Yemen, condenado a la violencia
LA OPINION pública internacional está acostumbrada, de un tiempo a esta parte, a interesarse por lo sucedido en países que no pertenecen a la esfera de sus preocupaciones habituales o que apenas tienen importancia para las relaciones de su nación. Ayer lo fueron Angola y Etiopía: después, Afganistán, y hoy Yemen. En principio, nada parece habérsenos perdido en clásicos golpes militares de lejanas latitudes y, sin embargo, analizando de cerca los datos, surgen implicaciones que nos interesan en la medida que cualquier conflicto remoto, máxime si se trata de una zona estratégicamente comprometida, alberga tras los adversarios directos los intereses y apetencias de los grandes actores en el juego internacional.Los dos Yemen, del Norte y del Sur no han tenido días tranquilos, en un encadenamiento de sobresaltos que evidencian, de nuevo, las tensas relaciones que siempre han existido entre dos Estados tan dispares. El jefe de Estado de Yemen del Norte fue asesinado por una bomba envuelta en un regalo que, posiblemente, llevaba un agente de Yemen del Sur, que también murió en la explosión. A todo esto siguió el golpe de Estado en Yemen del Sur contra su presidente y dos ministros a él adictos. Por si fuera poco, para el mismo día del golpe de Estado en Aden estaba prevista la llegada de enviados norteamericanos que pretendían normalizar las relaciones, rotas en 1969.
Este encadenamiento de violencias se relaciona, por otra parte, con una serie de intervenciones de terceros países y de políticas exteriores radicalmente opuestas. Desde los años sesenta hasta hoy la atormentada historia de ambos Yemen registra la guerra civil apoyada por el Egipto de Nasser y la Arabia de Faisal, una guerra civil nunca resuelta que sólo sería concluida formalmente en octubre de 1972. La primera rivalidad entre Arabia Saudita y Egipto por controlar la zona ha sido sustituida después por manejos más o menos directos de Estados Unidos, la URSS y China, sin que falte la presencia de los cubanos. De todo ello la consecuencia ha sido el asesinato como método de cambio político y la insoportable inestabilidad en las relaciones entre las dos repúblicas, que hacen muy inviable la posibilidad de reunificación decidida en 1972 y nunca seriamente emprendida.
En este tipo de conflictos la política internacional no suele preocuparse por las motivaciones sociales profundas, sino por la gran potencia que eventualmente sale ganadora en el juego. Todavía es pronto para saber la significación profunda de los desórdenes en estas repúblicas, aunque sí parece ser cierto que por ahora son los grupos pro soviéticos los que controlan la situación en el Sur. El conflicto de Afganistán, igualmente oscuro, parece también registrar el auge de la influencia soviética. El juego de influencias en Yemen no es un dato despreciable en los análisis, porque si los dos países han estado siempre enfrentados el uno al otro también han realizado acciones exteriores distintas que, a grandes rasgos, oscilan entre el área de Arabia Saudita y occidental en el caso de Yemen del Norte, y la órbita soviética y cubana del Sur. Por lo demás, basta señalar la delicada situación estratégica de la región, control del paso al mar Rojo y canal de Suez y eventual cabeza de puente hacia zonas altamente conflictivas: Etiopía y Somalia.
Arabia Saudita, el gran vecino del Norte, no permanece en absoluto ajena a los conflictos de la zona, y sus posibilidades de intervención aumentan en la medida que el país asegura progresivamente su presencia en el campo occidental. De momento, la situación es de una gran precariedad que difícilmente puede eliminarse por la acción propia de los Gobiernos de ambas repúblicas, nacidos siempre de la violencia y oscuros reflejos de designios difíciles de interpretar si no se levanta la vista hacia la situación geográfica y las tensiones internacionales.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.