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Antonio Gala: "Tener una mala lengua nunca es un mal don"

Mañana, domingo, se incorpora a EL PAIS SEMANAL, como columnista, Antonio Gala, una mirada crítica y un estilete que corta por donde duele, sin respeto. «Este país está aburrido -ha dicho a EL PAIS Antonio Gala-. Yo, que soy como una especie de cápsula, de consommé, noto muchos días de desgana y de aburrimiento. Creo que entonces funciono como un termómetro del país.»

«Lo cierto -sigue Antonio Gala es que no hubiera colaborado de manera fija en ningún otro. Me han llamado, no creas, pero tengo la impresión de que este periódico vuestro, que ya es la última palabra para tantas cosas, es el único que ha conseguido hasta ahora una coherencia especial, y un público suyo. No sólo los lectores que ha quitado a otros diarios de la mañana y de la tarde, sino su propio público, creado desde sus mismas páginas. Por eso he aceptado la oferta de colaborar con vosotros.»«Lo que voy a hacer -sigue diciendo- se llamará El verbo transitivo. Y pienso que ahí está el sentido de lo que quiero que sea mi discurso: ese deseo mío de comunicación, la palabra que yo quiero para ser entregada. Trataré temas de actualidad, pero no de demasiado rabiosa actualidad. Se trata de un texto semanal, y para que fuera en plan actual tendría que ejercer la profecía. Y no es, pues, una realidad, pero no tan efímera. Como la de Moisés, la mía será esa zarza que arde, pero no se quema. Como los trajes de franela gris, que nunca están absolutamente muy de moda porque nunca dejan de estarlo... Desde la droga hasta la tercera edad, pasando por, qué sé yo, el feminismo, van a ser mis temas.»

La mesa sobre la que se toma esta entrevista está llena de fetiches, algún elefante de trompa alzada, infinidad de tortugas, de jade, de piedra, de plata, de miga de pan, de madera. «Algún amigo loco debió creer que yo coleccionaba tortugas y me ha llenado la casa de ellas. Luego han venido otras, ahora tengo cajas llenas, armarios llenos, sin ninguna intención.» Pero las tortugas, en las viejas culturas eran señal de prosperidad. «Una prosperidad lenta, pausada, que va llegando, para qué negarlo, pero muy despacio.»

Pasa usted -pregunta EL PAIS- por tener muy mala lengua. «Eso era quizá antes. Qué va. Ya lo de la lengua viperina se me ha debido oxidar. Lo mío ahora es la lengua castellana. O española, como quieran las Cortes. Es decir, eso que hace contar bien lo que se quiere contar. Lo de la lengua viperina -o la mala lengua, mejor- se queda para los que tienen más tiempo que yo. En cuanto a mí, me voy interesando cada vez más por los temas que por las personas. Y, desde luego, pienso que tener una lengua, mejor, una pluma incisiva, en este momento de España, aunque nunca es un mal don, ahora, especialmente, lo es bueno, y no debe dejar de ser aprovechado.»

La pluma de Gala: «Una viejísima Sheaffer de punta blanca. Yo escribo siempre a mano, y no te lo podrás creer, pero no puedo escribir si no es en papel usado.» Me muestra su carpeta, con un clip y unas hojas fotocompuestas por detrás. «Es una manía, pero no puedo escribir si no es en estos viejos papeles inservibles ya para lo que debieron ser usados, circulares, programas, proyectos sobrantes. Me mandan muchos. Ahora se me están acabando.» «En cuanto a la pluma -sigue Antonio Gala- es lo último que prestaría en mi vida. Lo último», afirma, después incluso de pensarlo un momento. «Tengo una increíble colección de plumas estilográficas, alguna vez las uso, por qué no. Ahí están las maravillosas marcas. Pues nada. Cuando tengo que escribir, uso la mía.» La Troila, la inseparable perrita de Gala, se acerca como si entendiera lo de los préstamos. «A la Troilita tampoco la prestaría -dice mientras la acaricia-, pero un poquitín sí. Por lo menos, me la devolverían en mejor estado que la pluma. De ella se podría decir: -Imposible la hais dejado / para vos y para mí", como de doña Ana.»

Antonio Gala tiene pendiente de estreno una obra musical, Carmen, Carmen. «No se ha estrenado hasta ahora porque se le ha dado un giro de 180 grados. Iba a representarse en La Zarzuela, con un montaje esplendoroso, pero consideramos que iba a ser un gasto excesivo para muy poco tiempo. Sólo iba a ser vista por unas 120.000 personas a teatro lleno, con lo que se iba a convertir en una especie de obra elitista. Y eso no lo quería ni la Dirección General de Música ni Carmen, Carmen, que es un espectáculo con vocación muy popular.

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