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Tribuna
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Constitución entre dos papas

Manuel Vicent

El espacio entre dos pontífices muertos marca un tiempo fantasmal, de claustro románico, a los trabajos constitucionales. Ya van dos papas y nuestra Constitución sin barrer. Pero la muerte repentina del último ha impresionado definitivamente a los senadores, que tal vez han decidido aligerar la marcha con la obsesión de que la profecía de Malaquías no los coja aquí dentro mientras habla Ollero. El debate hace tiempo que también ha muerto. Lo que aquí se dice y se gesticula son sólo comentarios al texto, glosas esculpidas en el aire, una forma de hilar un libro de las horas en las grádas del monolito.En las cinco sesiones del Pleno constitucional el Senado se ha puesto en pie tres veces para dar el pésame. Una verdadera especialidad de la casa. Guardias asesinados, ferroviarios accidentados, papas llamados urgentemente al cielo. Ayer también se realizó una cuarta despedida funeral dedicada entre lágrimas de cocodrilo a los senadores reales. En un ambiente de postrimería pontifical, grandes brocados de humedad yerta que bajan a la cripta, los senadores reales fueron elogiados con un tono de postres de banquetillo democrático. El artículo 68 de la Constitución establece el principio de identidad, la duda filosófica que ha hecho naufragar a los senadores reales en el botellón del consenso.

Había en la sala una especie de rebeldía aplacada por esas palmadas en la espalda con que se agradecen los servicios prestados. Primero había llegado el comunista Mateo Navarro para decir con toda la barba que este Senado es una fantasmagoría. Pero el socialista López Pina, desde la casamata del consenso, sacando el folio por la aspillera, contestó que el Senado es la clave de la bóveda de la Monarquía parlamentaria. Así de bonito. De está forma, entre la parafina política, el autobombo y la lucidez que precede al harakiri, se ha pasado media tarde en un soplo. Por un lado estaban Audet, Pere Portabella y Zabala, elaborando un suspiro territorial, y por otro, Martín Retortillo y Jiménez Blanco defendían la partitura sin salirse del pentagrama, cuando en esto entró en acción el senador Ollero, el rayo que no cesa, que habla siempre como si tuviera, un güisqui en la mano para adornarse con cintas literarias la propia defunción. Primero soltó la parrafada del réquiem, se vació el interior y después retiró la enmienda.

Muerto el Papa y confeccionado el propio miserere por Ollero, el Pleno constitucional ha enfilado la bajada y las enmiendas prendidas de los votos particulares iban cayendo como confetis sobre la caravana. De cuando en cuando aún suspira y se levanta Satrústegui, formula cualquier vano ideal y termina su perorata en el vacío con una súplica lastimera para que alguien conteste a sus palabras. Pero enfrente hay un silencio sólido, un granito de Colmenar.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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