La elección de nuevo Papa comenzará el día 14
Los restos de Juan Pablo I fueron trasladados en la tarde de ayer desde la sala Clementina, donde se había instalado la capilla ardiente, hasta la basílica de San Pedro, en una ceremonia que fue presenciada por unas 60.000 personas. El cadáver permanecerá en la basílica, expuesto al público, hasta el miércoles día 4, fecha en que se celebrarán los funerales. La muerte de Juan Pablo I por infarto de miocardio fue confirmada por su médico de cabecera, pero se excluyó la práctica de una autopsia que estableciese con más exactitud las causas de la muerte. La fecha del cónclave ha sido fijada para el día 14. Según los expertos, los cardenales se en contrarán con importantes dificultades para elegir al nuevo Papa.
En la madrugada del viernes al sábado, los empleados vaticanos aprovecharon las horas en que la sala Clementina estaba cerrada al público para retocar la capilla ardiente.Ayer por la mañana, Juan Pablo I tenía las manos perfectamente entrelazadas y parecía sujetar el rosario con firmeza. Hasta entonces, sólo una de las manos estaba cerrada y la otra reposaba sobre ella, envuelta por las cuentas del rosario. Igualmente había sido corregida la posición de la cabeza, que hasta anteayer estaba ligeramente inclinada a la derecha.
El tono rosáceo había desaparecido del rostro del Papa muerto. Poco a poco, a lo largo del día había ido tomando el tono gris propio de alguien que ya lleva muerto más de veinticuatro horas. Un potente ventilador comenzó a funcionar en la sala Clementina desde las primeras horas de ayer y, ya al mediodía, las manos parecían estar inflamadas, posiblemente debido a las sustancias químicas inyectadas por los técnicos de la Universidad de Roma para atenuar el proceso de descomposición.
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Miles de personas acompañaron el traslado del cadáver a la basílica
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La cola de visitantes de la capilla ardiente era más larga que el día anterior. Ya no zigzagueaba entre la columnata, sino que daba la vuelta por todo el interior de la plaza. Cerca de 100.000 personas han tenido que esperar varias horas para pasar por la sala Clementina, que se encuentra dentro del palacio pontificio, en unas abigarradas dependencias que los 2.000 siglos de historia de la Iglesia han hecho crecer en un bello desorden. Bernini, Miguel Angel y Rafael, entre otros, fueron construyendo los miles de aposentos que, rodeados de alamedas, jardines e invernaderos, constituyen la vivienda de los papas de nuestro tiempo. Desde la época paleocristiana hasta ahora, lo que entonces era una simple vivienda y ahora es un grandioso palacio ha polarizado la curiosidad del pueblo de Roma.
Sólo durante las audiencias -y parcialmente- estas salas se encuentran abiertas al público.
A las cuatro de la tarde de ayer la capilla Clementina fue cerrada. Los empleados vaticanos dispusieron unas vallas de madera cubiertas de paños grises. Entre las vallas, y a través de la plaza de San Pedro, se establecía un ancho pasillo que comunicaba Ias dependencias pontificias con la basílica. A las cinco y media las campanas comenzaron a doblar. Media hora después, cerca de 40.000 personas trataban de ver el paso del cortejo.
A las seis, los altavoces comenzaron a emitir los cantos gregorianos que entonaba la coral de la capilla Sixtina. Gracias a un ingenioso y sofisticado dispositivo, los cantos llegaban a toda la plaza: bajo sus sotanas, los miembros del coro escondían unos radiomierófonos que comunicaban con el amplificador del equipo megafónico.
El sonido de las campanas, primero, y el gregoriano, luego, configuraban un ambiente más solemne y emocionado que el que había existido en la larga y nerviosa cola de espera. Buen número de creyentes rezaban el rosario, deslizando las cuentas entre sus manos. Cuando desde la plaza se adivinaba el paso del cortejo a través de las vidrieras de la última escalinata, los que estaban cerca de la puerta de bronce del palacio pontificio cornerizaron a aplaudir.
Comitiva fúnebre
Quince guardías suizos y un oficial esperaban firmes hacia la mitad del recorrido. Hacia las seis y cuarto, el cortejo comenzó a cruzar la plaza. Primero, dos sacerdotes uno de los cuales llevaba un inciensario. Detrás, un crucifijo y dos cirios -que luchaba contra la brisa fresca de la nubosa tarde romana- guiaban el paso treintena de acólitos, los seminaristas de los colegios italíano y español. Luego, los obispos, arzobispos, la coral de la capilla Sixtina y veintiún cardenales curiales. Doce sediari transportaban el catafalco del papa Juan Pablo I, un Pontífice que evitó en lo posible ser transportado en la silla gestatoria. En torno al cadáver, ocho guardias suizos con su rayado uniforme de gala, portaban cirios. Detrás, algunos miembros de la prefectura de la casa pontificia. encabezados por el prefecto, monseñor Jaeques Martin, y monseñor Van Lierve, vicario de la Ciudad del Vaticano.
Finalmente, los familiares del Papa y el primer ministro Andreotti, completamente rodeado de guardaespaldas.
Cuando el coro entonaba la letanía de los Santos, el catafalco fue depositado frente al altar de la Resurrección. Hasta que el miércoles sea enterrado -muy cerca de Juan XXIII- su cadáver estará expuesto en la basílica de San Pedro.
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