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Un programa de política económica

Enrique Fuentes, Julio Alcaide, Manuel Lagares, Victorio Valle

Conseguir un mayor empleo, lograr una menor inflación y mantener el equilibrio alcanzado de la balanza de pagos, constituye el difícil objetivo primario de la economía española para los próximos años.

Un objetivo que, para constituir la base de un programa de política económica, debe formularse desde el compromiso de las cifras. Estas cifras son fáciles de retener:

l La economía española deberá crear anualmente 200.000 nuevos puestos de trabajo para mantener y no agravar los bajos niveles de actividad de su población (35,4%) distantes de los europeos (49,7%) para no aumentar su elevada tasa de paro, 7,1%, frente al 5,7% del promedio de los países de la CEE.

l La economía española deberá seguir reduciendo su inflación hasta situarla a finales de 1979 en valores europeos en torno al 9%, que conviertan en recuerdo histórico la pesadilla de la inflación de dos dígitos.

l La economía española deberá perseverar en su esfuerzo exportador de 1978 para financiar las mayores importaciones que el país demandará si ha de aumentar la producción sustancialmente con el fin de elevar el empleo. Traducido en términos más precisos, ese objetivo exige que el crecimiento de las exportaciones españolas supere claramente el próximo ejercicio la tasa prevista de crecimiento del comercio mundial (6%) hasta duplicarla, ganando mercados como lo ha hecho ya en 1978.

Estos tres objetivos a los que debe aspirar nuestra economía no se regalan. El funcionamiento espontáneo de la economía española no conseguirá esas cifras. Registrará otras muy distintas si nos dejamos ir los días sin programar una actuación enérgica de la política económica y sin ejecutar, con esfuerzo y continuidad, el programa elaborado. Esos resultados, a los que apunta la tendencia histórica que se sigue del funcionamiento espontáneo de la economía, pueden discutirse como todo futurible. Sin embargo, ningún economista solvente negaría que ese futurible registrará más paro que el que hoy tenemos, que la tasa de inflación no reduciría sus ritmos, sino que los elevaría hasta distanciarse más aún de lo que hoy lo está de los europeos. Y que la balanza de pagos perdería parte de las ventajas ganadas en los meses pasados. La mejor defensa de la necesidad de una nueva política económica se halla en la reflexión frente a los resultados que ofrecen los cuadros a los que lleva la tendencia espontánea de la economía y la actitud de sus intérpretes tal y como éstos se han comportado tras la crisis de los setenta.

Si hay que ganar un futurible mejor del que se sigue de los comportamientos tendenciales de la economía tras la crisis, hay que diseñar un cuadro económico normativo al que apostar, apoyado por la política económica y asistido por la voluntad y el trabajo de la sociedad. Un cuadro voluntarista pero posible, capaz de indicarnos dónde dirigir la atención y cómo orientar el proceso productivo para crear los 200.000 puestos de trabajo que necesitamos, mostrarnos las conductas necesarias de todos para ese difícil regreso a tasas europeas de inflación y valorar, en fin, el esfuerzo de exportación necesario para obtener, de un comercio exterior creciente, los medios necesarios con los que posibilitar el desarrollo económico español en el futuro.

Construir un programa de política económica que alcance esos tres objetivos primarios -mayor empleo, menor inflación y mantenimiento del equilibrio alcanzado por la balanza de pagos tiene un principio obligado:

l Exponer la estructura de la producción que posibilita las cifras de empleo a que aspiramos.

l Diseñar qué cuadro de demanda resulta coherente con los objetivos formulados.

Este es, precisamente, el propósito de los, artículos que EL PAIS ofrece hoy a sus lectores y con los que tratamos de continuar el análisis de los problemas actuales que presenta la economía española, dándoles algunas respuestas a través de un programa necesario y posible, cuya exposición se completará en dos próximos trabajos.

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