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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los acuerdos de Camp David

DESDE LA guerra árabe-israelí de 1973 se habla de paz negociada en Oriente Próximo. Desde esa fecha hasta hoy hubo varios momentos de optimismo en los que la paz se daba por hecha. La conferencia «cumbre» de Camp David, entre los presidentes Carter, Sadat y el jefe de Gobierno israelí Menahem Begin, se incluye en esos inevitables ciclos de euforia.El optimismo de unos y el pesimismo de otros -porque los países árabes del llamado «frente de la firmeza» ya han calificado los acuerdos de «nueva traición»- no oculta un hecho que se repite siempre: la ausencia de los verdaderos interesados y afectados palestinos de toda negociación.

Los acuerdos de Camp David, dos protocolos, esencialmente, uno sobre la devolución por Israel de los territorios ocupados a Egipto en 1967, y otro las posibles bases de una devolución de Gaza y Cisjordania, resultan ya tan controvertidos por los propios firmantes del acuerdo a las pocas horas de haber estampado su firma, que no sorprende que los ausentes -palestinos y Estados árabes moderados o radicales- comiencen a rechazarlos con mayor o menor violencia. De hecho, en Camp David sólo parece haberse hecho, posible la firma de una paz bilateral entre Egipto e Israel. Tal paz bilateral, solicitada siempre por Tel-Aviv, está taxativamente especificada cuando se indica que El Cairo y Jerusalén firmarán la paz en un plazo máximo de tres meses.

La reserva impuesta por Sadat de que Israel acepte previamente el principio de abandonar los. asentamientos israelíes construidos en los territorios ocupados no ha impedido que el presidente egipcio pierda a su segundo ministro de Asuntos Exteriores desde que decidiera el histórico paso de viajar a Jerusalén a fines del año pasado.

De todas maneras, y aunque el Parlamento israelí aprobará estas próximas semanas el abandono de sus colonias, esto, con ser importante, no altera la incertidumbre que pesa sobre el núcleo central del conflicto: el futuro político de Gaza y Cisjordania, sobre lo cual Israel no se ha comprometido a nada diferente de lo que ya había propuesto en reuniones anteriores, es decir, negociar ese futuro al cabo de un período de cinco años de administración árabe.

Las incógnitas siguen vigentes: ¿Retirará Israel sus tropas al término de esos cinco años? ¿Será permitida la creación de un Estado palestino? ¿Qué papel será llamada a jugar la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que reivindica con el apoyo de los palestinos el derecho a representarles en toda negociación y a jugar un papel preferente en el futuro?

A las pocas horas de firmados los acuerdos de Camp David se han producido ya las primeras diferencias de interpretación. Begin dijo que las tropas israelíes permanecerán en Cisjordania después del plazo de cinco años, y que no se ha comprometido totalmente a abandonar las colonias israelíes en territorios ocupados. Asimismo añadió que Washington prometió construir dos bases en el Neguev para sustituir a las que Israel posee en el Sinaí actualmente y que serán devueltas a Egipto. Esto último fue negado ayer mismo por la Casa Blanca.

En verdad, el conflicto árabe-israelí, sobre todo la llamada «cuestión palestina», encierra para los Estados de Oriente Próximo tantos factores emocionales, tantas aspiraciones que en realidad son excluyentes, que hablar de paz resulta de una considerable inocencia política. Sadat, Begin y Carter necesitaban un éxito político, aunque sea efímero, y lo han obtenido en Camp David. Dentro de unos meses todo volverá a ser como antes, es decir, un conflicto que quizá no tenga solución verdadera en este siglo.

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