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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Fábula del guardia y el perro

Resido en Hoyo de Manzanares y el sábado pasado tuve que venir a Madrid a presentar unos documentos en el Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo. El viaje lo hice en mi automóvil y traje conmigo a un perro pastor alemán de mi propiedad que, por no estar acostumbrado a viajar, se mareó y vomitó dentro del coche en el preciso instante en que llegaba al patio de los Nuevos Ministerios.Después de estacionar bajé al perro atado con la cadena de paseo con el propósito de que le diera el aire y se le pasara el mareo.

El animal ladró en un par de ocasiones al ver personas que le resultaban desconocidas, pero sin que tales ladridos fueran escandalosos y sin ofrecer en ningún momento el más mínimo peligro para nadie.

Transcurridos unos segundos, un guardia civil que estaba de servicio en el Ministerio de Obras Públicas salió a la calle y se dirigió hacia mí.

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Amedida que se acercaba iba desabrochando la funda de su pistola. Se acercó hasta una distancia de dos metros y, sin pronunciar palabra alguna, sacó el arma y la apuntó hacia el perro con el dedo índice en el gatillo.

Es fácil imaginar la sensación de miedo y perplejidad que experimenté.

Hasta que no tuvo encañonado al perro no se dignó dirigirme la palabra. Cuando lo hizo me dijo que me llevara al animal de allí y que le pusiera un bozal.

Me alejé sin atreverme a contestar. El miedo a que el arma se le disparara fortuita o intencionadamente hizo que se me secara la boca y que me temblaran las piernas. Me dí media vuelta y llevé al perro nuevamente hasta el interior de mi automóvil.

Soy consciente de que nadie tiene por qué sentirse molestado por un perro ajeno, pero, al margen de que la posible molestia sería muy discutible, encuentro que la actitud del citado guardia civil fue absolutamente desproporcionada. Sus palabras, que fueron correctas, aunque muy lecas, habrían bastado para que yo siguiera sus instrucciones, sin necesidad de montar ese número de película del Oeste, cuando el «sheriff» le dice al forastero que abandone el pueblo.

Ojalá que el relato de este hecho sea una pequeña aportación y una llamada de atención para que no se repitan actos como éste, que sólo sirven para dificultar el necesario y deseado por todos acercamiento entre el pueblo y los cuerpos armados.

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