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Reacciones contrapuestas a la conferencia de Giscard

La larga reflexión, anteayer, del presidente de la República francesa, Valery Giscard D'Estaing, ante la prensa internacional, sobre el futuro de Francia hasta los umbrales del año 2000, ha emocionado a sus partidarios más convencidos. El resto de la clase política y de la opinión que representa, se han quedado fríos, «como si aún no se hubiesen liberado del trauma que significó para ellos la última consulta de marzo pasado».En general, en la mayoría gubernamental, como en la oposición, se han apreciado las iniciativas de Giscard d'Estaing, como el derecho de respuesta a la oposición en la radio y TV o la limitación de la acumulación de mandatos políticos, que favorecerán el funcionamiento de la democracia y que, en estos dominios, alinean a Francia con los países de Europa occidental más avanzados.

Por el contrario, los sindicatos, los gaullistas, los partidos de izquierdas, criticaron la política económica del primer ministro, Raymond Barre, que el presidente defendió en la rueda de prensa.

«En realidad, el presidente anunció una doble estabilidad para los tres años próximos que nos separan de la elección presidencial: la estabilidad política y la estabilidad de las desigualdades sociales», se estimaba en los medios antedichos. Tanto en la clase política, como en la opinión, se observa un espacio de escepticismo o de resignación que contrasta con el entusiasmo ilimitado de los giscardianos.

Para estos últimos y para no pocos gaullistas que también «sospechan que Giscar aspira a permanecer al frente del país hasta finales de siglo», el presidente ha alcanzado las «resonancias poéticas y filosóficas que incitan a sonar.»

Si el partido gaullista desea volver al poder, sólo le queda de momento una puerta libre: provocar una crisis de Gobierno como puede hacerlo con sus 155 diputados cuando un debate parlamentario le ofrezca la ocasión. Pero cada cual sabe que, en tal caso, la crisis sería institucional y la opinión francesa podría revolverse contra el «chiraquismo». Giscard, tranquilo y hábil una vez más, se ha librado de críticas furibundas, pero no ha sensibilizado a sus detractores.

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