De la misa de Valls a la guitarra de Fresno

Francisco Valls, (1665-1747) es uno de los grandes nombres de la música religiosa de su tiempo. Maestro de capilla en Gerona y Mataró antes de serlo en Santa María del Mar y catedral de Barcelona, su estiló prolonga y renueva la mejor tradición polifónica española. En 1710, ante la reina Isabel de Brunswick, fue cantada la que ha sido su «Misa» más comentada, compuesta sobre la Escala Aretina en la que aparecen soluciones disonantes de gran atrevimiento para la época hasta el punto de producirse una gran polémica en la que medió Alessandro Scarlatti. Parecida amplitud de criterio demuestra Valls como teórico en su Mapa harmónica o tratado de composición ya comentado por Pedrell en sus escritos sobre Músichs vells de la terra y dedicado a la más segura enseñanza de muchachos.

La Misa Aretina, en versión revisada y reconstituida por el ilustre P. López Caló, ha vuelto a cantarse, después de más de dos siglos, por el London Oratory Choir que dirige John Hoban en la Catedral de Saint Pierre, Saintes. El mismo eclecticismo que caracterizó la ideología de Valls brilla en esta partitura, no exenta de influencias y tan. ligada a maneras de la vieja música española como conectada con los procedimientos de su tiempo. Lo que más importa es la real belleza de una música plena de expresividad y, en ocasiones, evocativa del mundo haydniano, tanto en lo vocal como en lo instrumental. La versión de los cantores ingleses fue de todo punto excelente, como lo fueran los distintos fragmentos de Victoria que la precedieron.

Otro grupo vocal compuesto de cinco voces, «Les Scholars», enfrentaron grandes ejemplos de polifonía religiosa y profana española (Morales, F. Guerrero, Vásquez, Flecha) con obras inglesas de la misma época. Absolutamente impresionante Robert White cuyas Lamentaciones de Jeremías, por su poder expresivo, su escritura y la apretada y flexible andadura, pueden figurar entre las páginas maestras de su tiempo. Nada hay que decir de los otros dos autores ingleses incluidos pues son muy conocidos de todos: William Byrd y Thomas Morley. Merece la pena destacar la excelente interpretación de la misa Quaeramus cum Pastoribus, de Morales o de las Villanescas de Guerrero.

Uno de los recitales maestros del Festival de Saintes, ha sido, sin duda, el de Jorge Fresno que, a su vez, dictó cursos en el Centro de Recherches. En la vihuela, con dominio de técnica y profundización en los estilos, el intérprete argentino tocó páginas definitorias de Pisador, Valderrábano, Milán, Fuenllana, Daza, Narváez y Mudarra, es decir, la flor de nuestro vihuelismo.

Sin el menor esfuerzo aparente, cambió la vihuela por la guitarra de diez cuerdas para decirnos que domina la estética de nuestro tiempo con tanta naturalidad como la renacentista. Con el portugués Cándido Lima y el cuasi español Mauricio Ohana, pudimos escuchar ese bellísimo trozo de Tomás Marco titulado «Paisaje Grana»,en homenaje a Juan Ramón Jiménez y que, a su vez, es sustancialmente música juanramoniana por el lirismo, la fuerza y sencillez de las imágenes y la tenue y refinada calidad de las coloraciones. Otro poeta español, Juan Larrea, inspira José Ramón Encinar la pieza qu Fresno dio por vez primera en el auditorio de la Abadía de las Damas: El aire de saber cerrar los ojos nueva muestra de la sustantividad creadora del joven compositor y director. Más elusiva que la de Marco en relación con la «fuente» literaria, revela -por distinto camino- una eficacia técnico-expresiva y muestra un talante poético entre mágico, matemático y distanciado. Completó la selección el Canticum del cubano Leo Brouwer.