, que se ataca lo inatacable. La suciedad del censor está muchas veces en su cabeza o en su estructura, enferma y esclerosada. Le sucede, a menudo, lo mismo que a aquellas personas que atribuyen al colesterol que padecen a los alimentos que tornar, sin darse cuenta que son ellos quienes convierten en colesterol lo que ingieren.

La acción de M 7 Catalonia transcurre en una futura civilización (?) anglosajona. Dos antropólogas, producto ya de una raza aséptica, estilizada y pragmática, estudian las costumbres y la cultura de un país que está situado en el enclave 7 del mapa, Catalonia, y experimentan con cuatro ancianos supervivientes de aquel lugar del Mediterráneo que tantos amamos con locura. «Qué le voy a hacer si nací en el Mediterráneo», ha cantado Serrat. Y lo suscribo también, pues yo vengo del ciprés, y del olivo, del pinar, del almendro y de la encina. Y me horroriza que los individuos se conviertan en números, que la técnica y las escuchas telefónicas se introduzcan en la vida pr ivada de los hombres atemorizándolos, destruyéndolos. Boadella, otro mediterráneo, nos demuestra, una vez más, ser un autor de una comicidad cáustica irresistible y ser, también, un formidable director de actores. El esfuerzo de todos para conseguir este espectáculo de gran calidad habrá sido enorme. La representación, pese a la dificultad de ensayar fuera de España por la penosa situación penal de Boadella, no tuvo un solo bache ni la más mínima vacilación. El talento es insustituible. Ayudados por un montaje escenográfico acertado y eficaz, los seis actores dieron una exacta y ajustada interpretación, con el acostumbrado dominio de la expresión corporal que ha caracterizado siempre a Els Joglars. Particularmente, me impresionaron los dos «doctores», Anna Bardari y Carmen Períano, hablando siempre con voz impersonal, con el diafragma en la garganta, cosa difícil de conseguir y más durante toda una ininterrumpida representación en la que, como todos los demás actores, están siempre en escena. A mí me pare,ció que lo hacían tan bien no sólo por su aplicación y trabajo, sino, además, porque creían en aquello que hacían. Yo les aplicaría sin vacilar aquella hermosa frase de Danton: «Siempre que me han pagado ha sido por hacer algo que igualmente hubiera hecho sin ser pagado.»

Exilio y protesta

Sí. Todo exiliado es un grito, una protesta. Muy a menudo nuestros defectos nos salvan y nuestras virtudes nos pierden. El sentido del honor, la fidelidad, la dignidad, la verdadera lealtad que no es más que la que se tiene consigo mismo han enviado a más de uno al pe lotón de ejecución. En cambio, la mentira, la adulación, la bajeza, la traición, han encaramado a los puestos más altos a personajes mediocres que, sin esas taras, a nada habrían llegado.

No importa. Albert Boadella atravesará el Ponto a nado, como César, llevando en la boca sus papeles. La travesía será larga y difícil si pretende comprobar -como nos pedía hermosamente Cocteau que hiciéramos-, hasta donde se puede llegar demasiado lejos. La libertad es siempre revolucionaria y el arte, subversivo.

La irregular situación de Boadella y Els Joglars, independientes y solitarios, se acabará al aprobarse la Constitución. Sería horrible que el país pensara que la Constitución, el Gobierno o los partidos políticos les han rescatado de las garras militares. Es preciso evitar que alguien crea, equivocadamente, que el Ejército es el enemigo de la libertad de expresión, papel de malo en la película que alguno querrá asignarle. Hay que decir claramente que no es así y algo práctico hay que hacer, pues a las Fuerzas Armadas les ofende y les preocupa otras cosas más importantes. Bien se me alcanza que es difícil, que la ley actual dice, redice, afirma, autoriza, prohibe, ordena, atribuye. Me es igual. Sobran en España leguleyos de tres al cuarto juristas de la estupidez, aburridos tecnócrátas, y faltan, en cambio, gentes creadoras e imaginativas. Gentes para las que pensar no es un peligroso hábito o una funesta manía. Al fin y al cabo, tenía razón el Raisuni, cuando escribía a Fernández Silvestre: «Tú y yo somos la tempestad. Tú eres el viento que sopla más fuerte. Yo soy el mar. Pero el viento pasa y el mar queda donde está.»

Espero también que Madrid comprenderá a Albert Boadella y Els Joglars. Que los comprenderán del todo, quiero decir, no sólo el catalán bastante cerrado de su obra. Intuyo que alguien deberá tener una gran dosis de paciencia para soportar el triunfo, que doy por descontado. Porque estoy seguro de que Boadella no tendrá que parodiar a otro provocador inteligente, Oscar Wilde, quien respondió cuando le preguntaban por el estreno de una de sus mejores obras teatrales que acababa de ser pateada con estrépito y que hoy todo el mundo admira: «La obra fue un éxito; el público, un fracaso.»

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