Un monosabio, en funciones de director de lidia
oEstábamos los cabales, con la grata compañía de los turistas. Y en esto -minuto treinta del segundo tiempo, ya se sabe- una gran voz, desde el tendido de sol: « ¡Gol de Asensi! ». Era el mismo pregonero, o por lo menos de la misma vocación que el domingo anterior gritó a los peones, cuando éstos estaban hechos un lío en la lidia de un novillo difícil: « ¡Sois más malos que la selección!»
El anuncio del gol de Asensi estamos seguros que conmovió a los cabales (los turistas, no sabemos) pero no estalló la ovación que merecía la proeza. Acaso porque era demasiadb evidente la más palpable proeza que veíamos en directo en el ruedo: ponerse delante de una novillada fuerte, encastada y astifina.
Plaza de Las Ventas
Novillos de José Samuel Pereira Lupi, muy bien presentados, con casta y nobleza (excepto el cuarto); mansurrones en los caballos; derribó el quinto. El Santi: Estocada corta contraria (aplausos y protestas cuando intenta dar la vuelta al ruedo). Pinchazo, estocada perpendicular que asoma y rueda de peones (silencio). Jesús Márquez: Pinchazo y estocada caída (silencio). Media estocada caída, aviso, v dobla el novillo tras arrodillarse varias veces (protestas y palmas, avando saluda por su cuenta). Curro Valencia, de Valencia, debutante: Bajonazo (algunas palmas). Estocada perdiendo la muleta, rueda de peones, descabello, aviso con más de medio minuto de retraso y otro descabello (palmas).Presidió, aceptablemente, el comisario Mantecón. José Pisol, peón, colocó dos emocionantes pares de banderillas al sexto novillo
La casta otra vez. Y una vez más, la muestra de que un toro puede tener mucha casta, mientras que no bravura. Los lulis, serios, grandecitos o incluso grandones, fibrosos y bien armados, se dolían al castigo, cabeceaban al peto, se quitaban el palo o salían sueltos de los caballos; pero embestían, y con nervio, a los de a pie.
No era, la suya, una acometida cansina, aburrida y derrotada, sino de ataque; la propia del toro de lidia. La embestida que siempre caracterizó y caracterizará a esta raza, mientras haya en nuestros campos un solo ganadero consciente de su misión fundamental en los engranajes de la fiesta Toro bravo y toro manso son aptos para el espectáculo, también para el gran espectáculo, siempre que en su genética se encuentre la base sustancial de la casta.
Los cabales, con la grata compañía de los turistas, tuvimos que dar mucha importancia, por tanto, a la lidia, y mérito a la tarea de los diestros, porque no es precisamente fácil domeñar, conducir, resolver con arte la embestida de un toro encastado. De aquéllos fue El Santi el de peor fortuna, pues le correspondió el novillo de más trapío de la tarde -casi con hechuras de cuatreño- y que fue, además, el que tuvo mayores dificultades. Bien es cierto que lo lidiaron mal y que el espada, después de doblarse bien hacia los medios, dejó que el enemigo le llevara al tercio, donde apenas pasaba y se defendía. Pero los problemas resultantes eran excesivos para la técnica que es presumible (y exigible) en un novillero.
Sin embargo, el resto de los ejemplares poseyó nobleza y uno de ellos permitió ver que El Santi es, por otra parte, el diestro de más torería de la terna. Al que abrió plaza le instrumentó buenos naturales de frente, y a lo largo de toda la faena toreó muy ceñido, de manera que toda ella tuvo gran emoción, desde los pases por alto con que la inició, en el centro del ruedo, hasta los muletazos finales. Intercaló molinetes violentos, no siempre remató con mando las suertes y, además, citó excesivamente en corto, cuando el novillo tomaba mejor de largo el engaño. Mas, en conjunto, estuvo aseado.
Con dos novillos buenos -el quinto, de extraordinaria boyantía-, Jesús Márquez hizo anodino el toreo serio, abusó del pico y se excedió en el tremendismo. El debutante Curro Valencia, por su parte, lanceó y muleteó desangelado y sin sentido de la colocación y las distancias, lo cual le supuso dos serias volteretas en el tercero y otra en el sexto. Estuvo animoso, desde luego, y no le arredraron los golpes, pero nos hizo echar de menos a un torero más capacitado, que embarcara las muy nobles y encastadas embestidas de sus dos novillos.
Los cabales, con la grata compañía de los turistas, nos perdimos la proeza del gol de Asensi, pero, en cambio, pudimos ver la audacia de un monosabio, en funciones de director de lidia. Le llaman El Pimpi, apodo y complexión de defensa central. Es el que tiene la contrata de los caballos de picar con la empresa de Las Ventas, y da órdenes Se las daba a los picadores. El que actuó en el quinto novillo se salió antirreglamentariamente a los medios durante el puyazo, y mientras lo hacía, no miraba al novillo, ni al matador, sino al Pimpi, el cual le hacía señas, de que se quedara allí, fuera de juego, y acató la orden. En el sexto, fue a un banderillero a quien le indicó por dónde debía meter el capote y a dónde debía llevar la res, y el de luces obedeció de inmediato.
Los cabales y los turistas de la grata compañía nos preguntamos: ¿por qué manda tanto El Pimpi, a despecho de subalternos, matadores y autoridad?
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