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TEATRO

Vergel, más difícil todavía

Alberto González Vergel es un director a quien todo el mundo reconoce competencias profundas adjudicándole, al propio tiempo, rigores en el trabajo y poca o ninguna flexibilidad en la comedia humana. Puede que sea este conjunto el que ha permitido, le ha permitido, la realización de un espléndido y singular ejercicio: estrenar a Max Aub con un grupo de aficionados y seducir apasionadamente a los invitados al espléndido auditorio de Philips.Max Aub, un día no lejano, uno de los remordimientos de nuestros responsables teatrales. ¿Vale decir que es uno de los grandes escritores de esa generación maltratada y casi perdida a quien la guerra española exilió? Max Aub es el más importante de nuestros escasos pirandelianos. Su existencial teatro es un continuo intento de clarificación de los personajes a través de confesiones, más que de situaciones dramáticas. Pero en Los muertos, que Vergel ha estrenado ahora, la información que los personajes nos facilitan se ordena a lo largo de una revelación especulativa que borra ciertas fronteras entre «lo que fue» y «lo que pudo haber sido». Hay cierto parentesco evidente entre Los muertos y Deseada, dos propuestas que el autor cubrió irónicamente bajo el nombre de «teatrillo».

Es triste tener que hablar así, con levedad y ligereza, de un acontecimiento riguroso que ha quedado, sin embargo, fuera de la vida comercial del teatro -lo cual, a lo mejor, no era una tragedia- suprimiendo, de esa manera, la confrontación directa con su audiencia que Max Aub merece y necesita.

Un texto como Los muertos debe desprenderse, como todo Max Aub, del «ghetto» mortal que encierra, hoy por hoy, al escritor. Del pequeño aprovechamiento de su nombre y su bandera que se suscitó con su visita, hace pocos años, ya no queda nada. Nadie prepara, que se sepa, el estreno de sus obras.

Pariente de Grau y de Arniches, aplastante lógico, intuitivo adelantado de los hallazgos sartrianos, Max Aub es un realista trascendente, un dialoguista de la gran hornada.

Y esta obra, refugiada en algún libro de importación es la elegida por González Vergel para el grupo de teatro Philips. Se necesita valor. Valor para descortezarla sobre un escenario limpio y casi desnudo. Y valor para trabajar con unos intérpretes procedentes de la densa y menospreciada clase de los llamados despectivamente «aficionados». ¡Y tanto! Porque sólo la afición arrolladora puede haber conseguido ese resultado portentoso a fuerza de entregar horas, inteligencias y esfuerzos insólitos. El equipo de actores del grupo Philips es excelente.

Mucho habría que hablar de este acontecimiento y algo más se hablará. Sólo conviene anotar ahora que los interesados y conmovidos espectadores no van a olvidar fácilmente la tarde en que se les convocó, en esta mortecina temporada, para quedarse boquiabiertos ante el estreno de un texto delicado, hecho por desconocidos, bajo la dirección de un hombre de teatro casi marginado este año. Uno de estos invitados dice aquí y ahora que esa tarde va a estar entre sus mejores recuerdos teatrales de los últimos tiempos. Gracias a todos.

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