Lo del Papa
Parece que no, pero este verano han pasado cosas. Por ejemplo, lo del Papa. Como no me fío nada de los vaticanistas de nuestra prensa, que suelen ser curas de paisano o paisanos que no sirvieron para cura : estaba deseando llegar a Madrid para debatir la cuestión con un enterado: el abrecoches.El abrecoches se ha pasado el verano bajo el sol de agosto, con camisa de batista, gorra de plato, muleta pintada de blanco, clavel madrileño, sandalia de playa en el pie impar y colilla, de porro.
-Los domingos, ya sabe usted, don Francisco, abro coches a la puerta de misa de doce, por Serrano y así.
-¿Y cómo ha recibido la afición al nuevo Papa?
-Les ha dejado un poco flojos. Hay algunos ex combatientes que esperaban que saliese el vidente Clemente.
La izquierda dice que Juan Pablo I se va a cargar la Iglesia porque le va a quitar toda la agresividad de Juan XXIII, y la derecha dice que se va a cargar la Iglesia porque es obrerista.
-En todo caso, parece que se va a cargar la Iglesia -le digo al abrecoches, que vive teológicamente en la duda ilustrada, como André Bretón.
-Que se cargue la Iglesia, pero que me deje la misa de doce de los domingos, don Francisco, que es un dinero.
Pienso que la actitud del abrecoches es, en buena medida la de muchos católicos del mundo entero: se han desentendido del ceremonial renacentista y la política maquiavélica del Vaticano, pero quieren conservar la parroquia de su pueblo y la misa dominical, que es una manera de verse unos a otros a la luz cruda del mediodía y mirarse ya como muertos felices que toman el sol, que es como se mira la gente a la salida d e misa.
-Eso le ha quedado a usted muy literario y muy bien, don Francisco -dice el abrecoches, que sigue enterándose de la vida por el Financial Times.
-¿Ni siquiera se ha pasado usted al Osservatore Romano para seguir la cosa pontificia? -le digo.
-Nada. No me lo baja nadie.
Habrá usted observado, don Francisco, que en este país tan católico no hay un dios que lea el Osservatore Romano. Ni siquiera viene a los quioscos. Todos los cristianos postconciliares están suscritos ya a Penthouse.
Es verdad. En esta católica España, ya puede usted pedir con toda desenvoltura en un quiosco el Playboy japonés (que es el que mejor da los glúteos), y nadie le mira por eso, pero yo he hecho la prueba de pedir en un quiosco de Sol el Osservatore Romano y se ha arremolinado el personal. Creían-que era una nueva indecencia de esas que se sacan los italianos:
-Ya no saben qué pedir -le decía el quiosquero a la gente mientras se hurgaba en ese bolsón donde revuelven los quiosqueros la calderilla. Tuve que meterme en la boca de un Metro que no me llevaba a ninguna parte.
-Según Sán Malaquías -dice el abrecoches-, este Papa es de los últimos que le quedan a la Iglesia. Y no me extraña, porque no parece hombre de carácter ni que -vaya a repartir la píldora a puñados desde el balcón de San Pedro.
-A mí -le digo- me queda como un poco veneciano.
Y no me refiero sólo a que proceda de la diócesis (o lo que sea) de Venecia. Estoy pensando en aquellos poetas venecianos y rompedizos que puso de moda, en España, Castellet, hace unos años. Pero de eso no habla el Financial Times.
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