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El arte de matar... un garciarromero

Hablamos de la fiesta actual, sobre todo de sus toreros, sobre valores convenidos y de alguno decimos maestro cuando en realidad, sólo una época anterior, sería alumno; como de otros artista si bien tienen un aceptable gusto artesano y nada más que artesano. Y así es todo lo que es toreo, desde que se abre de capa el matador (a veces, de la capa sólo sabe eso: abrirla, y no mucho), hasta la estocada, que no rara vez se queda en puñalá.

Y poco importaría seguir de aquesta guisa si no fuera porque, al aire de los olvidos y las inhibiciones -en las que tantas veces incurrimos para no dar a la crítica un aire catastrofista- lo que se pierde, hasta el olvido, es el mismo arte de torear. Es curioso que sean precisamente los novilleros quienes lo remozan, al aire de su inexperiencia, pero algo es, sobre todo en las suertes de capa. Sin embargo, aún no se les ha visto llegar al último, o acaso penúltimo, capítulo de la tauromaquia, que es la suerte de matar, también llamada por la retórica hora de la verdad o suerte suprema.Lo que decíamos del toreo de capa entre novilleros -al aire de su inexperiencia- de ninguna manera vale para calificar sus estocadas. Pues no se trata de que las ejecuten con inexperta mano o toscas maneras sino que, sencillamente, no saben. Un matador no puede reivindicar tal título si ignora esta suerte fundamental, y menos venir a Madrid tan en paños menores, como ocurrió el domingo en esta plaza, tenida, con razón, como la primera del mundo. Donde, por cierto, se lidiaron en la referida ocasión reses de García Romero, y no de Marín Marcos como dijimos aquí, pues el programa oficial de la plaza, que seria una broma si no fuera una estafa, lo decía así y nos hizo picar.

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