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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El insincero debate sobre el desarme

SIN LA esperanza de obtener resultados concretos más importantes que la simple sensibilización de la opinión pública internacional, la Asamblea General de las Naciones Unidas dedicada al desarme inició, retórica y perezosa, sus debates preliminares, a la búsqueda de una puesta en marcha definitiva de la Conferencia Mundial del Desarme, en el marco jurídico de la primera organización internacional. Como era de esperar, las declaraciones de intención,: la retórica y el diálogo de sordos marcan el ritmo abúlico de los trabajos de esta asamblea extraordinaria, convertida en un mastodóntico muro de las lamentaciones al que España aportó una plegaria desvaída e irregular.Por primera vez, el Gobierno del presidente Suárez se presentaba en un auditorio especializado, en el que la España democrática tenía algo concreto que afirmar, dada su ubicación geopolítica en el mismo corazón de la tensión Este-Oeste, a la puerta occidental del Mediterráneo ocupado por las grandes superpotencias y sus respectivos bloque político-militares, al borde del conflicto armado del Sahara que arriesga su internacionalización a diario y próxima del primer campo oficial del combate político, ideológico y militar de nuestro tiempo: el continente africano. Por si ello no fueran elementos suficientes para convertir la intervención española en la asamblea de la ONU en pieza de interés, a pesar de ser España potencia de tercer orden, quedaban otros argumentos no poco importantes y difícilmente eludibles en un discurso de política exterior, de política de un Estado soberano: la presencia actual en territorio español de bases extranjeras -pactadas las norteamericanas en francas condiciones de inferioridad política, forzada la británica de Gibraltar al amparo abusivo del Tratado de Utrech-, que son parte del arsenal nuclear de Occidente, nudo de operaciones y eventual «puente aéreo» y el abierto debate sobre nuestra posible integración en la OTAN.

Pues bien, las palabras del ministro de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja, ante el inmenso frontón estéril de las Naciones Unidas, no permitieron despejar el nombre de España del coro lamentador. El carácter filosófico y no político de su discurso, la abundancia de declaraciones de intención, buena voluntad y los llamamientos al desarme, la negociación, la paz, la seguridad, el desarrollo y entendimiento entre los pueblos, se perdió en el tumulto del foro neoyorquino. El ministro dijo en su prólogo: «El desarme afecta a los intereses vitales de todos y condiciona el mantenimiento de la seguridad internacional y el fortalecimiento de la paz. » Y añadía en esta introducción: «El Gobierno español incluye la cuestión del desarme entre los capítulos esenciales de su política.»

A partir de aquí se inicia el desencanto y la búsqueda de esa política del Gobierno en materia de desarme a lo largo de un discurso de tímidas aportaciones -quizá en la medida de las opciones políticas e ideológicas del partido gubernamental, en su categoría de candidato al ingreso en la Alianza Atlántica- Declara el ministro a España como país «no armamentista» -«ni por el volumen de armamentos que posee, ni por los que produce, ni por su participación en el comercio»-, pide una nueva terminología y la reforma a ultranza del concepto de desarme y del procedimiento negociador (tibicándolo en la ONU, con una participación flexible y rotativa de países afectados e interesados, y sin abandonar las negociaciones bilaterales y multilaterales en curso, como SALT), y hace un llamamiento en favor de los países en vías de desarrollo y en contra del mercantilismo de la tecnología militar superdesarrollada.

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Puntos de atención fueron las breves menciones al concepto «regional» de Europa y a su ineludible unidad con el área mediterránea. En ambos temas, en los que se supone a España con criterio y peso, quedó la parquedad .como respuesta a quienes pudieran esperar su desarrollo, en la dirección que el Gobierno Suárez hubiese querido dar a su concepción de la seguridad y la defensa de la región Europa-Mediterráneo. También fue escaso el sabor de la sola afirmación de que «España no quiere los arsenales nucleares, ni para nosotros, ni para nadie», sobre todo cuando España, hoy por hoy, es arsenal nuclear. Arsenal en vías de traslado, según lo acordado en el marco del tratado hispario-norteamericano, que pudo haber sido citado en este apartado sobre las armas estratégicas e incluso a la hora de: analizar la presencia en territorio español de bases extranjeras.

La franqueza y rigidez del ministro a la hora de presentar la presencia colonial y militar de Gran Bretaña en Gibraltar constituyó, sin duda, el elemento político más significativo del discurso. La dureza y claridad de los términos utilizados por el señor Oreja -incluidos a última hora en respuesta a un desplante del premier Callaghancontrastaban con la seda hilada de su intervención, rubricada con palabras de Maquiavelo, que el ministro consideró necesariamente de otra. época en pos de la paz, el desarme y la seguridad,y que rezan así en El príncipe: «Los fundamentos de todos los Estados son las buenas leyes y las buenas armas; mas no puede haber buenas leyes donde no existen buenas armas.» Maquiavelo, realista y pesimista, acertó en su tiempo. La buena voluntad y las buenas palabras en materia de seguridad, paz y desarme se pierden en el tiempo y en el espacio, sobre todo cuando los Gobiernos responsables no declaran con sinceridad sus propósitos y sus responsabilidades. La asamblea de la ONU dio esta oportunidad -nuevamente perdida- a todas las naciones del mundo, y España, por boca de su ministro de Asuntos Exteriores, no desperdició la ocasión de, nuevamente, no decir nada.

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