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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una pedagogía de la libertad

Por una vez no encuentro mejor título con que encabezar este comentario que el de la propia obra que le da pie. Tan irrenunciable es el valor de la libertad, que su inclusión como fin específico en cualquier tarea -la pedagógica en este caso- inmediatamente le tiene, que conferir un marco de confianza. Pero, aparte de ello, ya mucho menos abstractamente, no cabe duda de que en el momento constituyente que vivimos, en el cual el capítulo educativo ha dado lugar a una intensa polémica, azuzada principalmente por la prepotencia de los grupos de presión de la órbita de la Iglesia y sus representantes políticos de la derecha, que no quieren renunciar a sus anchos privilegios: en los momentos que vivimos, digo, el recuerdo del ejemplo positivo de la Institución Libre de Enseñanza (ILE), su alternativa a un estado de cosas empobrecido y cerril, no puede ser más oportuno.El volumen ha sido preparado por tres profesionales de la educación (en su doble vertiente, técnica y docente) y consta de un estudio preliminar, firmado por Enrique Guerrero Salom, y una selección de textos de autores «institucionistas» tan significativos como Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate, Julián Besteiro y Concepción Arenal, agrupados por bloques en torno a cuatro temas fundamentales: la ILE frente a la educación tradicional, la ILE y la libertad de enseñanza, la ILE y la reforma del sistema educativo español y la ILE y el reformismo social. Tanto los textos en general como cada uno de los bloques en que los han dividido los autores vienen precedidos de breves presentaciones.

Una pedagogía de la libertad

La Institución Libre de Enseñanza. Enrique Guerrero Salom, Díego Quintana de Uña, Julio Seale Nariño. Cuadernos para el Diálogo, Madrid.

La Institución se fundó en 1876, y para conmemorar el centenario parece que se edita la obra, impresa en 1977. Ignoro qué razones editoriales habrían causado su tardío lanzamiento bien entrada la primavera de 1978, y quiero subrayar el hecho no por gusto, sino porque considero importante señalar que el tono de lo escrito para ser publicado antes y después del Rubicón del 15 de junio de 1977 por fuerza tiene que variar. Con otras palabras, que esa circunstancia editorial hace que, bajo los presupuestos actuales, lo escrito no hace tanto tiempo, pero sí cuando ya incluso la predemocracia era sólo una meta, suene a autocensurado, a excesivamente cauteloso. Esto, claro está, se refiere sobre todo al estudio preliminar, trabajo que traza una síntesis histórica de lo que fue la ILE desde sus comienzos hasta su violenta supresión por parte del franquismo. Se trata de un ensayo apretado, pero que, en cualquier caso, centra el tema con propiedad, haciendo gala de un sólido nivel de información.

Recoge el estudio el desencadenante inmediato de la creación de la ILE: el período represivo de las postrimerías del reinado isabelino (cuando era política y socialmente reprobable cualquier disidencia ideolóízica del asfixiante jesuitismo, incluida la actitud científico-positiva del progresismo de la época), que motivó la separación. de varios catedráticos, entre ellos Salmerón. Sanz del Río y Gíner. Asimismo la presentación analiza cómo la rehabilitación de la hetedoroxia (principalmente krausista) que llevó a cabo la revolución de 1868 no impidió que, culminada la Restauración, el celo reaccionario (que renacería tristemente en nuestros inefables años «nacional-católicos») exclaustrara otra vez a los universitarios mencionados,-quienes terminaron por fundar la ILE, como escuela privada -primaria y media-, en 1876. Pocos años más tarde los prohombres institucionistas volverían a la Universidad, pero la ILE no se desmontó, sino que continuó sus días hasta 1936, dando lugar a sucesivas aeneraciones, desde el «abuelo» Giner de los Ríos a los innumerables discípulos, entre los quesecuentan figuras de la talla de Antonio Machado. Juan Ramón y Lorca.

¿Qué fue la ILE? Ideológicamente, como señala el prologuista, fue un intento de forja de una nueva conciencia que enlazaba con el reformismo ilustrado de Carlos III y que, en sus sucesivos desarrollos, empalmaría con el regeneracionismo fin desiécle y, más adelante, con el fabianismo o humanismo, en el que tenían cabida desde el progresismo liberal hasta el socialismo de Besteiro y De los Ríos. Pedagógicamente.'Ia Institución supuso lo que ya dije antes: la puesta en práctica de una alternativa, que hoy llamaríamos democrática de enseñar no sólo bien, sino también por y para la libertad. Frente a los textos anquilosados («textos muertos»), los institucionistas realzaron el papel de la discusión y la utilización crítica de fuentes diversas-, fomentaron una formación armónica en la que, aparte de cultivarse las disciplinas más «elevadas» o «rentables». se insistía por igual en la preparación física, el contacto con la Naturaleza y el conocimiento de, las tradiciones populares; se preocuparon de lograr, además de la preparación intelectual, la preparación cívico-moral, basada en la tolerancia y la ausencia de competividad. racionalizaron el método educativo, suprimiendo el sesgo memorístico y los rasgos traumatizantes, defendieron la coeducación y la educación «extendida» más allá de los límites convenciónales de las aulas. Retornando parte de lo apuntado, no es exagerado afirmar que la ILE fue precursorla de los movimientos ecológicos contemporáneos, al inculcar el respeto por la Naturaleza, su exploración y la valoración de las artes -culinarias, arquitectónicas, etcétera- del pueblo, lo mismo que su riqueza etnológica.

Sólo el increíble arriscamiento desencadenado en 1936 pudo interitar arrasar un legado tan atractivo. ya que lo cierto es que los afanes institucionistas llegaron a hacerse oír incluso entre la burguesía conservadora, que dominaba la escena política y social de su tiempo. A la ILE, en efecto, se deben, a la larga, distintas iniciativas, como la creación del Ministerio de Educación (desglosado de la cartera de Fomento), el instituto-escuela, el museo pedagógico y la junta para ampliación de estudios. Pero sería ocioso insistir en que para los vencedores de 1939 hasta el liberalismo era «pernicioso».

Hoy algo ha cambiado, y, entre otras cosas, la ILE vuelve a existir legalmente. Tras el largo paréntesis, la construcción del futuro colectivo debe empezar por la recuperación de la memoria histórica, por la reconstrucción simbólica de lo que fue. Aquí, naturalmente, entra por derecho propio la huella de la ILE. ¿En qué sentido? Evideritemente, como bien concluye Guerrero, no en sentido estricto. Es cierto que para la perspectiva de nuestros días, la ILE resulta naïve en su optimismo pedagógico, en su carácter trasnochadamente ilustrado, que desconocía el giro que estaba adoptando la dinámica sociohistórica. Es cierto, también, que nos resulta puritana en su ascetismo. Como no es menos cierto que las concomitancias fabianas que antes mencionaba se resolvieron a veces en una tentación corporativisita que en la actualidad ya no nos es dable ensayar. Sin embargo, lo que no se ha perdido ni se puede perder es la herencia moral de la Institución, que no es otra sino el acicate permanente por lograr una educación auténticamente libre. Este es el sentido de la ILE y ésta es su vigencia.

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