El espejismo de una corrida a cuarenta grados
«¡Cervezaaa! ¡No apurarse, que hay cerveza para todos! » El vendedor, gradas arriba y abajo, no daba abasto. ¡Con el día que hizo el domingo en Madrid! ¿Dice usted que estamos a cuarenta grados a la sombra? Eso será en Barajas y por ahí, a campo raso, porque en este embudo de Las Ventas debemos estar a cincuenta.«¡Cervezaaa!» Abarrotada la sombra, en el sol debía haber media docena de legionarios y otro -tanto de legionarias, llegados se supone que de la Laponia -o de más arriba, de más arriba tiene que ser, oiga- dispuestos a llevarse en sus espaldas todo el sol de España que vende Ignacio Aguirre, secretario de Estado para Turismo, y torero y olé para más señas. En sus espaldas y en sus muslos. Porque los turistas se despelotaban de arriba y las turistas arremangaban las faldas hasta la caera, ahora no caigo si era para chupar en sus carnes el sol, como decíamos, o para refrescarlas.
Plaza de Las Ventas
Cinco toros de Camaligera, bien presentados, mansos, con problemas, y uno (quinto) de Rodríquez de Arce, cinqueño, serio y con trapío, manso, con genio, manejable. Sánchez Bejarano: estocada delantera, rueda de peones y descabello (vuelta con escasas protestas). Media contraria y descabello (silencio). Ricardo de Fabra: pinchazo y media atravesada y tendida (silencio). Pinchazo hondo trasero y cinco descabellos (silencio). Vicente Montes, que confirmó la alternativa: pinchazo, rueda insistente de peones y cinco descabellos (silencio). Cuatro pinchazos, descabello, aviso y dos descabellos más (pitos).
«¡Cervezaaa!» Y en esto que suena el clarín y aparecen las cuadrillas, metidas en el traje más incómodo que haya podido ingeniar la mente humana, bonito -eso sí-, pero cargado de lentejuelas, pesado, ceñido. Y pienso: con lo que está cayendo y en semejante armadura enfundados, ¿cómo vamos a sacar la lupa y hacerles a estos hombres la crítica esa que no se casa con nadie, surtida de querencias, terrenos, pico, no pico, muleta adelante, pierna atrás, temple y gaitas?
Y luego -«¡Cervezaaa!» «Lo siento, macho, no me queda ni el hielo»- suena el clarín y, para no mejorar las cosas, precisamente, empiezan a salir torazos, con su edad y sus problemas. Cuarenta grados en la sombra, cincuenta en el sol, ¿cuántos hará en el ruedo? Mas hete aquí que el nuevo matador, Vicente Montes, como si se sintiera en el frescor de una consagración de la primavera (de Strawinsky, vale), brega con su toro, al que lidia bien, y, aunque éste ya le avisa entonces de que se cuela peligrosamente por el derecho, la faena de muleta, tras unos ayudados eficaces y un trincherazo muy torero, la plantea, precisamente, por el pitón derecho. Hay cabeza, serenidad, mérito y emoción en esa faena, pues el espada busca, el terreno adecuado, lo encuentra, aguanta tarascadas y manda en los pases, No obstante, un derrote va con aviesa intención al cuerpo y Montes lo acusa, con gesto de dolor. Poco ha faltado para mandarlo a la enfermería.
Unas verónicas finísimas cuajó Sánchez Bejarano al segundo de la tarde y luego hizo un bonito quite por chicuelinas rematadas con serpentina. Pisaba fuerte Sánchez Bejarano, andaba pletórico de lorería por el ruedo, y como, además, el toro era noble, nos relamíamos de gusto -«¡Cervezaaa, venga ya una de bote!»- pensando en la gran faena que íbamos a ver. Pero no se acopló el matador, aunque dio buenos muletazos sueltos, tres magníficos de pecho y al final -sólo al final- una serie de derechazos hondos, reposados y ligados, muestra acabada de la indudable calidad que hay en este torero.
Luego animaron la tarde los hermanos Capilla, trabajadores, atentos al quite, desmedidos en su afán de hacerlo todo y que les aplaudan, los cuales pisaron terreno comprometido en banderillas; y Fabra, acertado en la lidía del manso querencioso, pero absurdamente atento a las órdenes del picador, que señalaba dónde debía aparcarle el camaligera. Como se había llevado una costalada, se ve que no estaba dispuesto a repetir la experiencia. Ese toro era distraído y Fabra lo porfió Inútilmente con la muleta.
Tampoco tenía fijeza el cuarto y Sanchez Bejarano le anduvo por la cara. Fabra no se estuvo quieto en el quinto que era manejable, tanto como puede serlo un cinqueño, con genio y, además, de Rodríguez de Arce. Extraordinariamente noble el sexto, no había, en cambio, posibilidad de faena, pues no se tenía en pie. Sería por los centígrados. «¡Cervezaaa!» «¡Que ya no queda, contra! » A las nueve abandonábamos el embudo de Las, Ventas, y corríamos a buscar un oasis. ¿Habíamos estado en los toros o todo fue un espejismo?
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