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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
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El eurocomunismo y el problema de Europa

Secretario general de Alianza Popular

El eurocomunismo se ha convertido en una cuestión importante para la modificación de los consensos políticos en los países de la Europa occidental y, por lo mismo, para la revisión de los sistemas de partidos vigentes en los mismos.

Se trata de una cuestión reciente. Al parecer, fue el periodista yugoslavo Frane Barbieri, que escribe en Italia (sobre todo, para el excelente Nuevo Diario, de Indro Montanelli, que ha contribuido a la difusión del vocablo), el que usó por primera vez la expresión eurocomunismo, en 1975, la cual prevaleció sobre otras que se lanzaron por entonces, como la de «neocomunismo», de Arrigo Levi.

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Se trataba de designar los intentos de los partidos comunistas de Francia y, sobre todo, de Italia para superar su imagen de partidos violentos y revolucionarios, confirmada en ambos casos por su participación en muchos hechos sangrientos al final de los regímenes de Pètain y de Mussolini. En ambos casos se pretendió, por una parte, obtener más votos para el PCF y el PCI; pero, además de lograr que sus avances electorales pudieran reflejarse en participación política, frente al principio de ser incompatibles con el Gobierno en un país miembro de la OTAN.

De hecho, los eurocomunismos (y en esto, España no es una excepción) sólo tienen una cosa en común: son partidos de la oposición, con un hándicap particular para llegar al poder, en la Europa occidental, buscando para ello una salida, reflejada en una nueva estrategia.

Desde 1968, el aplastamiento por los tanques rusos de la «primavera de Praga» había puesto en situación incómoda a los partidos comunistas que actúan en sociedades democráticas. Estos, sobre todo en Italia, fueron tomando posiciones cada vez más flexibles de política interior y distancias prudentes respecto de Moscú.

En Francia se llegó a un acuerdo con los socialistas y en Italia, por los años 75 y 76, parecía muy brillante el éxito de la nueva táctica. El PCI había subido del 27,2 % en 1972, al 34,4 % en 1976, y pocos dudaban de que el «compromiso histórico» acabaría por llevarlos al Poder.

Sin embargo (dejando aparte el caso español), se puede ver que la situación está cambiando. En Francia, el éxito no ha llegado en las últimas elecciones, las distancias con el Partido Socialista han aumentado y, en cambio, las tensiones con la URSS han disminuido y las relaciones del PCF con Moscú vuelven a ser buenas.

Tampoco en Italia las cosas han ido como se esperaba. Tras el asesinato de Aldo Moro, el avance comunista se ha frenado. En las elecciones locales o administrativas, del 14 y el 15 de mayo, en los 255 municipios italianos con más de 5.000 habitantes, el PCI ha perdido una cuarta parte de los votos que tenía en 1976, y en conjunto ha bajado casi un 10%, descendiendo al nivel de 1972, es decir, al que tenía antes de la ofensiva del «compromiso histórico». Parece que aún han bajado más en las regiones. Y, por supuesto, los entusiasmos eurocomunistas se han enfriado paralelamente. Giorgio Amendola declaraba, no hace mucho, que «el eurocomunismo no existe», y otro importante líder comunista, Gerardo Chiaromonte, corrobora que «el eurocomunismo es una pura expresión verbal». En una palabra, salvo en España (sobre esto volveremos), el eurocomunismo ha retrocedido de sus primeras posiciones y ha vuelto a estrechar sus relaciones con Moscú. El libro de Sergio Segre «¿Quién tiene miedo del eurocomunismo?» parece que debe contestarse en el sentido de que no sólo es Moscú y los socialistas, sino también los propios comunistas.

Es interesante observar esta evolución, porque debe hacernos ser más cautos al interpretar los pasos que está dando en España el PCE. Debemos, sobre todo, comprender que cambiar un partido comunista es mucho más difícil de lo que a algunos parece, yendo naturalmente a los hechos más que a las palabras.

En política exterior, por ejemplo, se sigue cumpliendo el principio de que «los comunistas no están a la izquierda, están al Este». El eurocomunismo es sólo una medicina para uso interno. En las relaciones Este-Oeste, donde no pueden sumarse al Pacto de Varsovia, proponen el neutralismo, el desarme unilateral, etcétera. En Africa, mientras el Kremlim sigue moviendo, con éxito, sus peones cubanos y terroristas, todos coinciden en que son París y Rabat los que actúan con Cines Imperialistas.

En política interior siguen defendiendo la sociedad sin clases, lograda por vía revolucionaria, aunque se pretenda que ésta pueda ser no violenta. Mas, como dice Glucksmann, «no hay socialismo sin campos de concentración, ni sociedad sin clases sin su verdad terrorista», y la recíproca es cierta, en el mundo de hoy «no hay campos de concentración sin marxismo".

Por otra parte, el marxismo sigue sin prorioner otras soluciones económicas definitivas que la nacionalización para lo grande y la autogestión para lo chico. Ahora bien, como ya dijo Keynes en la crisis de los años treinta, «¿cómo podemos aceptar una doctrina que asume como su Biblia, superior a toda crítica, un viejo manual de Economía, que resulta ser no solamente erróneo, sino falto de interés y de posibilidad de aplicación al mundo moderno?»

No hay, pues, propuestas de fondo nuevas, sólo cambios de táctica; el marxismo sigue siendo el opio del pueblo del siglo XX, donde da acogida a las mil frustraciones de un planteamiento materialista de la vida. Desde él han de flotar múltiples resentimientos y utopías que buscan inútilmente un planteamiento revolucionario y milenarista.

De aquí la necesidad de nuevos planteamientos intelectuales, que nos hagan superar el peligro de lluministas, como Robespierre, o progresistas, como Stalin. Basta ya de intentos de rehacer el mundo, y tengamos más cuidado de no estropearlo más.

Una fuerza política se define por los fines que persigue en cuanto al modelo de sociedad que desea conseguir, y por los medios que está dispuesto a emplear para lograr sus objetivos. En cuanto a lo primero, el consumismo sigue planteando un cambio revolucionarlo de la sociedad presente; cambio que presupone la abolición total del sistema actual, basado en la propiedad privada, en la herencia, en la libre iniciativa y en la economía de mercado. No es una socialdemocracia, que aspira a reformas moderadas y graduales, sino un socialismo marxista de objetivos totales.

Por otra parte, el eurocomunismo dice renunciar al leninismo, es decir, a la necesidad de una subversión armada, y a una etapa previa de dictadura del proletariado; menos clara está la renuncia a la doctrina del partido único, basado en el centralismo democrático. En Francia, el señor Marchais ha recordado al respecto que el Partido Comunista no es una sociedad de debate, ni un club de discusión, frase que sólo puede ser medida al lado de la impresionante declaración de hace pocos meses del señor Afanasief, director de Pravda, a su pasopor París, de que «en la URSS sufrimos de un exceso de democracia».

Retornemos a España. El PCE, tras su último congreso, se sigue declarando partido revolucionario, que busca la implantación del comunismo; por tanto, del suprimido «leninismo» lo único que no acepta (por imposible) es la táctica de la insurrección armada, que se reemplaza por la táctica de infiltración y del «stalinismo» (también por imposible) la de la ocupación armada, bajo pretexto de «liberación». Pero la misma política se continúa por otros medios, considerados más eficaces en este momento.

De esos medios forma parte, en primer lugar, el favorecer a los Gobiernos débiles, a los que en vez de gobernar hacen «consenso» y ceden ante la presión; y el defender un «compromiso histórico» a la itallana, que lleve a un confuso Gobierno de concentración, oponiéndose a que se forme una mayoría natural, de todo lo que no es marxista ni separatista (ni, por supuesto, de otro modo antidemocrático).

La conclusión me parece clara. Los partidos comunistas no pueden ser alternativa depoderen la Europa occidental; sabiéndolo, juegan a impedir que lo sean los socialistas poniéndoles trabas en su camino hacia la social democracia. El caso alemán demuestra, a su vez, que sólo la renuncia al marxismo permitió a la socialdemocracia convertirse en alternativa de poder.

Europa sólo será lo que quede al margen de los telones de acero, externos e internos; de aquí la importancia de un nuevo planteamiento de la izquierda, adaptada a la necesidad de una Europa unida, fuerte y eficaz.

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