Carta desde Sri Lanka
Director General Adjunto de la UNESCOLa población total de Asia es de 2.436 millones (datos de 1975). El promedio de crecimiento anual fue del 2% en el periodo comprendido entre 1965 a 1975. Hablar de Asia así, en su conjunto, significa, evidentemente, hablar de uno de los mosaicos más heterogéneos de nuestro planeta: desde un punto de vista étnico, cultural, de grado de desarrollo, de antecedentes históricos, etcétera, las, diferencias son, en efecto, extraordinarias. Asia comprende países como Japón, Australia, Nueva Zelanda y Rusia, con una población total de 383 millones y un crecimiento anual promedio del 1,1 % y ventiún países con 2.053 millones de almas cori un crecimiento anual del 2,2 %. El 61% de la población total del mundo -72% de los países en vías de desarrollo- vive aquí. De esta población, ¡el 40% ,tiene menos de 15 años!
Las disparidades son, pues, evidentes. Pero también lo son las convergencias. Y este convencimiento ha sido, para quien os escribe, la conclusión más aleccionadora de la Conferencia de Ministros de Educación de Asia y Oceanía que, bajo los auspicios de la UNESCO, se ha celebrado hace algunas semanas en Colombo. Convergencia en el unánime sentimiento de que es imprescindible establecer un nuevo orden internacional, basado en unos nuevos (o renovados) valores de justicia y solidaridad; en unos nuevos parámetros paramedir el «bienestar» humano; en una nueva medida -permitidme hablar sin ambigüedades- de cuáles son las responsabilidades comunes a todos los ciudadanos del mundo, de nuestros deberes, de la valoración de nuestro comportamiento, de nuestra tranquilidad de conciencia.
Vivimos sumergidos en nuestro entorno inmediato, ocultos (afanosamente con frecuencia, justo es reconocerlo) en nuestra realidad de cada día. El eco de nuestros coetáneos atraviesa raras veces -en ocasiones especialmente dramáticas- nuestra endurecida epidermis. Hablamos de solidaridad y de fraternidad, pero las acciones no siguen a las palabras, que quedan normalmente a poca distancia de los labios. El tráfago de cada día, las urgencias cotidianas que tenemos (o que nos hemos impuesto) no nos permiten reflexionar.
«Se considera que el adecuado cumplimiento del derecho a la educación es esencial para el ejercicio de los demás derechos humanos», se dice en la Declara ción de Colombo, aprobada por aclamación al final de la conferencia. «En la tarea educativa colaborarán con los maestros y los padres todos los miembros de la comunidad que puedan contribuir a la misma ... » Situar a la educación en primer término: sólo éste puede ser el principio del fin de los males que nos aquejan a nivel mundial. Se requiere una movilización general de recursos humanos y financieros. Se necesita un gran coraje, que presupone, a su vez, una ilusión, unos ideales. Ideales y convencimientos que ponían bellamente de manifiesto, en el estadio de Kandy, millares de alumnas y alumnos de los centros de enseñanza próximos, al tiempo, que interpretaban danzas típicas, tablas de gimnasia o música local. La promoción de la música, de la artesanía.... de la imaginación, de la creatividad es extraor dinaria en este pueblo. Y su esfuerzo educativo es admirable. En medio de tantas precariedades en otros órdenes -y quizá precisamente por ellos- la educación es la tarea nacional prioritaria. Una educación,en la que defienden, sin rubores, sus principios y valores, de tal modo que contrasta con la tibieza y convencionalismos que usamos «los poderosos de Occidente ». Unos «poderosos» que no nos decidimos a iniciar el cambio que el mundo necesita y espera; que no tenemos fuerza moral para en frentamos con las sombrías perspectivas que, sino se modifican sustancialmente las actuales tendencias, aguardan a la Humanidad. Aprendamos la lección que estos pueblos humildes -y, a veces, humillados durante siglos- nos ofrecen. Aprendamos su resolución y su coraje. E instauremos conjuntamente una nueva civilización. Para ello es preciso seguir la recomendación y moraleja del verso de Quevedo: «¿No ha de haber un espíritu valiente? ¿Siempre se ha de decir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?»
La educación es el primer paso, el eslabón insuplible, para la libertad auténtica. Educación como base y principio de la justicia social. Educación para el ejercicio de la actividad intelectual, distintivo de la condición humana. Y, como decía antes, la educación no es sólo responsabilidad de los maestros. Los padres no pueden transferir bajo ningún pretexto esta enorme responsabilidad. No me refiero -porque en muchos casos no sería posible- a la educación «académica», pero sí a la más importante formación: a la formación humana de los valores, porque para ello es suficiente (!) con el ejemplo...
No pueden, no deben existir estas disparidades, estos desequilibrios. Es urgente, por todos los conceptos y desde toda óptica, equiparar las posibilidades, atender con un mínimo no regateable la calidad de cada vida. Para comprender que no existen distancias reales entre «nosotros» y «los otros», entre nuestros pueblos y los suyos; para apercibirnos, sobre todo, de que el futuro de nuestros hijos y de los suyos es un futuro común, es necesario un revulsivo que avive nuestra capacidad de percepción y de recepción, que -sin aspavientos ni catastrofismos, que no sirven para nada- seamos plenamente conscientes de las implicaciónes personales de la globalización de los problemas que, en mi opinión, es una de las características fundamentales de nuestro tiempo. Nada puede (debe) sernos ya ajeno.
La ministro de Educación de la India me contaba, amigo lector, que cada año existen en su país quince millones de alumnos más ... ; que el 81 % de las mujeres son analfabetas ... ; que sin una formación adecuada no será posible regular el desorbitado crecimiento demográfico... ¿Qué hacer? ¿Cuál puede.ser nuestra contribución real? ¿Pómo podemos cada uno de nosotros colaborar en la solución de sus problemas, que nos conciemen y nos duelen, pero son «lejanos»? Es mucho lo que podemos hacer. Y no pretendo -porque no podría, aunque quisiera, dar una contestación exhaustiva. Pero sí me atrevo -lo justifica y disculpa la impresionante cercanía al tema desde la que escribo- a perfilar algunas respuestas.
1. Adopción de una clara actitud personal para la salvaguardia universal de los derechos y de los requerimientos básicos de la condición humana. La educación, la nutrición, la sanidad... deben estar asegurados en todo el mundo, a todo ciudadano. Vuelvo repetirlo: cuando nos atareamos en los flecos de unos derechos sucesivamente pormenorizados para una élite privilegiada, el problema para la gran mayoría de la raza humana es «sobrevivir con dignidad».
2. Cooperar con los medios a nuestró alcance en la consecución de una información objetiva y universal, de tal modo que sepamos exactamente las características del momento que estamos viviendo. Que no se nos «distraiga». La responsabiliad de los medios de difusión es mayor que nunca. Sin esta premisa es difícil imaginar que se alcance la mentalización que, a todos los niveles, es imprescindible y urgente.
3.Participación comunitaria, empezando por los recursos de que cada uno disponga. No se trata únicamente de la actuación de los Gobiernos, de la resolución de los Estados para una acción a nivel mundial más justa y solidaria. Cada uno debe actuar, según lo permitan sus posibilidades, de múltiples maneras: instruyendo a sus hijos y a sus alumnos en estos sentimientos; contribuyendo con su aportación a los organismos nacionales o internacionales competentes.... Y, sobre todo, con el ejemplo de atender al prójimo próximo que lo requiera. Para la gran mayoría de los hombres y mujeres, la única y la mejor manera de contribuir a estos objetivos es la de conceder «primacía al Tú cercano», como nos recomendaba a un grupo de españoles, hace bien poco, en un atardecer romano, una voz amiga. La participación comunitaria es esto en esencia. Sin contrapartidas. Sin contabilidad de partidos o ideologías.
No estoy preconizando acciones «benéficas». Ni pregonando ejemplaridaes que, por desgracia, sé mejor que nadie que no puedo proclamar. Estoy diciendo, pura y simplemente, desde una realidad lacerante y estimulante a la vez, que debemos tener el coraje de observar nuestro entorno. Y de reflexionar a continuación. Y de actuar en consecuencia. «Mira a tu alrededor y sabrás lo que tienes que hacer», dice el viejo proverbio asiático. Hoy nuestro alrededor es el mundo entero.
«Ayubowan» -«Iarga vida»-, reza el saludo ceilandés, al tiempo que se juntan las manos en actitud de oración. Larga vida, plena larga vida te deseo, amable lector, desde Sri Lanka.
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