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La conferencia anual laborista rechaza la política Callaghan

¿Puede un partido gobernante, dividido en sus filas, imponer su política económica en contra de la determinación de unos sindicatos fuertemente organizados? Aunque de la reciente experiencia británica se deduce que no, al señor James Callaghan, desde ayer por la tarde, no le quedan más caminos abiertos que intentarlo o dimitir. Por eso, su discurso de hoy en Blackpool es esperado con ansiedad.

Después de un tempestuoso prólogo en el que sólo la amenaza de renuncia del primer ministro impidió que el propio comité ejecutivo de su partido le volviera la espalda en su política de restricción de los aumentos salariales, los delegados que asisten en Blackpool a la conferencia anual laborista votaron en una proporción de dos a uno el rechazo del tope del 5%, que pretende imponer el señor Callaghan, y el de cualquiera otra interferencia gubernamental en la negociación salarial, es decir, el rechazo de la política anti-inflaccionaria de la que el primer ministro y su ministro de Hacienda han hecho la espina dorsal de su gestión.La moción de la izquierda laborista, concretamente de la circunscripción de Liverpool que ha situado al Gobierno contra las cuerdas, fue aprobada gracias a los votos de los dos mayores sindicatos del país, transportistas y trabajadores mecánicos, cuyos líderes ya anunciaron, el pasado fin de semana, que se opondrían hasta el final a la «fase cuatro» del pacto social, según la cual los salarios no deberán subir más del 5% a lo largo del presente año

La votación se produjo después de que el ministro de Hacienda, aludiendo al compromiso del Gabinete con todo el país, y el vicejefe laborista, Michael Foot, que sugirió la destrucción del partido, hicieron desesperados esfuerzos para evitar el pronunciamiento de los delegados sobre el tema y aplazar su discusión en extenso a una reunión ad hoc del comité de enlace entre el partido y los sindicatos.

Callaghan advirtió el domingo a los veintiséis miembros del comité ejecutivo nacional laborista que no seguiría al frente del Gobierno, «para ver de nuevo subir la inflación por encima del 20%», si se cuestionaba su rígida política salarial, que ha conducido un enfrentamiento directo con los sindicatos cuya primera manifestación de envergadura es la huelga total de los 57.000 trabajadores manuales de la Ford, agravada ayer por el completo bloqueo a la importación de vehículos de la marca impuesto por los estibadores. Por sólo cuatro votos de diferencia, y tras grandes maniobras de pasillo, el comité, en el que los líderes sindicales tienen doce asientos, votó a favor de «congelar» la moción que, finalmente resucitada por sus patrocinadores, ha conducido al Gobierno a perder el apoyo de su propia base. Y con ello a oscurecer sus posibilidades en unas elecciones generales que por momentos parecen inevitables.

La colisión entre el Gobierno y la conferencia de sus partidarios, que inevitablemente ha de evocar para el señor Callaghan la rendición de Wilson, en 1969, en circunstancias similares, y el desalojo del Gobierno conservador de Edward Heath, en 1974, a manos de los mineros, se ve agravada por el hecho suplementario de que el primer ministro está en minoría parlamentaria y carece de la autoridad necesaria para imponer y llevar adelante en los Comunes su programa de gobierno para su último mandato.

La votación del 5% ha anulado, en Blackpool, otros temas que habrán de ser decididos en la conferencia y que afectan profundamente al futuro perfil del Partido Laborista, en el sentido de apuntalar su actual dirección conservadora o de reforzar sus tendencias socialistas. Los dos elementos claves de este juego de fuerzas son el sistema de selección del líder del partido y la modificación de la composición del comité ejecutivo.

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