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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Josep Renau

De un tiempo a esta parte, la recuperación es norma. Eso puede tener su lado bueno, y aquí están entre nosotros, leidos y admirados, una Rosa Chacel, un Gil-Albert, un Larrea. Pero cada cual recupera lo que quiere, o lo que puede. No faltan voluntarios para leer inocentemente Octubre o los poemas épicos de Serrano Plaja, y en general, para practicar la más acrítica de las beaterías ante todo lo que de cerca o de lejos se «justifique» por su manifiesto antifascismo.Josep Renau es ahora objeto de una de esas recuperaciones acríticas. De escuchar a sus admiradores y exégetas, estaríamos ante un artista de importancia universal, cuya ejemplaridad saltaría a la vista. Creíamos que Renau era uno más -incluso si se quiere el más renovador- de esa interesante escuela de diseñadores gráficos que en los años treinta transformaron la imagen de la propaganda política: Monleón, Puyol, Amster, Helios Gómez. Ahora se infla el globo y se pretende que es un «gran artista». Quienes así opinan tienen razón (tienen sus razones) cuando enarbolan su figura militante y provocadoramente. Sigamos su ejemplo en la exposición de otra razón.

Josep Renau

Museo de Arte Contemporáneo. Ciudad Universitaria.

Explícitamente se nos intenta presentar la ruptura de Renau en 1928 como una hazaña. Entre el ilustrador art-deco que recuerda a Saenz de Tejada y demás creadores de moda de la época, y el diseñador de Orto, Cuadernos de Cultura y más tarde Nueva Cultura, hay evidentemente un abismo. En 1928, se abre el período más creador de Renau, período en el que a su formación clásica, como cartelista, se añadirá el conocimiento del fotomontaje tal como lo practicaron Heartfield o determinados constructivistas rusos. Pero cuando el razonamiento se torna aberrante, es cuando a tal ruptura se le asigna un valor ejemplar, cuando se ve en ella la toma de conciencia de quién abandona la pintura de caballete (arte de élite) para iniciar la vía de la reproducción en serie (arte de masas). Al maniqueismo de tal concepción, se añade el hecho de que quienes la siguen manteniendo de manera voluntarista, se encuentran incluso en contradicción con lo que su propio partido dice al respecto desde hace bastantes años.

Otro hecho que también les resulta ejemplar a sus admiradores, es el que Renau haya producido una abundante obra «teórica». De ella propondré una antiestética selección: «el artista comienza a abandonar su enrarecido reducto para incorporarse a la comunidad viril que le ofrece una aurora esplendorosa de fertilidad»; «dime para quién pintas y te diré quién eres»; «si el buril de Durero tuviera que representar en nuestros días las plagas que azotan a la humanidad, tendría que añadir uno más a sus cuatro fatídicos jinetes: el del abstraccionismo». Etcétera. Y si teoría es a veces un simple adjetivo, obsérvese la teoría que puede encerrar el encontrar «perversos» los años veinte, o «deprimente» el surrealismo, y alabar en cambio el muralismo mexicano. Obsérvese también cómo este cúmulo de perogrulladas e infames mentiras, se sigue manteniendo en pie sin que ninguno de los exégetas pestañee (antes, al contrario, le aplauden). En cuanto a las polémicas, de las que Renau ha sido siempre tan amigo, en la de 1935 con Alberto en Nueva Cultura, en la de 1937 con Ramón Gaya en Hora de España, en la de 1964 con Claudín en Realidad, no puede decirse que la lucidez anduviera nunca del lado de Renau. En todos los casos, sus oponentes eran personas mucho más sensibles que él a las exigencias ineludibles de la creación abierta.

También se ha intentado presentar al Renau que vive en la Alemania del Este, como un gran realizador «socialista». De escucharle, aquello es el paraíso (opinión que no comparten ni Biermann ni Havemann, ni tantas otras víctimas de la burocracia). En la exposición pueden contemplarse sus bocetos para El futuro trabajador del comunismo y para El uso pacífico de la energía atómica. A mí me han parecido espeluznantemente kitsch, tanto política como artísticamente. De sus fotomontajes, a falta de los Trece puntos de Negrín, se presenta aquí la serie (relativamente reciente) The American way of life. Manuel García llega a decir de ella que es «la forma más original e insólita, quizá única, n sólo en el arte del fotomontaje, sino en la historia del arte -tourt court- de nuestro siglo ». A mí la serie lo que me parece es heartfield recalentado, pop recalentado y mal gusto tout court, aparte de un ejemplo de cómo se puede no entender nada de la realidad americana. Sólo desde la perspectiva más provinciana cabe llegar a ver en ella (en el siglo de Matisse o de Rothko) lo que el citado crítico, al parecer, ve.

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