La medicina, hoy
Hace va 35 años que empecé a explicar partos y enfermedades de las mujeres en la vieja facultad, hoy ya en ruinas, de la calle de Atocha. Esto me da una cierta autoridad para poder hablar de la medicina, de su enseñanza y de sus problemas. No quisiera que los que me lean piensen que tengo el triunfalismo de la experiencia, que es quizá el peor de todos los triunfalismos; ya que todos los hombres maduros o viejos pensamos que por haber vivido más sabemos de las cosas más que los jóvenes. Esto sería una verdad si el mundo no fuera cambiante, pero a la velocidad que se producen las transformaciones sociopolíticas, económicas y tecnológicas del mundo de hoy, el llevar mucho tiempo en un oficio no representa ninguna ventaja. Concede, eso sí, un mayor número de vivencias, con muchos años dedicados a reflexionar sobre un tema. Lo que constituye indudablemente una gran ventaja en nuestro tiempo, donde una generación joven, sin duda más lúcida que las generaciones pasadas, no tiene el tiempo ni la serenidad porque la vida moderna no se los concede, para reflexionar hondamente sobre los problemas. Vaya por delante este largo proemio para decir que en este gran conflicto de la medicina presente yo creo que tengo algo que decir. Y lo voy a expresar en pocas líneas. Digamos ante todo que la medicina de hoy está en una profunda crisis. Entre mis estudiantes de la primera hora, la mayoría de los cuales ya peinan canas, encuentro con frecuencia hombres experimentados que han sabido cumplir su papel de niédicos con conipleta y entera plenitud. En cambio, entre los más recientemente graduados, veo jóvenes de clara inteligencia, desorientados, incapaces y atemorizados ante un problema clínico cualquiera. En una palabra, médicos no formados, que quizá no lleguen a ser buenos médicos nunca. España, hace veinte años ocupaba el cuarto o el quinto lugar en el ranking, y perdóneseme la palabreja, del examen para admitir a médicos extranjeros en Estados Unidos, lo que se llamaba, y reitero un vocablo importado, el foreign. En 1975, el país cuyos licenciados figuraban como los cuartos del mundo, ha bajado hasta ocupar el lugar número 31; solamente delante de algunos países del África negra. ¿A qué se ha debido este deterioro inmenso de la calidad de los médicos españoles? Al defender el numerus clausus en la facultad de Medicina como tantas veces, antes y ahora, lo he hecho, sólo trataba de evitar este derrumbamiento en la realidad de los médicos españoles. Y ni me arrepiento de. haberlo defendido ni me asusta esta palabra hoy día condenada y proscrita. En un hospital donde yo no tenía más que veinticuatro camas para en señar formaba mucho mejores médicos que ahora que tengo casi las doscientas. La realidad es que el número excesivo de estudiantes que nos inunda, hace que no podamos enseñar en la forma que las normas internacionales aconsejan y que aun sin necesidad de estudiarnos estas normas el buen sentido nos indica. De este modo, hoy día estamos educando a unos médicos que apenas pueden llamarse tales. Que obtienen su título dentro de la mayor inexperiencia y de la angustia, realmente acongojante, de dudar de su propia eficacia. Si hay plazas vacantes en las titulares de los pueblos es porque hay muy pocos graduados de estas generaciones últimas que sepan la suficiente medicina para encararse con esa difícil tarea que es el ser médico de cabecera o «médico primario» como ahora se le llama. Para que los pueblos de España no se vacíen serán necesarias muchas medidas de protección económica, social y cultural, pero, sobre todo, será imprescindible que los que se quedan a vivir en su terruño cuenten con una escuela y con una buena asistencia médica. Dejemos a un lado este problema de la escuela primaria en los pueblos, que otro día me gustaría poder hablar de él, y vamos a desmenuzar el cómo se ejerce la medicina en nuestro país en los momentos actuales. La verdad es que los jóvenes médicos. y no lo digo en detrimento de ellos porque no es suya la culpa sino de las circunstancias que no les han permitido obtener otros resultados, se sienten indefensos ante los tremendos problemas que hoy día plantea la enfermedad. La medicina se ha complicado, ha aumentado enormemente el volumen de sus saberes y, por tanto, se ha hecho mucho más difícil de ejercer. Pero al mismo tiempo el aprendizaje práctico de este quehacer se ha ido deteriorando de una manera realmente lamentable. Me apresuro a decir que este deterioro no es sólo español, quizá ocurra en nuestro país de una manera aguda y grave que en otros, pero está sucediendo en todo el mundo. La consecuencia de esta pérdida de la capacidad médica para resolver de una manera humana y sencilla un gran número de enfermedades es el encarecimiento realmente abrumador de los cuidados médicos. Antiguamente un hombre con un catarro llamaba ir su médico de cabecera. éste le encamaba, le recetaba algún medicamento: muchas veces una fórmula magistral, sencilla y barata: lo visitaba por la mañana y por la tarde, y en gran parte, más que por su farmacopea le curaba psicológicarriente. Para nadie es un secreto que más de un 70% de los enfermos que hoy día vemos son enfermos psicosomáticos, en los cuales la angustia, el temor, la aprensión y el desequilibrio nervioso juegan un papel fundamental en el desarrollo de la enfermedad. Estos pacientes se curaban antes con el consejo acertado y con el confidente apretón de manos de su médico, que era a su vez su amigo y un poco su confesor. Hoy día estos enfermos desgraciados, desquiciados y perdidos, hacen colas en un ambulatorio de la Seguridad Social, donde al cabo del tiempo y de muchas horas de angustiosa espera se encaran con un médico fatigado, apresurado, que no llega a tomar contacto humano con ellos y que por tanto no tiene ni tiempo, ni talante, ni conocimientos, ni vocacion para poder resolver su dolencia. Y entonces, enfermedades a veces banales, totalmente intrascendentes, pero que al que las sufre le parecen montañas, son encaminadas hacia esas gigantescas instituciones de la Seguridad Social, donde el enfermo al entrar se convierte en un número, donde una computadora le registra su identidad y donde se transforman en el 5.001 o en el 8.9 10. Cada día, y porque la mecánica del hospital así lo impone, es visitado por un médico distinto. Bien es verdad que un enorme cartapacio consigna todos sus avatares. Pero, ¿quien se lee estas inmensas historias clínicas, escritas por otro, en letra a veces ilegible o transcritas por una mecanógrafa en forma totalmente impersonal y mecánica? Y al final, aquel pobre paciente, de mano en mano, se siente despersonalizado, alienado, sin un amigo, sin un verdadero ser que le entienda, dentro de aquella Babel que son los hospitales modernos, en los que como en la torre bíblica, cada uno habia un lenguaje distinto.
El trauma psíquico que esto representa, el obstáculo que para la curación de un paciente (sobre todo si tiene una sensibilidad exacerbada, como a casi todos les sucede) significa, no necesita ser aquí subrayado. Yo trabajo en uno de esos grandes hospitales y tengo que decir que cada día veo realizar por los médicos jóvenes técnicas diagnósticas o curativas que hace unos años nos hubieran parecido imposibles y que aun hoy nos maravillan. Pero estas realizaciones brillantes y de las que debemos estar orgullosos benefician a los enfermos raros, difíciles o excepcionales, pero hacen muy poco por el paciente común que tiene un resfriado o una hernia, el cual, como no es excepcional, no es rescatado de su categoría de masa, de número.
Para nadie es un secreto que el costo de la asistencia médica, lo que llamamos «el precio de la salud». se hace cada vez más elevado. A esto contribuve por supuesto el alza general de los precios. Pero se añade. obre todo, el que una medicina cada vez más perfeccionada y eficaz, pero también más costosa y sofisticada, obliga a emplear procedimientos de diagnóstico y tratamiento que cuestan a veces muchos miles de pesetas. Como en aparatos y medicamentos España es en su inmensa mayoría dependiente del exterior, no solamente la progresiva complicación de las técnicas las encarece, sino que además el precio que hay que pagar es cada vez mayor traducido a divisas. Esto que sucede aquí, aunque no en tan alto grado, pasa en todas las partes del mundo. Hasta tal punto de que, en Estados Unidos, la American Medical Asociation se ha llegado a plantear el problema de si en los años ochenta aquel poderoso y riquísimo país sená capaz de subvenir a sus gastos sanitarios. No debe extrañarnos. por tanto, que la Seguridad Social española se encuentre en este momento en bancarrota. De ello tenemos que ser conscientes todos los cludadanos, pero en primer lugar los médicos. No deben ser motivo de discusión los en emolumentos sobre unas guardias -y me apresuro a decir que en el pleito actual los médicos reclamantes tienen una considerable parte de razón-. Sin embargo, es necesario reconocer que hay que hacer economías, que hay que ahorrar gastos innecesarios en la asistencia sanitaria. ¿Cómo puede hacerse esto? El programa de actuación es muy complejo, pero a mi modo de ver está perfectamente definido: primero, formar mejores médicos, capaces de ejercer la medicina primaria y no la medicina hospitalaria y especializada, aunque también hagan falta especialistas. Un buen cuerpo de médicos de cabecera puede ahorrar sufrimientos extraordinarios al paciente y millones de pesetas a la Seguridad Social. Esta es una misión de la Universidad y a ella debemos aplicarnos las facultades de medicina y sus profesores con la máxima diligencia. En segundo lugar es necesario agilizar los hospitales. No es sensato que un paciente que entra con una enfermedad benigna en una gran clínica tenga que esperar quince, veinte o treinta días para un diagnóstico preoperatorio o para ser dado de alta. Si los enfermos privados, que economizan su dinero, pueden ser atendidos y estudiados en unos pocos días o semanas no hay razón ninguna para que esta economía de tiempo y de gasto no se ejerza exactamente igual en aquellos que dependen de los emolumentos del Instituto Nacional de Previsión, que en suma son los de todos los españoles. Por último, y esto es muy importante, tenemos que abandonar ya esa idea de que el hospital asistencial es un centro de investigación donde cada médico, hasta el residente de primer curso, se cree libre de experimentar sin plan y sin método todo aquello que se le antoja. Basta ya de eso que llamamos las «tesis del vale». Esto quiere decir que en cualquier hospital español un médico recién graduado tiene derecho a pedir análisis y análisis, radiografías y radiografías, u otras exploraciones mucho más costosas. simplemente por darse el gusto de hacer una bella colección de casos, como quien colecciona sellos, monedas o antigüedades. De esta fo rma se publican a veces interesantes trabajos que contribuyen al progreso de la medicina, pero que en el 90 % de las veces se pierde inútilmente el tiempo, el trabajo y el dinero; se molesta al enfermo, se le prolonga su estancia en el hospital y, al final, de aquello no queda nada. Yo he dedicado mi vida entera a investigar. Por tanto sigo aconsejando, y ahora más que nunca, que se estudie. Pero con líneas bien definidas y determinadas, aprobadas por tina comisión con la experiencia debida y no al arbitrio de cada uno. De esta forma. con una buena asistencia médica primaria, con hospitales ágiles en los que no se hagan actos médicos innecesarios y con una buena educación médica de las jóvenes generaciones, sin más, podríamos poner a flote a esta Seguridad Social que está al borde de la quiebra.
Y queda, por fin, el problema, tremendo problema, de la medicina preventiva. «Más vale prevenir que curar», dice un viejo refrán, pero lo que no dice este adagio es que también es mucho más barata la prevención que la curación de las enfermedades. De este tema habría quien pudiera hablar mucho mejor que yo, pero en todo caso quizá algún día me ocupe yo de esta cuestión.
Lo que no cabe duda es que se ha creado un Ministerio de Sanidad, y como se ha dicho en la prensa, los problemas sanitarios han explotado en el momento mismo en que el Ministerio se ha institucionalizado. Aparentemente, y algunos de una manera malévola así lo Insinúan, esto es debido a un fracaso del Ministerio y de sus administradores. No es verdad. El Ministerio podrá equivocarse, pero está haciendo honrada y lealmente todo lo que puede. Lo que sucede es que la creación del Ministerio de Sanidad ha sido en España muy tardía, cuando el problema de la asistencia médica estaba planteado en toda su crudeza, y este Ministerio viene a ser algo así como un único bombero al que con un cubo de agua se le obligara a apagar un tremendo incendio, que explota ahora pero que latía hace ya mucho tiempo entre las cenizas del pasado.
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